El día de Thanksgiving (Acción de Gracias) es muchas cosas en los Estados Unidos: es una fiesta familiar tanto o más importante que la Navidad, es la época récord de viajes internos, es el comienzo de la temporada de compras de fin de año ya que al día siguiente, Black Friday (Viernes Negro) se presentan las famosas ofertas que causan avalanchas en las tiendas y aumentan enormemente el comercio electrónico.
Y es también una marca de identidad del país: la fecha en que los primeros europeos en el territorio americano, los colonos, agradecían los dones recibidos. La mayor parte de las veces el objeto de gratitud era una buena cosecha, pero también había circunstancias menos idílicas para celebrar, como la paz tras una batalla con los indígenas locales.
Según el club de viaje AAA, 2018 será el de más movimiento de personas desde 2005: unos 54,3 millones de estadounidenses irán en automóviles (el 90% de ellos), aviones, trenes y buses para reencontrarse con su familia y comer pavo horneado con un relleno de pan de maíz y hierbas, aderezado con salsa de arándanos y acompañado de legumbres, boniato y puré. Sidra de manzana caliente con especias es la bebida tradicional, y el postre, pastel de calabaza y pastel de nueces.
Se cree que los llegados en el Mayflower a Massachusetts compartieron con los nativos Wampanoag el primer Día de Acción de Gracias en 1621, como una forma de celebrar a la vez el entendimiento de los dos grupos, que llevaba ya siete meses, y una buena cosecha: la primera para un grupo de europeos que el año anterior, tras llegar al continente sin preparación o víveres para el invierno, habían recurrido al robo de maíz de las tumbas y los almacenes de los aborígenes.
Uno de los peregrinos, Edward Winslow, escribió que fue una fiesta en la que participaron el rey indígena Massasoit con unos 90 hombres, “a quienes entretuvimos y dimos banquetes durante tres días“. Ese documento, publicado en 1941, demostró que había poco de oraciones y ayuno en la Acción de Gracias, como se creía antes.
Sin embargo, algunos historiadores discuten que la celebración original haya sido en el norte, en el siglo XVII y con los peregrinos: la atribuyen a los colonos españoles en la Florida, que en 1565 dieron gracias en una celebración donde hoy está San Agustín. Otros hablan de los españoles en Texas, en 1598.
Aquella paz de siete meses con los Wampanoag duraría 50 años. Y tuvo menos que ver con la intención de los locales de llevarse bien con los blancos recién llegados (que, sin semillas propias ni conocimiento de pesca, parecían desvalidos) que con la necesidad de fortalecer su posición, debilitada por una epidemia que casi los diezmó, frente a sus rivales de la tribu Narragansett. Lo cierto es que la fiesta que compartieron peregrinos y aborígenes se dio a conocer, y en 1623, con la promoción del gobernador William Bradford, se formalizó como tradición.
La elección del jueves como día de fiesta, que en otros países parece tan rara como el martes para las elecciones, se fue dando de a poco. Según Thanksgiving: The Holiday at the Heart of the American Experience, de Melanie Kirkpatrick, al comienzo dependía de cuándo sucedía lo que se celebraba. La fiesta de 1623 en Plymouth, por ejemplo, se hizo tras una lluvia que terminó con una peligrosa sequía.
Pero también intervenían otros factores. Los puritanos observaban el shabbat; los católicos ayunaban el viernes y rezaban el domingo. El jueves, día de lecturas religiosas para los que tuvieran tiempo, comenzó a ser un favorito.
Aunque George Washington fue el primero en formalizar Thanksgiving en 1789, para que el jueves 26 de noviembre se dedicara “a la gratitud y la oración del pueblo”, fue otro presidente, Abraham Lincoln, quien en 1863 declaró que el último jueves de noviembre sería el feriado nacional. “En pena Guerra de Secesión de magnitud y severidad sin par, el pueblo estadounidense debería disponer de un tiempo para la gratitud”.
Poco antes, en 1851 Sarah Josepha Hale, editora de la revista para mujeres Godey’s Lady’s Book, había convocado a una campaña de cartas de sus lectoras, para que les escribieran a la presidencia que se designara el último jueves de noviembre como el “Día Nacional de Acción de Gracias”, que sólo era una recomendación desde 1789.
Ofreció un detallado argumento: “Ya se han realizado todas las cosechas, los viajeros del verano ya han regresado a sus hogares, las enfermedades que suelen afligir algunas zonas de nuestro país en verano y otoño han terminado. Y todos estamos preparados para disfrutar de un Día de Acción de Gracias“. Y el 28 de septiembre de 1863 ella misma le envió su carta a Lincoln. La declaración se realizó el 3 de octubre para el último jueves de noviembre.
Hasta que en 1939 otro presidente, Franklin Delano Roosevelt, cambió la fecha. Ese año el último jueves de noviembre era el 30: FDR lo cambió al 23, es decir el penúltimo, para que los comerciantes tuvieran una semana más de oportunidades de venta entre el Día del Trabajo (primer lunes de septiembre) y la Navidad. Hubo controversia: 22 estados cambiaron la fecha, 23 se mantuvieron con la celebración el 30, dos declararon ambos días y uno decidió que no habría Thanksgiving oficialmente.
Dos años más tarde, FDR llamó a una conferencia de prensa para anunciar que el experimento había fallado: los comerciantes no habían registrado beneficio alguno. Fue el único cambio de su política de New Deal del que se retractó. Y el 26 de diciembre de 1941 firmó una resolución en conjunto con el Congreso para declarar que el día de Thanksgiving sería ni el último ni el penúltimo, sino el cuarto jueves de noviembre.
Aunque John Fitzgerald Kennedy fue el primero en perdonarle la vida a un pavo(“Dejemos que este crezca”, dijo en 1963, “es nuestro regalo de Acción de Gracias para él”), fue George H.W. Bush quien en 1989 formalizó la tradición del perdón oficial a un pavo cada año.