Un dilema para la Europa tradicional: ¿aislar a la extrema derecha o...
ActualidadInternacionalesRedes

Un dilema para la Europa tradicional: ¿aislar a la extrema derecha o unirse a ella?

FRANKENSTEIN, Alemania — La llaman la coalición Frankenstein, y no solo por su ubicación.

Cuando la sucursal del partido conservador de la canciller Angela Merkel en Frankenstein desafió a Berlín y formó una alianza con la extrema derecha en el consejo del pueblo, algunos lo consideraron monstruoso.

Para muchos, la alianza violaba uno de los más grandes tabúes en la política alemana: ningún partido tradicional colabora con la extrema derecha.

“Se cruzó un límite”, opinó Eckhard Vogel, el alcalde de Frankenstein, un centrista que no pertenece a ningún partido. “Uno no se puede juntar con gente como esa”.

En Frankenstein, un pequeño pueblo ubicado al suroeste de Alemania, el partido Unión Demócrata Cristiana (CDU, por su sigla en alemán) de Merkel y Alternativa para Alemania sí están juntos, literalmente: son marido y mujer.

Esta es una de las razones por las que el caso ha captado la imaginación de los alemanes en semanas recientes. Otra es la insidiosa cooperación entre partidos tradicionales y la extrema derecha, algo impensable tan solo hace un par de años, que para sorpresa de todos se ha vuelto común a nivel local y podría generar una cascada de consecuencias para la democracia europea.

En toda Europa, los cuestionados partidos tradicionales intentan encontrar la manera de enfrentar la fuerza disruptiva de la extrema derecha: ¿aislarla y contenerla o trabajar con ella con la esperanza de volver a ganarse a los votantes?

En muchos lugares, la extrema derecha es demasiado grande como para ignorarla con facilidad. Después de tres años de la explosión populista, los legisladores de la extrema derecha se han vuelto rostros familiares en muchas legislaturas a nivel local y nacional en países como Noruega, Italia y Dinamarca.

En el ejemplo más reciente, tras dos años de haber unido fuerzas con el Partido de la Libertad, de extrema derecha, el líder del partido conservador de Austria, Sebastian Kurz, se llevó más de 250.000 votos de sus antiguos colaboradores y triunfó de manera contundente en las elecciones celebradas el 29 de septiembre.

A Kurz le ayudó que el Partido de la Libertad se vio involucrado en escándalos que terminaron con su gobierno de coalición. Sin embargo, él también había adoptado gran parte de su agenda en temas como la representación de la migración como una amenaza para la identidad austriaca.

La coalición fortaleció a la centro-derecha y debilitó a la extrema derecha. No obstante, en el proceso también empujó a los conservadores de Kurz y a todo el país hacia la derecha de una forma drástica, lo cual generó esta pregunta: ¿quién está incorporando a quién?

En toda Europa, se está desarrollando un patrón similar. Desde el Reino Unido hasta Noruega, los partidos de centro-derecha y extrema derecha, en teoría enemigos jurados, han colaborado de forma directa o se han apropiado de las plataformas políticas y las bases de votantes del otro.

“Los pactos donde no hay cooperación en general no han durado mucho”, comentó Elisabeth Ivarsflaten, politóloga de la Universidad de Bergen en Noruega, en referencia a las reglas que han establecido los partidos centristas en contra de trabajar con la extrema derecha.

Siguen un patrón, afirmó: “Los pactos donde no hay cooperación son cuestionados o terminan por romperse. Hay experimentos con coaliciones a nivel local, y con el tiempo los experimentos alcanzan el nivel nacional”.

BARRERAS CRISPADAS

En Alemania, los partidos políticos tradicionales establecen un límite oficial claro: cualquier alianza con la extrema derecha está prohibida de manera categórica.

Los funcionarios nacionales del CDU advierten que la cooperación podría legitimar la agenda populista y nacionalista de la extrema derecha y socavar los valores que forman la base de la democracia alemana.

Annegret Kramp-Karrenbauer, la dirigente del CDU y posible sucesora de Merkel, ha acusado a Alternativa para Alemania de crear un “clima intelectual” en el que, en junio, un extremista de ultraderecha asesinó de un disparo a Walter Lübcke, un funcionario regional del gobierno: el primer homicidio de un político en Alemania atribuido a la extrema derecha desde la Segunda Guerra Mundial.

