Los últimos días de las peleas de gallos legales en Puerto Rico - N Digital
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Los últimos días de las peleas de gallos legales en Puerto Rico

VEGA BAJA, Puerto Rico — Hiram Figueroa cría gallos de pelea, una tradición puertorriqueña de la época de los conquistadores españoles que aprendió hace medio siglo, cuando era un adolescente, y luego se la enseñó a su hijo. Juntos ejercitan a sus aves, les cortan las plumas y les dan cuidadosos baños de esponja.

Ahora, hileras de jaulas polvorientas yacen vacías en el patio trasero de Figueroa, un recuerdo de su profesión que está por desaparecer.

Él solía tener unas 250 aves de pelea escondidas detrás de su modesto hogar en Vega Baja, un pueblo al oeste de San Juan, la capital. Ahora tiene cerca de la mitad, una disminución tan grande que un vecino le dijo que a veces no escucha el canto incesante de las aves. Los hombres que son dueños de la mayoría de las aves y pagan a los Figueroa por su cuidado compraron menos polluelos este año, al saber que no los necesitarían durante mucho tiempo.

Las peleas de gallos serán ilegales en Puerto Rico y otros territorios estadounidenses a partir de diciembre, una prohibición que desde hace tiempo era necesaria en opinión de los defensores del bienestar animal que consideran la práctica como cruel y anticuada. Luisiana, el último estado en permitir las peleas de gallos, las prohibió hace más de una década, en 2008. Sin embargo, a diferencia de la legislación estatal que fue promulgada por representantes electos, esta prohibición fue aprobada por el Congreso, una instancia en la que los 3,2 millones de habitantes de Puerto Rico no cuentan con un miembro que participe en las votaciones. Los legisladores incluyeron esta medida en la Ley de Mejora a la Agricultura, por lo que tomaron desprevenido incluso al gobierno de Puerto Rico.

Desde entonces, la ansiedad se ha apoderado de Figueroa y de otros que ganan dinero con las peleas de gallos. Una recesión ha ahorcado a la economía puertorriqueña durante 13 años. La industria calcula que emplea, de manera directa e indirecta, a unas 20,000 personas.

“Esta es nuestra vida”, dijo Figueroa recientemente mientras lanzaba granos de maíz secos en los platos de comida para las aves. “Si nos quitan esto, ¿qué vamos a hacer? Tengo 70 años. Nadie me dará un trabajo”.

En un territorio donde las personas sienten un profundo resentimiento por los frecuentes desaires de Washington, la prohibición impuesta ha sido considerada por la mayoría de los que han estado involucrados en las peleas de gallos como una violación de los derechos de los puertorriqueños para tomar sus propias decisiones y proteger su legado cultural. Algunos interpusieron demandas en la corte federal, con la esperanza de revertir esta medida antes de que entre en vigor el 20 de diciembre.

El 28 de octubre, el juez Gustavo Gelpí de la Corte de Distrito de Estados Unidos en San Juan confirmó la prohibición, al decir que el Congreso tiene el poder de legislar sobre territorios, incluso si un “predicamento antidemocrático” existe en Puerto Rico. Félix Román Carrasquillo, abogado para aquellos involucrados en la industria de las peleas de gallos, dijo que la prohibición indicaba que miembros del gobierno federal vieron a Puerto Rico como una colonia inferior y regresiva, incapaz de cuidarse a sí misma.

“Piensan que este es un lugar salvaje, lleno de prostitutas y ladrones”, dijo Román.

“En Estados Unidos cazan venados, ¿y qué daño le han hecho a cualquier persona?”, dijo Figueroa, quien comenzó a criar gallos de pelea a los 16 años. “Las aves van a pelear de todos modos. Las preparamos para defenderse a sí mismas”.

Criar gallos agresivos para peleas, a menudo a muerte, con el objetivo de apostar y como entretenimiento es barbárico, dijo Yolanda Álvarez, exdirectora de la Sociedad Humanitaria de Puerto Rico, que trabaja en una tesis doctoral sobre la historia de las peleas de gallos en la isla.

Dijo que aceptar la práctica solamente respalda a una potencia colonial —España, que trajo las peleas de gallos a Puerto Rico en 1700— sobre otra. Previamente, Estados Unidos había prohibido la práctica en el territorio a principios del siglo XX, y Puerto Rico legalizó las peleas de gallos en 1933.

“No tiene ninguna relación con nuestra cultura”, dijo Álvarez. “E incluso si la tuviera, la cultura no es estática. La cultura se transforma a sí misma”.

