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La división en Yakima es la división en Estados Unidos

Por: Dionne Searcey y Robert Gebeloff

YAKIMA, Washington — Dulce Gutiérrez escuchó la voz molesta mientras hablaba en español con un grupo de estudiantes que se había reunido voluntariamente con el fin de entregar folletos para su campaña al ayuntamiento.

La voz provenía del otro lado de la calle, donde una mujer blanca mayor estaba de pie en su porche delantero. Gutiérrez ya había soportado el escarnio pero en esta ocasión, frente a adolescentes ilusionados, las palabras quemaron como el fuego. De hecho, la hicieron entrar en calor.

Ella también quería gritar. Quería decirle a la mujer que era una racista. Quería que supiera cuán duro ella, hija de trabajadores migrantes del campo, había trabajado para estar ahí, ofreciendo a los latinos la posibilidad de tener voz en una comunidad donde durante mucho tiempo se habían sentido excluidos.

“¡Regresa a México!”, gritaba la mujer. “Ay”, fue todo lo que Gutiérrez recuerda haber musitado en respuesta. “Eso duele”.

Gutiérrez logró ganar un lugar en el Ayuntamiento de Yakima City y fue una de las primeras mujeres latinas que resultó electa en la comunidad Central de Washington de casi 94.000 miembros, en la que el número de latinos se ha duplicado en solo una generación, y ahora suma casi la mitad del total de la población.

Los cambios en este valle agrícola, conocido como la nación de la canasta de la fruta, reflejan las tendencias demográficas de varias ciudades estadounidenses donde la población se está haciendo cada vez menos blanca. Gutiérrez representa un cambio importante no solo debido a su etnicidad, sino también a su edad, tenía 26 años cuando resultó electa por primera vez. En Yakima, es casi el doble de probable que los adultos jóvenes sean latinos en comparación con los adultos de mayor edad.

En muchas ciudades estadounidenses que se diversifican, la dinámica de la edad es igual de sorprendente, según descubrió un análisis de The New York Times. En casi cien áreas metropolitanas de Estados Unidos —desde Santa Fe, Nuevo México, hasta Nueva York y decenas de ciudades intermedias— la mayoría de los residentes mayores de 45 años son blancos, pero son minoría en los segmentos de menor edad.

Ese tipo de cambios demográficos están definiendo el momento político de Estados Unidos, mientras el presidente Donald Trump aviva las tensiones raciales con medidas enérgicas contra la migración, planes para construir un muro a lo largo de la frontera mexicana y comentarios denigrantes, como decirles a cuatro congresistas demócratas de color que “regresaran” a sus países “de origen”.

A nivel local, los cambios demográficos también están generando cambios políticos. En Yakima, el mismo año en el que tomaron protesta los primeros miembros latinos del ayuntamiento, la comunidad también votó de manera abrumadora por Donald Trump, aunque el estado de Washington votó por Hillary Clinton. El día de las elecciones, el condado de Yakima se unió al resto del estado en el rechazo a una medida que habría restaurado la acción afirmativa y menos latinos formarán parte del Ayuntamiento de Yakima a partir de enero.

En el valle de Yakima abundan las manzanas, las peras, el lúpulo y las cerezas, a tal grado que a los productores se les dificulta contratar la cantidad de trabajadores que son necesarios para la cosecha. Los agricultores encontraron mano de obra dispuesta en los mexicanos que comenzaron a llegar en grandes cantidades para cubrir la escasez de trabajadores en época de guerra en la década de 1940 y otros que posteriormente huyeron del desempleo en aumento y la crisis financiera en sus países de origen. Muchos vinieron a Yakima con visas provisionales y regresaron a casa después de las cosechas.

A medida que las granjas se expandieron y los almacenes con refrigeración ofrecieron empleos todo el año, algunos trabajadores mexicanos se quedaron ilegalmente. En 1986, muchos aprovecharon el programa de amnistía del presidente Ronald Reagan que les otorgaba la posibilidad de obtener la ciudadanía. Sus familias crecieron y los trabajadores de México y otros países centroamericanos siguieron llegando.

Los niños latinos (incluida Gutiérrez) comenzaron a poblar los salones de Yakima, algunos como ella, llegaron hablando poco o nada de inglés. En 1999, por ejemplo, la Escuela Preparatoria Eisenhower de Yakima dijo que su cuerpo estudiantil estaba compuesto por un 23 por ciento de latinos y un 70 por ciento de blancos. En una década se invirtieron los segmentos, ya que los estudiantes latinos fueron la mayoría.