Hace poco tiempo, Kramp-Karrenbauer señaló que quienquiera que esté considerando la idea de trabajar con Alternativa para Alemania (AfD, por su sigla en alemán) “debería cerrar los ojos e imaginar a Walter Lübcke”.

Sin embargo, llevar a cabo una prohibición a nivel local ha demostrado ser difícil. En pueblos pequeños, el rostro local del AfD podría ser el doctor o el bombero. La ideología política parece menos un obstáculo cuando los problemas del día son cosas como la reparación de los caminos y la renovación de la guardería.

Esa podría ser una de las razones por las que cada vez es más común que los gobiernos locales dejen de repetir el mantra de Alemania de aislar a la extrema derecha.

Un reportaje reciente de ARD, la radio pública de Alemania, identificó al menos dieciocho casos de cooperación.

Estos rompimientos a nivel local no solo suceden en Alemania.

Una vez que los partidos de extrema derecha han ocupado cargos durante un periodo o dos, muchos votantes los consideran parte de la norma y castigan a los partidos tradicionales tachándolos de antidemocráticos si los dejan fuera de las coaliciones de gobierno, de acuerdo con un estudio próximo a publicarse dirigido por Ivarsflaten.

Según Ivarsflaten, Europa parece estar repitiendo lo ocurrido en Noruega con el ascenso del Partido del Progreso, de línea dura.

“Durante mucho tiempo, se le consideró un partido con el que no se podía cooperar”, comentó. “Se les percibía como demasiado radicales, demasiado inestables y que su postura en el tema de la inmigración se pasaba de la raya”.

“Poco a poco, con el tiempo, comenzaron a formar parte de los gobiernos locales”, agregó Ivarsflaten, hasta que, por fin, el partido de centro-derecha de Noruega suspendió su prohibición de asociarse con ellos.

El año pasado, los partidos centristas por fin se les unieron en una coalición, y eliminaron casi por completo el tabú.

Por esta razón, políticos como Franziska Brantner, una legisladora de Los Verdes en Alemania, se rehúsan a darle la oportunidad al AfD de gobernar en cualquier nivel.

“Es una pendiente resbalosa”, opinó Brantner, cuyo partido ha tenido éxito recientemente gracias a años de trabajo político a nivel local. “Si el AfD pone un pie en la puerta, el peligro es que la abra de par en par”, mencionó.

EL PRECIO DE LA CONTENCIÓN

No obstante, aislar a la extrema derecha se ha vuelto más costoso.

Aunque el apoyo hacia la extrema derecha ha crecido con lentitud durante décadas, en 2016 y 2017 los partidos nacionalistas de toda Europa cruzaron un umbral significativo al ganar curules en las legislaturas nacionales.

Muchos votantes consideran antidemocrático rehusarse a cooperar con representantes elegidos de manera democrática.

“Es un insulto a los votantes”, comentó Uwe Junge, legislador estatal del AfD y exmiembro del CDU. “¡Como si nosotros fuéramos los antidemocráticos!”.

A medida que los populistas obtienen más curules, las políticas para excluirlos pueden ser contraproducentes, pues se podrían interpretar como una validación del argumento de la extrema derecha de que esta representa la voluntad del pueblo en contra de una élite tradicional y corrupta.

“¿En verdad tenemos tanto miedo?”, cuestionó Martin Patzelt, un legislador conservador alemán y una voz poco común en el partido de Merkel que insta a una colaboración con la extrema derecha. “Los simpatizantes del AfD votan por ellos porque tienen miedo. Y nuestros políticos luchan con el AfD porque tienen miedo”.

“Todo mundo tiene miedo”, afirmó Patzelt. “Pero, si dejas que el miedo te guíe, pierdes tu identidad política”.

En Frankenstein, se está desarrollando una versión de ese mismo debate.

Monica Schirdewahn, la conservadora de Frankenstein que formó una coalición con su marido del AfD, mencionó que estaba obteniendo apoyo de colegas conservadores que quieren reconsiderar el tabú de trabajar con el AfD.

“Esta es una democracia”, comentó. “Si excluyes a un partido, excluyes a sus votantes”.

Frieder Wagner, trabajador jubilado del sector químico que estaba en el bar del pueblo una noche reciente, no estuvo de acuerdo.

“¿No hemos aprendido de la historia?”, cuestionó. Los nazis también llegaron al poder mediante una coalición, comentó. “Y luego murió la democracia”.

c.2019 The New York Times Company

Subscríbete al ABC del Día