Por: Helene Cooper, Eric Schmitt, Maggie Haberman y Rukmini Callimachi
WASHINGTON — En los días caóticos que antecedieron a la muerte del general de división Qasem Soleimani, el comandante más poderoso de Irán, los altos oficiales del Ejército de Estados Unidos incluyeron la opción de asesinarlo —lo cual consideraban la respuesta más extrema al reciente ataque violento de Irán en Irak— dentro de las alternativas que le presentaron al presidente Donald Trump.
No pensaron que este fuera a elegirla. En las guerras que han tenido lugar desde los ataques del 11 de septiembre de 2001, los oficiales del Pentágono a menudo les han ofrecido a los presidentes alternativas poco factibles para que otras opciones les parezcan más adecuadas.
Según funcionarios de gobierno y del Departamento de Defensa, tras rechazar en un principio la opción de matar a Soleimani el 28 de diciembre y autorizar en su lugar ataques aéreos sobre una milicia chiita respaldada por Irán, unos días después Trump vio, furioso, los reportajes de televisión que mostraban los ataques respaldados por Irán a la Embajada de Estados Unidos en Bagdad.
Para el jueves en la noche, el presidente se había decidido por la opción radical. Los altos mandos del Pentágono estaban atónitos.
Altos funcionarios señalaron el sábado que Trump tomó la decisión pese a los desacuerdos dentro del gobierno acerca de la importancia de lo que algunos funcionarios describieron como un nuevo flujo de inteligencia que advertía sobre amenazas a las embajadas, consulados y personal del Ejército de Estados Unidos en Siria, Irak y Líbano. Dichos funcionarios afirmaron que Soleimani acababa de concluir una visita a sus fuerzas en Siria, Líbano e Irak, y que estaba planeando un ataque “inminente” que podría cobrar cientos de vidas.
“Días, semanas”, dijo el viernes el general Mark A. Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, cuando le preguntaron cuán inminentes eran los ataques, pero no proporcionó otros detalles además de que había nueva información “precisa e inequívoca” acerca de una conspiración no especificada.
No obstante, algunos funcionarios manifestaron en privado su escepticismo sobre la lógica de un ataque a Soleimani, quien fue responsable de la muerte de cientos de soldados estadounidenses a lo largo de los años. De acuerdo con un funcionario estadounidense, la nueva inteligencia presagiaba un “lunes normal en Medio Oriente” —el 30 de diciembre— y los viajes de Soleimani eran “de trabajo, como siempre”.
Ese funcionario describió como insuficiente la inteligencia y dijo que el ataque de Soleimani no era inminente debido a los mensajes que tenía Estados Unidos entre el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, y Soleimani, los cuales indicaban que el ayatolá aún no había autorizado ningún plan del general para atacar. Según los mensajes, el ayatolá le había pedido a Soleimani, al menos una semana antes de su muerte, que fuera a Teherán para analizar mejor la situación.
De acuerdo con algunos funcionarios del gobierno, el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el vicepresidente, Mike Pence, fueron dos de las voces más belicistas que se pronunciaron a favor de una respuesta a la agresión de Irán. El despacho de Pence ayudó a supervisar las reuniones y las teleconferencias en las que participaron los funcionarios durante el periodo previo al ataque.
El secretario de Defensa, Mark T. Esper, y Milley se negaron a hacer comentarios para este artículo, pero la vocera de Milley, la coronela DeDe Halfhill, dijo sin entrar en detalles que “son falsas algunas de las aseveraciones de otras fuentes” y que no hablaría de las conversaciones entre Milley y el presidente.
Ahora se están viendo las repercusiones del asesinato selectivo de Trump. El sábado, se mantuvieron en estado de alerta las fuerzas militares estadounidenses en Irak por las decenas de miles de combatientes a favor de Irán que marcharon por las calles de Bagdad y por el incremento de los llamamientos a la expulsión de Estados Unidos de ese país. El Mando Central de Estados Unidos, el cual supervisa las operaciones del Ejército estadounidense en Medio Oriente, señaló que hubo dos ataques con cohetes cerca de bases iraquíes que albergan a soldados estadounidenses, pero que nadie resultó herido.