No obstante, para algunos residentes de toda la vida, lo familiar se estaba volviendo irreconocible. Algunos padres blancos se quejaron de que las presentaciones en las escuelas eran en inglés y en español.

Desde hace mucho tiempo, la división social de Yakima se ha definido por una división física. Varias familias blancas viven en el lado oeste. Ahí, entre casas de ladrillo y pastos verdes, la ciudad tiene un centro comunitario —decorado con arte occidental, una sala de billar y una chimenea de piedra de dos pisos— que le presta servicio principalmente a una enorme población de la tercera edad. En el lado este donde la mayoría de la población es de origen latino, y en algunos barrios los niños conforman casi un 40 por ciento del número total de residentes, los dos centros comunitarios de la ciudad atienden a los niños, y tienen el atractivo de contar con un hospital, con pisos de linóleo y luces fluorescentes.

Aunque todos los centros comunitarios de Yakima reciben fondos públicos, el centro para personas de la tercera edad del lado oeste se ha beneficiado más de donaciones privadas, según dijeron los funcionarios de la ciudad.

La alcaldesa Kathy Coffey, cuyo abuelo también fue alcalde de Yakima, dijo que no cree que existan desigualdades en los servicios entre la población latina y la blanca de la comunidad. No obstante, entiende que “en términos de percepción, están aquellos que sienten que estamos frente a un problema real”.

Esas percepciones motivaron una demanda respaldada por la Unión Americana de Libertades Civiles en 2012 con el argumento de que el sistema electoral para el Ayuntamiento de Yakima diluía el voto latino, bloqueando la representación minoritaria.

Un juez federal se puso del lado de los demandantes y determinó que los electores latinos estaban “en una marcada desventaja matemática” y que sus votos “se habían diluido de manera ilegal”.

Yakima se dividió en distritos, dándole al lado oeste la posibilidad de tener dos escaños en el consejo de siete miembros. Gutiérrez presentó su candidatura para representar a uno de los distritos del lado este y dio inicio a una campaña bilingüe en la primavera de 2015.

Sus materiales de campaña prometían que mejoraría la ciudad “barrio por barrio, calle por calle”.

Los residentes latinos de Yakima tienen el doble de posibilidades de vivir por debajo de la línea de la pobreza en comparación con los residentes blancos y casi la mitad de la población latina no cuenta con un diploma de estudios medios superiores. Algunos de los votantes de Gutiérrez no saben qué es un Ayuntamiento, comentó ella.

“Ese no es un obstáculo para los blancos que compran una suscripción al periódico y hablan bien inglés y se sienten cómodos entre las figuras de autoridad. Tienen la firme sensación de que tienen derechos en el gobierno y creen que pueden venir al Ayuntamiento a gritarnos y demostrar su molestia”, comentó Gutiérrez, quien trabajó en almacenes en su adolescencia durante la temporada de cosecha de la cereza.

Sus electores latinos no tienen ese nivel de comodidad. “La gente no sabe qué puede pedirles a los funcionarios gubernamentales. No tienen ningún vínculo con ellos”, dijo.

Gutiérrez implementó un programa de mentoría para que miembros del consejo municipal apadrinaran a niños desfavorecidos. Luchó para que se hicieran más aceras, cruces peatonales y luminarias en los barrios del lado este.

Gutiérrez decidió no reelegirse, así que dejará el cargo cuando finalice su periodo al terminar este año. Planea matricularse en la facultad de derecho, mudarse a una ciudad más grande, incluso tal vez Washington, D.C., donde pueda participar en la política federal y, luego de eso, regresará a Yakima.

Está usando el resto de su periodo para seguir cumpliendo su promesa de campaña de mejorar la ciudad “calle por calle”.

En una tarde reciente, Gutiérrez estaba visitando a una votante que había llamado a su oficina para pedir una luminaria nueva. La consejera conocía la casa. Respiró profundo y caminó hacia el porche, el mismo porche donde hacía cuatro años Margery Guthridge le había gritado “regrésate a México”.

Guthridge forma parte de una minoría blanca en un distrito de mayoría latina; ha vivido en su casa durante siete años. Dice que el barrio era bravo cuando se mudó originalmente pero que, en los últimos tiempos, ha comenzado a serenarse.

Sus vecinos que hablan español le llevan platos de comida cuando hacen carne asada. Con su impulso por tener calles mejor iluminadas y nuevos bordes en las aceras, Gutiérrez ha logrado que el barrio sea más seguro. Guthridge dijo que lamenta haberle gritado.

“Quiero olvidarlo. De verdad no quise decir eso”, dijo. “Desde entonces he madurado un poco. Entiendo más a la gente. Y lo lamento mucho”.

c.2019 The New York Times Company

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