Por David M. Halbfinger
Boicotear a Israel no ha servido de nada y solo ha conseguido ayudar a ese país mientras que ha causado estragos en las naciones árabes que desde hace mucho han rechazado al Estado judío. Al menos eso es lo que opina un pequeño grupo nuevo conformado por pensadores liberales árabes que provienen de todo el Medio Oriente, quienes están abogando por entablar relaciones con Israel porque, según ellos, eso ayudaría a sus sociedades e impulsaría la causa palestina.
Este grupo ha convocado a periodistas, artistas, políticos, diplomáticos, estudiosos del Corán y a otros actores de origen árabe que comparten la noción de que aislar y satanizar a Israel les ha costado miles de millones de dólares en comercio a las naciones árabes. Opinan que esta postura también ha socavado los esfuerzos palestinos por desarrollar instituciones para un Estado futuro y ha desgarrado el tejido social árabe, puesto que líderes étnicos, religiosos y nacionales rivales implementan cada vez con mayor frecuencia tácticas probadas primero en contra de Israel.
“Los árabes son las primeras —y únicas— víctimas del boicot”, declaró Eglal Gheita, abogada egipcio-británica, en una reunión inaugural esta semana en Londres.
El grupo, autodenominado el Consejo Árabe para la Integración Regional, no pretende representar la opinión del público árabe en general. Sus miembros apoyan un punto de vista que es, por decirlo de manera moderada, políticamente incorrecto en sus países de origen; algunos ya han sido repudiados por estar a favor de una conciliación con Israel y otros han expresado temor a enfrentar represalias cuando regresen a sus países.
Aun así, las pocas decenas de miembros incluyen a más de un par de figuras célebres de lugares tan variados como Marruecos, Libia, Sudán, Egipto, Líbano, Irak y el golfo Pérsico, muchas de las cuales han empezado a alzar la voz, en diferentes niveles, a favor de entablar acuerdos con Israel. El nombre más reconocible —al menos ante la mirada occidental— quizá sea el de Anwar Sadat, sobrino y tocayo del presidente egipcio que cerró el primer acuerdo de paz árabe con Israel. También es detractor del presidente Abdulfatah el Sisi y fue expulsado del Parlamento egipcio en 2017.
Uno de los organizadores principales del consejo, Mustafa el Dessouki, el editor general egipcio de una prestigiosa revista informativa financiada por Arabia Saudita, Majalla, comentó que, en su recorrido por la región en años recientes, ha conocido a muchos árabes que comparten su opinión y “que, en cierto sentido, habían estado esperando a que llegara alguien como yo”.
Los medios árabes de noticias y entretenimiento desde hace mucho han “programado a la gente para que sienta esta hostilidad” hacia Israel y los judíos, afirmó, mientras que los dirigentes políticos se han dedicado a “intimidar y asustar a la gente para que manifieste dicho sentimiento”. Sin embargo, muchos árabes —incluso, para su sorpresa, en Líbano, enemigo acérrimo de Israel— “realmente quieren conectar con los israelíes”, agregó.
En cierta medida, el grupo también refleja el alineamiento geopolítico que ahora vincula a las naciones del golfo Pérsico y a otros países musulmanes de mayoría sunita con Israel, en contra de Irán y sus representantes chiitas en la región, dijo otro organizador junto con El Dessouki, Joseph Braude, un escritor estadounidense y analista del Medio Oriente de ascendencia iraquí y judía.
“La noción de que Israel de alguna manera es más amigo o menos enemigo que Irán es un factor importante”, dijo. Pero tampoco durará para siempre, añadió, lo cual genera una urgencia de formar lazos “basados en nuestra humanidad común, no en una efímera inquietud compartida de seguridad”.
Para los palestinos, los argumentos del consejo atentan contra décadas de esfuerzos para aislar a Israel con la esperanza de que esto lo obligue a hacer concesiones al momento de negociar.
Incluso los dirigentes palestinos que no apoyan el Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones se oponen a normalizar las relaciones árabes con Israel, pues consideran que los beneficios diplomáticos que Israel obtuvo del proceso de paz de Oslo solo motivaron al primer ministro Benjamín Netanyahu a expandir los asentamientos en Cisjordania.
