La muerte del fundador y el líder del Estado Islámico a manos de comandos estadounidenses que operaban en Siria sin duda seguirá debilitando al movimiento islámico más vil y letal que haya surgido en el Medio Oriente durante la era moderna.
Ciertamente, el mundo es un mejor lugar tras la muerte de Abu Bakr Al Baghdadi y con una cierta justicia ejecutada a nombre de todas las mujeres a las que el Estado Islámico violó, todos los periodistas a los que decapitó y las decenas de miles de sirios e israelíes a los que este grupo agredió. Hay que felicitar al presidente Donald Trump por ordenar el asesinato, a los agentes de inteligencia que lo organizaron, a los aliados que ayudaron y a las Fuerzas Especiales que lo llevaron a cabo.
Sin embargo, esta historia está lejos de terminar y podría tener varias implicaciones inesperadas. Comencemos por las domésticas.
Trump fue efusivo al alabar a las agencias de inteligencia estadounidense que encontraron y rastrearon a Al Baghdadi hasta su guarida en Siria, la cual hizo estallar con él en su interior para evitar ser capturado. En su conferencia de prensa, Trump habló sin parar sobre cuán buenos eran los hombres y las mujeres de nuestras agencias de inteligencia.
Pues bien, Sr. Presidente, esas son las mismas agencias de inteligencia que le dijeron que Rusia había intervenido en nuestras elecciones pasadas en un esfuerzo por inclinar el voto a su favor y en contra de Hillary Clinton (y que todavía sigue interviniendo). Cuando nuestras agencias de inteligencia hicieron pública esa realidad, usted cuestionó su integridad y calidad.
Así que gracias por aclarar esa confusión. Ahora sabemos que los mismos servicios de inteligencia que han sido heroicos en su labor para protegernos de aquellos que quieren atacar a nuestra democracia constitucional desde el extranjero son los mismos héroes que se han esforzado de más para proteger nuestra democracia constitucional desde adentro. A diferencia de usted, ellos se tomaron en serio su juramento de hacer ambas cosas.
En lo que respecta al futuro del Medio Oriente, no olvidemos que el Estado Islámico fue la organización yihadista de musulmanes sunitas que surgió después de que el gobierno del presidente Barack Obama eliminó a quien anteriormente ostentaba el título de peor persona del mundo, Osama bin Laden. La muerte de Al Baghdadi —una buena noticia en sí misma— no es el fin de nuestros problemas en el Medio Oriente y los que provienen de ahí.
El esfuerzo de Trump por minimizar el hecho de que Obama eliminara a bin Laden —mientras exaltaba el asesinato de Al Baghdadi como la clave para crear la paz absoluta— solo demuestra cuán ignorante es sobre lo que ocurre en la región.
El Estado Islámico surgió en 2014 como producto de tres facciones o movimientos separados, como señalé en una columna allá por el año 2015.
Una facción estaba compuesta por voluntarios extranjeros. Algunos eran yihadistas de mano dura, pero muchos eran perdedores, inadaptados, buscadores de aventuras y jóvenes que nunca habían ostentado el poder, tenido un trabajo o acariciado la mano de una mujer, y se unieron al Estado Islámico para lograr esas tres cosas. El Estado Islámico ofrecía un salario, poder y liberación sexual a los hombres y mujeres provenientes de sociedades cerradas o culturas donde ninguna de estas cosas era posible.
La segunda facción del Estado Islámico —su cerebro y pilar militar— estaba compuesta por exoficiales del Ejército bahatista sunita y lugareños y tribus sunitas iraquíes, que apoyaban de manera pasiva al Estado Islámico. Los sunitas iraquíes constituyen alrededor de una tercera parte de la población de Irak. Ellos habían gobernado Irak desde hacía generaciones y muchos sunitas en el Ejército iraquí se sentían furiosos, humillados y frustrados por la manera en que la invasión de Irak por parte de Estados Unidos había trastocado ese orden y puesto a la mayoría chiita iraquí en el gobierno.
