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Kanye West, hereje por naturaleza, encuentra a Dios

Quizá parezca desorientador que Kanye West, a sus 42 años, haya dado un giro drástico a su carrera para incursionar en la música de alabanza. Sin embargo, West siempre ha creado ese tipo de música, tanto en su adopción literal de la iconografía y los temas religiosos como en su creencia de que las canciones deben ser un medio para explorar los conflictos morales, las consideraciones filosóficas y la alabanza eufórica. Lo único que ha cambiado es la presentación.

“Jesus Is King”, su noveno álbum de estudio, lanzado la semana pasada después de una serie de retrasos, se apega perfectamente a la obra de West. Es un álbum más comprometido e intenso que “Ye”, del año pasado, aunque no se acerca a la solidez de “The Life of Pablo” de 2016. Es elemental y curiosamente eficaz, emotivamente contundente y estructuralmente austero. Transmite una sensación de prontitud y urgencia; las canciones exploran el territorio conocido de West, pero con pocos temas que vayan más allá de la fe.

Desde 2008, cuando deconstruyó su fanfarronería con “808s & Heartbreak”, pero sobre todo desde el desplazamiento teutónico e industrial de “Yeezus” en 2013, West ha ofrecido una paleta más conformada por texturas que por rimas, temas o melodías. Sus versos se han vuelto más breves y furiosos (y ha dicho que no siempre los escribe él), además, sus mejores canciones funcionan principalmente en niveles viscerales y no textuales.

El resultado es “Yeezus”, que significa Jesucristo, lleno de sobresaltos sónicos robustos. West sabe que los coros de góspel tienen una potencia magnífica, y lo muestra en la primera pista del álbum, “Every Hour”. Es como un reloj despertador que le ayuda a deshacerse de la fatiga del último par de años.

El coro es un participante recurrente a lo largo de este breve álbum de 27 minutos —West hace poco anunció que lanzaría un álbum completo junto con su coro Sunday Service en diciembre— pero no es el único tema que se explora en el disco. “Selah” aumenta su intensidad hasta que West cita versos de la Biblia al ritmo de percusiones que suenan como puertas cerrándose, lo cual insinúa el estallido de un despertar religioso. “Use This Gospel” comienza con una melodía persistente y punzante que irradia ansiedad, desorientación y una necesidad apremiante de curarse. “Use this gospel for protection/It’s a hard road to heaven (Usa este evangelio para protegerte/El camino al cielo es arduo)”, canta, con la vulnerabilidad que transmitió en “808s & Heartbreak”.

West combina el canto con el rap —su canto es tentativo y a veces sumiso, como el de un niño que da sus primeros pasos. A veces, su manera de rapear es ácida —“Everybody wanted ‘Yandhi’/Then Jesus Christ did the laundry (Todos querían a ‘Yandhi’/Después Jesucristo lavó la ropa)”, dice en “Selah”, refiriéndose al álbum que canceló para poder crear este. En “Hands On”, rapea sobre la redención con el mismo fervor que alguna vez aplicó en exceso: “Told the devil that I’m going on a strike/Told the devil when I see him, on sight/I’ve been working for you my whole life (Le dije al diablo que estaré en huelga/Le dije al diablo cuando lo vi/’He trabajado para ti toda mi vida’)”.

En las demás canciones, su rap menos ambicioso se rodea de cantantes invitados que trascienden —Ant Clemons en la excelente “Water”, y Clemons y Ty Dolla Sign en “Everything We Need”. En “Use This Gospel”, una de las mejores del álbum, su propio canto entregado a la oración es una introducción a los versos consecutivos de The Clipse (Pusha-T y No Malice), los hermanos que no habían aparecido juntos en un disco desde hace diez años, cuando Malice encontró a Dios y se cambió el nombre. (Ambos tienen crédito como autores en otras canciones del álbum: “Selah” y “Closed on Sunday”). También hay un beatífico solo de saxofón interpretado por Kenny G, un bálsamo incluso para los más pecadores.

En ocasiones, West depende de metáforas torpes, como en “Closed on Sunday”, con su comentario extendido acerca de la cadena de comida rápida Chick-fil-A. Sin embargo, lo más destacable de las letras de “Jesus Is King” es lo bien que combinan con los proyectos anteriores de West. Las secciones largas de algunas de estas canciones, como “Follow God” no son particularmente religiosas en absoluto. La indignación, la autocrítica, la perseverancia… todo eso podría venir de cualquiera de los álbumes de West. Su fe en Dios, con ese protagonismo reciente, no es tan distinta de la fe que siempre ha tenido en sí mismo.

Lo distinto es la presentación, la insistencia en que esta época consiste en un giro drástico más que una evolución progresiva. En parte, esa es una respuesta a los últimos años de la vida pública de West, en la que su apoyo expreso al presidente Donald Trump y sus comentarios antihistóricos sobre la esclavitud han alejado a buena parte de sus fanáticos. Su despertar religioso se ha descrito de manera escéptica y a veces despectiva, como un intento de hacer una enmienda.

Las otras partes de este proyecto insinúan que West está amplificando la intensidad de su compromiso, como con la película para Imax también titulada “Jesus Is King”, lanzada la semana pasada, y los últimos meses de presentaciones de Sunday Service, servicios cuasirreligiosos en los que West ha dejado que su coro sea el protagonista con canciones clásicas de góspel junto con éxitos de los géneros pop y R&B en versión de alabanza.

La película de “Jesus Is King” es más ligera que el álbum, aunque funciona de manera similar, dando prioridad a las texturas y a las imágenes a gran escala por encima de los detalles narrativos. Es una serie de viñetas de actuaciones filmadas en vivo en el cráter Roden, el proyecto austero de Land Art de James Turrell en el desierto de Arizona. En la escena más poderosa, la cámara apunta al cielo desde el suelo, grabando al director del coro mientras dirige al grupo en una versión de “How Excellent”. Es estruendosa y elegiaca, e insinúa un tipo de música que emana del vientre de la Tierra y estalla hacia el cielo.

Es significativo que el coro sea una parte central; por ejemplo, un segmento se enfoca de manera exclusiva y amorosa en el rostro de una de las cantantes del coro. Cuando West aparece, lo hace con gestos serviciales: lo filman con su mano sobre el piano mientras observa discretamente al coro; barriendo el piso; cantando suavemente, en contraste extremo con el poder del coro; cargando a su nuevo bebé. No hay historia explícita en la película, pero el mensaje recurrente es el sometimiento de West a los poderes que están más allá de su control.

Está claro que actualmente la música absorbe una fracción mínima de la atención de West, pues está casado y tiene cuatro hijos, dirige una compañía exitosa de ropa y calzado, y está explorando el diseño de viviendas sustentables, pero en la entrevista, dice que sigue creando música como responsabilidad cósmica, un símbolo de su fe: “Creo que, como Dios me ha dado un don por el que he orado y que les encanta a tantas personas, si dejo de hacerlo, Él podría comenzar a quitarme otras cosas”.

En otras palabras, la música es el ancla. Que la incursión de West en la música góspel se haya recibido con escepticismo no es una situación distinta de cuando enfrentó dudas durante sus inicios en el hip-hop durante la primera década del milenio. En ese entonces, era un hombre atípico e innovador con carisma y fuerza de voluntad que la gente aceptó a regañadientes. Pero con el tiempo, su herejía ha terminado por parecerse mucho a la fe. Es curioso que ese haya sido el resultado.

c. 2019 The New York Times Company

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