Husam Zomlot, líder de la misión palestina en el Reino Unido que ocupó el mismo puesto en Washington hasta que el gobierno de Trump cerró esa oficina, menospreció a los miembros del nuevo consejo como un “grupo marginal extremista de individuos aislados”. Afirmó que, desde Túnez, cuyo nuevo presidente ha declarado que entablar acuerdos con Israel equivale a traición, hasta Líbano, donde los manifestantes ondean la bandera palestina junto a la suya, “la opinión de la gran mayoría del mundo árabe se inclina en la dirección opuesta”.
“Están sirviendo a los intereses de Netanyahu”, dijo Zomlot, puesto que Netanyahu quiere “convencer al electorado israelí de que puede tenerlo todo a la vez: mantener la ocupación y, al mismo tiempo, normalizar las relaciones con el mundo árabe”.
En efecto, desde hace mucho, Netanyahu ha planteado que las naciones árabes están tan ansiosas por entablar relaciones con Israel, en términos culturales y comerciales, que terminarán por normalizar los vínculos incluso si no hay un Estado palestino.
No obstante, los miembros del Consejo Árabe rechazan de manera categórica la noción de que los países árabes serían capaces de entablar relaciones diplomáticas formales con Israel sin antes resolver el conflicto palestino. Además, arguyen que las encuestas demuestran que, cuando a los israelíes se les ofrece el incentivo de la aceptación de las naciones árabes, se muestran más dispuestos a hacer concesiones, e incluso a ceder territorios.
Por su parte, Sadat criticó a Israel con vehemencia por cómo trata a los palestinos en Cisjordania y en la Franja de Gaza, y a sus propios ciudadanos árabes, así como por “apoyar el actual régimen autocrático en Egipto”. Afirmó que todas esas conductas se sumaban a lo que llamó el “coeficiente de la culpa egipcia” por haber hecho las paces con Israel en primera instancia.
Algunos participantes recomendaron medidas como establecer un colegio para docentes y un instituto de investigación con sedes en Casablanca, Amán, Haifa y Manama. Un experto iraquí en contraterrorismo que radica en Alemania, Jassim Mohammad, instó a los servicios de seguridad árabes a detener la propagación del “radicalismo y el odio” en los medios de comunicación, las escuelas y las mezquitas y, en su lugar, difundir “contenido corrector sobre Israel y los judíos”.
Se refirió a esto como un “asunto de seguridad nacional árabe”.
“Las herramientas para desviar acusaciones y culpar a chivos expiatorios que en un inicio se utilizaban en contra de los judíos e Israel, desde hace mucho se han redirigido a nuevos objetivos domésticos”, escribió Mohammad, tales como élites gobernantes o grupos étnicos y sectas rivales.
Los presentes en la reunión recibieron palabras de aliento por parte de Tony Blair, ex primer ministro del Reino Unido, quien los felicitó por alzar la voz y declaró que cultivar lazos más fuertes entre árabes e israelíes era vital para “cualquier posibilidad realista de una paz duradera” y una solución de dos Estados.
El Dessouki dijo que algunos miembros del consejo corrían un riesgo considerable al estar presentes. Funcionarios de seguridad les advirtieron a los ciudadanos egipcios, entre ellos a Sadat, que no asistieran a la reunión, afirmó.
El grupo se congregó en privado, debido a cuestiones de seguridad, pero le permitió a The New York Times monitorear los procedimientos, que se llevaron a cabo en idioma árabe, por medio de una transmisión en vivo con la condición de que no informaran nada al respecto hasta que concluyera la conferencia. El congreso fue financiado exclusivamente por donadores estadounidenses, conforme a las políticas de un centro de investigación de Washington que lo patrocinó, el Instituto de Washington para la Política de Oriente Próximo, pero los organizadores dijeron que tenían planeado recaudar fondos en la región como una empresa en marcha.
Hicieron énfasis en el hecho de que no recibieron apoyo de ningún gobierno y que ningún israelí estuvo involucrado de ninguna manera.
c.2019 The New York Times Company