El káiser ha muerto, larga vida al káiser. Algo así cantó el mundo de la moda el pasado 19 de febrero, cuando Karl Lagerfeld se apagó a los 85 años, poniendo fin a los secretos que el diseñador de Chanel se empeñó en esconder y que ahora empiezan a ver la luz.
La periodista Raphaëlle Bacqué llevaba dos años investigando la figura del alemán, que desde su llegada a París a finales de los años 40 había creado una vida de fantasía: un día su padre era un barón sueco y al siguiente un danés; su propia edad era objeto de controversias.
En ese tiempo, Bacqué consiguió múltiples testimonios, pero también sonoros portazos. No eran muchos los que querían contar los trapos sucios de Lagerfeld, quien pese a sus numerosas entrevistas solo dio a conocer al público una ilusión de sí mismo.
Uno de esos testimonios que aparece recogido en el libro “Kaiser Karl” (publicado en francés por Albin Michel) es el de Inès de la Fressange, musa de Chanel en los años 80 y con la que Lagerfeld rompió bruscamente cuando la modelo se atrevió a escapar de su regazo.
“Cuando Lagerfeld murió, dejó de sentir su poder. Era complicado enfadarse con alguien así, solo basta ver algunas de sus declaraciones en la prensa para entender que podía destrozar una carrera. Cuando Gilles Dufour dejó su puesto como director del estudio de Chanel, Lagerfeld lo denigró. Fressange temía lo mismo”, cuenta Bacqué a Efe.
“Una no podía permitirse estar triste, enferma o simplemente cansada, nunca podía bajar la guardia y comprendí después de un tiempo que una conversación real con él era imposible”, describe la exmodelo en el libro.
A De la Fressange, con quien durante unos años le unió un fuerte vínculo intelectual con Lagerfeld, le pudieron las fantasías que Lagerfeld mantenía sobre su vida. La llegada a su vida de su pareja, Luigi d’Urso, a quien no le achantaban los comportamientos fanfarrones del diseñador, acabó por alejarla.
La gota que colmó el vaso fue que De la Fressange aceptara que su rostro fuera el nuevo busto de Marianne, símbolo republicano francés. Lagerfeld lo consideró pueblerino y cambió el tono abiertamente: “Ya no me inspira”, “Tiene una reputación demasiado regional” o incluso “Menospreciaba a los trabajadores del estudio”.
La relación con la modelo viste algunas de las páginas más jugosas del libro, en el que también queda constancia de despidos improcedentes y de una crueldad firme contra todo el que le llevase la contraria.
Era un temor tácito, en ocasiones logrado con una generosidad que ataba a quien la recibía. Cuando fue contratado por Chanel en 1983 logró que los propietarios le concedieran 100.000 euros anuales para vestir a periodistas de moda, que poco a poco impusieron las piezas reinventadas por Lagerfeld en la histórica “maison”.
“Cuando uno trabaja para Chanel y para LVMH (conglomerado al que pertenece la marca Fendi, para la que también diseñaba), cubre todos los grandes grupos de lujo. Al mismo tiempo son anunciantes de la prensa, la gente de la moda siempre depende de estos grupos”, cuenta Bacqué.
Los intentos de hablar sobre él fueron vetados por él mismo, que denunciaba a todo el que osaba lanzarse a la aventura, como la periodista británica Alicia Drake con su libro “Beautiful People”, cuya edición en francés se topó con la alargada sombra de Lagerfeld.
“Kaiser Karl” es la primera biografía publicada sobre el alemán y sirve de retrato de la evolución de la moda en el París desde los años 50, desde la caída de la alta costura y el triunfo del prêt-à-porter hasta llegar a la industrialización de la artesanía que acabó por unificar a las principales marcas en torno a dos grupos: LVMH y Kering.
La pérfida competencia que dividió la carrera de Yves Saint-Laurent y Lagerfeld, especialmente después de que Jacques de Basher, pareja del alemán, mantuviera un idilio con Saint-Laurent, es también parte importante de la historia de un hombre que logró imponer en los medios hasta la vida que se inventó.
Y eso que descubrir que su padre era un conocido empresario alemán, Otto Lagerfeld, que había llegado a acuerdos para abastecer al ejército alemán a cambio de proteger su empresa durante la Segunda Guerra Mundial, era una verdad al alcance de cualquiera que preguntara en Hamburgo, como hizo Bacqué.