Con un saludo militar y un silencio nervioso, como de no querer chapurrear inglés delante de las cámaras, el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, recibió ayer al secretario de Seguridad de Estados Unidos, John Bolton, en el porche de su casa en Barra da Tijuca, en Río de Janeiro. Era el primer encuentro cordial entre Estados Unidos y Brasil, las dos principales potencias americanas, en años. También la primera toma de contacto del ultraderechista Bolsonaro con el equipo de su admirado Donald Trump. Era el comienzo de una nueva era.
La cuestión no era si las maltrechas relaciones entre Brasil y Estados Unidos iban a mejorar con la victoria de Bolsonaro, que se hace llamar “el Trump tropical” desde antes incluso de comenzar su campaña; la cuestión era cuándo y a qué velocidad. La respuesta se vio ayer en aquella mesa de desayuno. John Bolton hizo una parada en Río de camino al G20 en Buenos Aires solo para saludar al presidente electo y escenificar la cercanía que la Casa Blanca ya había hecho notar en comunicados y tuits desde la victoria de ultraderechista.
Durante la reunión, hablaron de Venezuela y Cuba, y los problemas que suponen para ambas administraciones. “Venezuela es una cuestión que viene de lejos, y tenemos que buscar soluciones”, explicó Bolsonaro a la prensa al salir. “Sabemos que hay ahí 80.000 cubanos, el país tiene ese agravante. Será difícil sacar a Venezuela de esa situación”. También comentaron otra idea que Bolsonaro está barajando en imitación de Trump: reubicar la Embajada brasileña en Israel en Jerusalén. “Esa posibilidad existe: Jerusalén tiene dos partes y solo una no está en litigio. La embajada estadounidense está en esa parte”, razonó el presidente electo.
Antes de irse, Bolton invitó a Bolsonaro a visitar a su homólogo en la Casa Blanca. Es la primera vez que llega a Brasil una invitación así en años. Hasta ahora se ha estado siguiendo la doctrina del Partido de los Trabajadores —que gobernó entre 2003 y 2016— de buscar socios comerciales más lucrativos que Estados Unidos, como China. En lo diplomático las dos potencias tampoco han tenido grandes intereses en común. Pero ahora Bolsonaro quiere una política radicalmente opuesta y se ha mostrado dispuesto a seguir a Trump en decisiones como la de la embajada o retirar a Brasil del Acuerdo de París sobre el cambio climático, una idea con la que jugó pero que finalmente descartó. Sin embargo, esta semana retiró a Brasil como país anfitrión de la cumbre de Naciones Unidas sobre el cambio climático de 2019.
Desprecio por la prensa
“Parte del Gobierno de Bolsonaro no parece entender que Estados Unidos no tiene tanto que ofrecer a Brasil”, razona Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacionales de la Fundação Getúlio Vargas. “Brasil no es muy importante en Washington y la cercanía con China no es producto de una decisión sino el reflejo de una nueva realidad. Creen que Estados Unidos puede generar nuevas oportunidades económicas que compensen las pérdidas con China, pero eso no va a pasar. Trump no puede abrir el mercado a los brasileños”.
Uno de los hijos de Bolsonaro, el diputado Eduardo, lleva ya días en Estados Unidos, rematando este acercamiento en un terreno mucho más fértil que el político y el económico: el estético. Es ahí, en las promesas y el estilo de explicarlas, donde Trump y Bolsonaro están prácticamente hermanados. Les une su desprecio por la prensa y las instituciones, su desinterés por las minorías y la globalización, y su obsesión por devolver a sus países la “grandeza” de décadas pasadas. Y eso es lo que Eduardo Bolsonaro ha explotado en su viaje para, según sus palabras, “rescatar la credibilidad de Brasil en el país”. Es una función que no le corresponde como diputado por São Paulo, pero el uso de familiares en papeles institucionales es otro hábito que Trump y Bolsonaro tienen en común.
Eduardo Bolsonaro visitó el martes el Senado estadounidense, y se reunió con pesos pesados del Partido Republicano como Ted Cruz o Marco Rubio. Más tarde, fue invitado a la fiesta de cumpleaños del exestratega de Trump Steve Bannon, a quien aplaudió en redes sociales como “icono en la lucha contra el marxismo cultural”. Bannon, por su parte, fue incapaz de recordar el nombre de Bolsonaro cuando esa noche se lo preguntó The Guardian. Tras titubear, le llamó Botolini.