En una tarde reciente, una pequeña multitud se reunió en la gallera en el pueblo de Hatillo. Ángel Luis Narváez Rodríguez, el árbitro, portaba una copia de las regulaciones cuyas hojas tenían dobladas las esquinas para señalar algunos puntos específicos. Un inspector del gobierno cuya familia comenzó el club de pelea de gallos local llegó para monitorear el desarrollo.

Dos aves, identificadas para la pelea como Colorado y Azul, se enfrentaron. Brevemente, ambas se movieron en círculos, una alrededor de la otra. Entonces, Azul atacó. Colorado brincó. Aletearon. Las plumas alrededor de su cuello se levantaron. Los espectadores, algunos de los cuales sostenían bebidas alcohólicas en vasos de plástico, gritaron sus apuestas.

“¡20 a favor de Azul!”, “¡Pago el doble!”.

Colorado cayó. Las plumas volaron en el aire. Colorado titubeó para levantarse. Tres minutos después, con Azul tirado y sangrando, Colorado fue declarado el ganador.

Los párpados de Azul estaban cerrados debido a la inflamación, y escurría sangre de su cuerpo. Un entrenador llevó al ave de manera rápida a un cuarto trasero donde Geraldy Rodríguez Pérez, de 21 años, lo limpió en un lavabo y llenó su cresta con ungüento antiinflamatorio. Después, Rodríguez le dio algunos puntos de sutura al ave. Cuando un gallo empata una pelea y termina demasiado lastimado, Rodríguez le parte el cuello.

El gallo fino de pelea se encuentra por toda la isla. Las mascotas del campus principal de la Universidad de Puerto Rico son un gallo y una gallina. Este verano, los legisladores estatales develaron un monumento al “deporte de los caballeros” detrás del capitolio de Puerto Rico. Es la estatua en bronce de un gallo.

El mundo de las peleas de gallos está compuesto principalmente por hombres. Los más adinerados (empresarios, médicos) son propietarios de gallos y contratan personal para cuidarlos. Algunos dueños han comenzado a mover a sus aves a la República Dominicana, en donde las peleas de gallos siguen siendo legales, como ocurre en otros lugares de Latinoamérica.

Andrés Ortiz, de 79 años, que está a cargo de una tienda de suministros y alimento animal con su hijo en el pueblo de Cataño, dijo que las ventas de alimento para aves han disminuido un 40 por ciento en anticipación a la prohibición.

Sin embargo, incluso antes de la próxima prohibición, el número de clubes de peleas de gallos registrados ha disminuido a 71 de más de 100. Los activistas afirman que es una indicación de la pérdida de interés. Aunque no ha habido una encuesta independiente, la Sociedad Humanitaria de Estados Unidos, que cabildeó al Congreso para la prohibición, encargó una encuesta realizada a 1000 puertorriqueños en 2017 que descubrió que 43 por ciento respaldaban la prohibición y 21 por ciento se oponía a ella.

La prohibición impide organizar y promover peleas de gallos o usar el Servicio Postal para promocionar la práctica. Ser propietario de gallos de pelea y asistir a los combates ya era ilegal antes de la Ley de Mejora de la Agricultura, aunque esas restricciones no parecen haber sido aplicadas.

Muchos esperan que esta actividad se convierta en algo clandestino, como lo ha sido en la porción continental de Estados Unidos desde que las peleas de gallos fueron prohibidas.

Con la esperanza de brindar fuentes de ingresos alternativas, el gobierno de Puerto Rico, que legalizó las apuestas deportivas en julio, dijo que no cobraría las cuotas de licencia para las galleras que se conviertan en salones de apuestas.

Por ahora, las galleras siguen recibiendo a clientes frecuentes que insisten que el pasatiempo ya se ha hecho más humanitario.

Las peleas ahora están limitadas a 12 minutos —10 minutos para los gallos más jóvenes— o menos si un ave permanece en el piso durante 60 segundos. Las espuelas de metal que alguna vez se vendían por 200 dólares la pieza están prohibidas; las de plástico que ahora se usan cuestan 5 dólares cada una. Los miembros del personal analizan plumas en busca de indicios de dopaje. “Hemos evolucionado”, dijo Orlando Vargas, presidente del Club Gallístico de Puerto Rico. “No nos oponemos a modificar las galleras. Ciertamente siempre hay espacio para mejorar la cultura”.

c.2019 The New York Times Company

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