La tercera facción del Estado Islámico estaba integrada por los verdaderos ideólogos religiosos, encabezados por Al Baghdadi. Ellos tenían su propia versión apocalíptica del islam. Sin embargo, esta no habría llegado tan lejos ni se habría extendido tanto de no ser por las dos primeras facciones mencionadas anteriormente.
Esto nos lleva de vuelta a Trump y su política exterior. Trump nunca ha conocido un dictador que no le haya agradado. No está viendo que el próximo Al Baghdadi se está incubando ahora en alguna prisión de Egipto, donde el presidente de Egipto Abdulfatah el Sisi, a quien Trump alguna vez de hecho llamó “mi dictador favorito”, no solo está emprendiendo redadas en contra de yihadistas violentos sino también de periodistas liberales, activistas y políticos no violentos. Su único delito es querer opinar sobre el futuro de su país y ayudar a crear un entorno en el que puedan desarrollar su potencial pleno, de tal modo que no tengan que buscar dignidad, poder, un empleo o la mano de una mujer en grupos extremistas como el Estado Islámico.
Cuando Trump exalta a Al Baghdadi como su víctima favorita y a el Sisi como su dictador favorito, todo lo que está haciendo es caminar en círculos sin avanzar. De hecho, no estamos yendo a ninguna parte.
Y eso me devuelve a Siria. Los sunitas sirios apoyaron al Estado Islámico por la misma razón que los sunitas iraquíes lo hicieron. Irán, Hezbolá, el grupo paramilitar que apoya a Irán, el régimen sirio alauita de Bashar al Asad y Rusia han colaborado en conjunto para crear un gobierno de minoría chiita pro-Irán en Damasco, Siria. ¡Claro que le dieron a Trump vía libre para matar a Al Baghdadi! Su muerte hace que les sea mucho más fácil gobernar Siria sin compartir el poder con los sunitas. Mientras ese sea el caso, no habrá estabilidad en esa parte del mundo.
Por último, Trump habló largo y tendido en su conferencia de prensa sobre cómo él, en su infinita sabiduría, dejaba el Ejército estadounidense en Siria para proteger los campos de petróleo que se encuentran ahí, de tal modo que tal vez las empresas petroleras estadounidenses pudieran explotarlos. Incluso alardeó de que, aunque él estaba en contra de la Guerra de Irak, debimos habernos hecho del control de todos los campos petroleros de Irak para pagar el costo de esta.
Estas palabras son repugnantes, además de ser una receta para que haya problemas en el futuro. Si Estados Unidos tiene alguna participación en el Medio Oriente hoy, no es proteger los pozos petroleros, sino proteger y mejorar lo que describo como las “islas de la decencia”.
Estos son lugares como el Kurdistán iraquí y sirio, Jordania, los Emiratos Árabes Unidos, Omán, Líbano y las frágiles democracias de Túnez y Bagdad. Ninguno de estos son democracias desarrolladas; Omán, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos son monarquías. Pero la perfección no figura en el menú del Medio Oriente en este momento. Además, estos países sí promueven versiones más moderadas del islam y la tolerancia religiosa, empoderan a sus mujeres y fomentan una educación moderna.
Estos son los antídotos necesarios contra el Estado Islámico, aunque no son suficientes. Vale la pena mantenerlos y mejorarlos en aras de que puedan desarrollarse y un día convertirse en algo mejor para todos sus pueblos. Basta ver las protestas democráticas en Líbano. Podemos ver la dirección que quieren tomar los jóvenes.
Solo Trump fanfarronearía sobre derrocar al Estado Islámico y sobre pensar que lo único que se tiene que hacer ahora es proteger los pozos petroleros en el Medio Oriente y a los dictadores favoritos de Estados Unidos, en lugar de sus fuentes de decencia.
c. 2019 The New York Times Company