En Irán, el ayatolá prometió una “venganza contundente” mientras el país lloraba la muerte de Soleimani.
En Palm Beach, Florida, Trump arremetió y se comprometió a atacar 52 emplazamientos en el territorio iraní —cifra que representa el número de rehenes estadounidenses tomados por Irán en 1979— si este ataca a Estados Unidos o los intereses estadounidenses. El sábado en la noche, Trump advirtió en Twitter que algunos emplazamientos se encontraban en “un nivel muy alto e importante para Irán y la cultura iraní, y esos objetivos, e Irán mismo, SERÁN ATACADOS MUY VELOZMENTE Y CON MUCHA CONTUNDENCIA”.
Los funcionarios del gobierno insistieron en que no preveían represalias radicales por parte de Irán, en parte debido a las divisiones al interior de la dirigencia iraní. Pero los dos predecesores de Trump —los presidentes George W. Bush y Barack Obama— habían considerado que matar a Soleimani era demasiado desafiante.
Soleimani había estado en la mira de Trump desde el inicio de su gobierno, aunque fue un ataque con cohetes el 27 de diciembre a una base militar iraquí en las afueras de Kirkuk, en el cual resultó muerto un contratista estadounidense civil, lo que puso en marcha el asesinato.
Milley y Esper viajaron el domingo a Mar-a-Lago, el desarrollo turístico de Trump en Palm Beach, un día después de que los altos oficiales militares le presentaron al presidente la lista preliminar de opciones para manejar la violencia creciente contra objetivos estadounidenses en Irak.
Las alternativas incluían ataques a barcos o a instalaciones de misiles iraníes o a milicias financiadas por Irán que operan en Irak. El Pentágono también agregó la opción de arremeter contra Soleimani, principalmente para que las otras opciones parecieran razonables.
Trump eligió los ataques a las milicias. El domingo, el Pentágono anunció que los ataques aéreos autorizados por el presidente habían hecho blanco en tres sitios de Irak y dos de Siria controlados por el grupo Kataeb Hezbolá.
Jonathan Hoffman, principal vocero del Pentágono, señaló que los objetivos habían sido almacenes de armas y puestos de comando que se empleaban para atacar a las fuerzas de Estados Unidos y de sus aliados. En esos ataques murieron alrededor de dos docenas de combatientes de las milicias.
“Estaban en emplazamientos remotos”, les dijo Milley a los reporteros el viernes en su oficina del Pentágono. “No hubo daños colaterales”.
Sin embargo, los iraníes consideraron desproporcionada la respuesta estadounidense a su ataque a la base iraquí, y los iraquíes —en su mayoría miembros de las milicias financiadas por Irán— escenificaron protestas violentas fuera de la Embajada de Estados Unidos en Bagdad. Trump, quien según sus asesores tenía presente el fantasma de los ataques de 2012 al consulado estadounidense en Bengasi, Libia, se enojaba cada vez más mientras veía las imágenes de televisión que mostraban a los manifestantes a favor de Irán asaltando la embajada. Sus asesores afirmaron que le preocupaba que no responder pareciera débil tras las amenazas reiteradas de Estados Unidos.
Cuando Trump decidió asesinar a Soleimani, los altos oficiales del Ejército, estupefactos, de inmediato se alarmaron por los posibles ataques a los soldados estadounidenses en esa región como represalia por parte de Irán. No se sabe si Milley o Esper se opusieron a la decisión del presidente.
El presidente Donald Trump habla sobre el ataque aéreo en Bagdad en su desarrollo turístico de Mar-a-Lago en Palm Beach, Florida, el 3 de enero de 2020. (Eric Thayer/The New York Times)