El sexo casual está piloteado por el deseo animal. Por eso en él no cabe la pregunta que inaugura este texto. Quizás cabría si se pone un contexto muy definido, como el siguiente: llevamos meses, quizás años, esperando por la mujer que nos mata y un día los planetas se alinean. ¡Y pum, sucede! Aquí, además de deseo, hay un relato construido que podemos llamar “enamoramiento”, “encantamiento” o como sea que queramos, que en definitiva resignifica el acto.
Con el sexo en pareja la cosa cambia, la lujuria y el amor, que parecen antónimos, divididos por una frontera, no son como los define el diccionario. En mi caso, estoy en una relación que en diciembre cumplirá cuatro años. Antes de ser lo que somos actualmente, mi novia y yo fuimos amigos. El sexo y la química social constante nos convirtió en una familia. Sin temor a equivocarme, digo que al principio lo nuestro fue pura piel. Queríamos estar uno dentro del otro, darnos como si no hubiera un mañana.
Pero la batería de la pasión se acaba. Un día nos tocó hacer un alto en el camino. Tres años y medio después de la primera noche, hoy puedo afirmar que, en la relaciones estables y monógamas, nos follamos el concepto de lo que representa nuestra pareja, aunque nunca debemos descuidar un mínimo de vanidad. Aquí pido un poco de seso en vez de sexo con el ánimo de aclarar mi punto: sí, dos cuerpos teniendo sexo son dos cuerpos teniendo sexo y ya. Pero, si hilamos más fino, en una relación larga, luego de tantos días y noches, la libido encuentra su lugar en el amor más que la carne.
Somos animales y el instinto no lo reprime ni cien televisores a todo volumen con misas de Teleamiga. Los seres humanos nos la pasamos deseando, stalkeando cuerpos, no hay un solo día de nuestras vidas en dejemos de desear. No hay mucho que aclarar en este sentido. En cambio, en lo otro sí hay. Usted, señora y señor lector, cuando de sexo con su pareja se trata, ¿qué cree? ¿Desea el cuerpo o el pacto tiene que ver más con lo que representa la persona?
Fuente: El Espectador