Una consternada ciudad mexicana suspira de alivio tras la liberación del hijo del Chapo
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Una consternada ciudad mexicana suspira de alivio tras la liberación del hijo del Chapo

CULIACÁN, México — Días después del asedio de la ciudad de Culiacán por parte del cartel de Sinaloa, los residentes no podían ocultar su alivio: alivio porque el terror había terminado, porque no murieron más personas. Pero también porque las fuerzas gubernamentales que habían capturado al hijo del antiguo jefe del cartel, Joaquín Guzmán Loera, conocido como el Chapo, soltaron a su objetivo en vez de seguir librando una batalla sangrienta.

La liberación del hijo del Chapo, Ovidio Guzmán López, realizada el 17 de octubre por un contingente de soldados mexicanos que se vieron rodeados y superados en armamento, generó amplias críticas al presidente Andrés Manuel López Obrador por haber apoyado la decisión de ceder ante el cartel y, a nivel más general, por no saber atacar la espiral de violencia del país.

Sin embargo, los vecinos de Culiacán, la capital del estado de Sinaloa y el lugar de origen del cartel, no comparten esos sentimientos. Según ellos, esa decisión salvó vidas.

“La gente dice que fue un acto de cobardía, pero, para nosotros, los que de verdad vivimos este infierno, fue la mejor decisión”, afirmó Andrea Hernández, la esposa de un soldado que vive en un complejo habitacional para familias de militares que fue invadido y baleado por sicarios, quienes se llevaron al menos a un soldado como rehén.

“Nadie se pone en nuestros zapatos”, afirmó, y luego explicó cómo se ocultó con su hija en la cocina durante el aterrador enfrentamiento. “¿Qué pasa con nosotros, las familias de los soldados que se quedan aquí solas mientras nuestros esposos están allá afuera combatiendo contra ellos? ¿Nuestras vidas no valen?”.

Aquí, muchas personas dicen que, si Guzmán López no hubiese sido liberado, las consecuencias habrían sido aún peores. Los funcionarios afirman que al menos 14 personas murieron durante los tiroteos, pero, hasta el 20 de octubre, ni las autoridades estatales ni las federales pudieron confirmar esa cifra como definitiva.

“Fue una mala estrategia del gobierno ir a capturarlo sin un mejor plan, mas, luego de esa reacción, la decisión correcta fue dejarlo ir”, afirmó Brenda Medina, una mesera de un pequeño restaurante ubicado cerca de uno de los sitios donde se produjeron tiroteos, en el distrito comercial Tres Ríos. “Todavía estaríamos en la cocina escondiéndonos de las balas si no lo hubieran liberado”.

Carlos Camacho estaba trabajando en una gasolinera cuando una balacera estalló a unos pocos metros, por lo que él y otra docena de personas tuvieron que esconderse en un pequeño almacén detrás del edificio. Según algunos testigos, el enfrentamiento fue tan intenso que los policías les pidieron agua y afirmaron haberse quedado sin municiones.

Según Camacho, haber soltado a Guzmán López fue la decisión correcta, pues “de lo contrario esto habría sido una masacre”.

Los ciudadanos de Culiacán conocen bien la violencia. Sin embargo, la magnitud del caos del 17 de octubre conmocionó a los residentes y los obligó a encerrarse durante gran parte de ese día y del siguiente. La mayoría de los negocios permanecieron cerrados, se suspendieron las clases y las calles estuvieron desiertas.

A partir de la mañana del 19 de octubre, la ciudad empezó a regresar lentamente a la normalidad. Se remplazaron los vidrios rotos, ya se habían recogido los cuerpos de las calles y se limpiaron los residuos de las balas, las llantas y los carros incendiados.

Pero las huellas de la violencia estaban por todas partes. Edificios gubernamentales, restaurantes y casas quedaron marcados con agujeros de balas. Muchos residentes quedaron marcados con el trauma de lo que habían vivido.

Noé Isauro Beltrán, de 39 años, estaba teniendo un día normal en el taller mecánico donde trabajaba, cuando varios sicarios del cartel abrieron fuego en el cruce de dos calles importantes. Aparentemente, Beltrán estaba intentando cerrar la persiana metálica del taller para proteger su integridad y la de las otras personas que estaban adentro, cuando una bala perdida le dio en el estómago y lo mató.

“¿Qué voy a hacer ahora?” preguntó su esposa Rocío Armenta, con lágrimas en los ojos. “¡Él era inocente!”.

La pareja tiene tres hijos.

La tarde del 19 de octubre, una gran comitiva del ejército y la policía estatal patrulló la ciudad. Horas después, cientos de miembros de las fuerzas especiales militares llegaron para montar puestos de control.

Cristóbal Castañeda, secretario de Seguridad Pública del estado, confirmó que las fuerzas locales “no tuvieron conocimiento” y no formaron parte de la operación militar para capturar a Guzmán López. Se enteraron del objetivo —y el fiasco— horas después de que el narcotraficante había sido liberado.

“Creo que las consecuencias son obvias”, afirmó Castañeda. “Hicimos lo que pudimos con la información que teníamos, que fue simplemente reaccionar a los múltiples reportes de tiroteos y tratar de proteger a los ciudadanos de la mejor manera posible”.

Mientras la ciudad intenta seguir adelante, algunos residentes están preocupados por las repercusiones de la liberación de Guzmán López. Como los líderes del cartel lograron forzar a las autoridades para que cedieran a sus demandas atacando a la población, podrían volver a hacerlo, afirmó Osvaldo García, un empleado de una tapicería.

“Esto causará una reacción parecida a la de un niño haciendo berrinches”, afirmó García, quien vio cómo unos hombres armados incendiaron un autobús para bloquear una avenida. “De ahora en adelante, el cartel tendrá arrebatos violentos cada vez que no obtengan lo que quieren”.

c.2019 The New York Times Company

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