¿Qué se hace cuando el mar se apodera de tu casa, de tu escuela, de tu iglesia?
Se puede intentar detener el agua. También se puede elevar la casa. O simplemente irse de ahí.
Alrededor de 600 millones de personas viven directamente en los litorales del mundo, que son de los lugares más peligrosos en esta era del cambio climático. De acuerdo con las proyecciones científicas, es probable que los océanos suban de 30 centímetros a 1,2 metros para finales de este siglo y se prevén tormentas más agresivas y mareas más altas que podrían trastornar la vida de comunidades enteras.
Muchas personas ya están teniendo que hacer frente a los riesgos. Dos zonas metropolitanas en expansión ofrecen un vistazo al futuro. Una rica y la otra pobre, ambas ubicadas en extremos opuestos del océano Pacífico: el Área de la Bahía de San Francisco (con siete millones de habitantes) y el área metropolitana de Manila, Filipinas (con casi catorce millones de habitantes).
Su historia, su riqueza y las decisiones políticas y personales que tomen ahora determinarán cómo les irá a medida que el agua llegue de manera irremediable a su puerta.
En ambos lugares, el cambio climático ha acrecentado años de decisiones miopes. En Manila, se permitió que las aguas subterráneas se bombearan tan rápido que la tierra se aflojó y se convirtió en un cuenco cuando el mar empezó a subir. En el Área de la Bahía, se permitió que la gente realizara construcciones justo al borde del agua, lo cual pone en riesgo de inundaciones catastróficas a casas, carreteras e incluso aeropuertos.
No obstante, la gente tiende a quedarse cuando el nivel del agua sube a su alrededor. En algunos casos, esto se debe a que sus propiedades valen mucho dinero —al menos por ahora— o a que sus recursos son tan escasos que no tiene adónde ir.
Ahora, tanto en Manila y como en el Área de la Bahía se tienen que tomar decisiones difíciles. Podrían adaptarse a la marea que sube, lo que significaría mudar a la gente que está en peligro. O podrían intentar obligar al agua a adaptarse a sus necesidades elevando sus protecciones. Para los responsables, se aproximan decisiones difíciles a nivel político. ¿Qué deben salvar al borde del agua, qué deben abandonar, y cómo volverán a concebir las ciudades costeras en una era de alteraciones climáticas?
Tanto el Área de la Bahía de San Francisco como Manila son áreas grandes y en crecimiento, y hay mucha gente y posesiones que proteger en la costa. La forma en que enfrenten su situación les puede servir de lección, para bien o para mal, a las ciudades costeras de otros lugares.
Gran Manila: el agua sube y la ciudad se hunde
Desiree Alay-ay intenta tomar una decisión.
Alay-ay, de 30 años, creció en el lindero norte de Manila en el barrio de una zona baja propenso a las inundaciones. No es lo que ella quiere para su bebé recién nacido. Quiere mudarse y llevarse a sus padres con ella.
El cambio climático ha exacerbado un problema muy antiguo en Manila. Debido a la proliferación de estanques de peces y la rápida extracción de aguas subterráneas, la tierra se ha estado hundiendo. Como resultado, desde principios de la década de 1990, el nivel del mar ha aumentado hasta cinco o siete centímetros por año, el doble del promedio mundial.
En repetidas ocasiones, las tormentas han arrasado con las casas de bambú alto y lámina que están sobre al agua. La gente se va por un tiempo, pero regresa porque no tiene un lugar mejor adónde ir. En los barrios que están en las zonas bajas, como el de Alay-ay, se han elevado las calles varias veces.
“El cambio climático no tiene tantos impactos por sí mismo, sino que agrava las políticas equivocadas”, señaló Renato Redentor Constantino, director ejecutivo del Instituto para el Clima y las Ciudades Sustentables, con sede en Manila. “Este es el caso del aumento del nivel del mar. Una buena parte de Manila está sufriendo más efectos relacionados con el agua como resultado de décadas de planificación miope y equivocada sobre el uso de la tierra”.
Hace más de 30 años, antes de que naciera Alay-ay, sus padres llegaron del campo y construyeron una casita en Malabón, el único vecindario en el que podían costear un terreno en Manila.
El agua subía a las calles todas las temporadas de lluvia. La ciudad se defendió elevando las calles. Así que los padres de Alay-ay elevaron su casa para quedar sobre la calle. En 30 años, han vaciado cemento y arena sobre el suelo cuatro veces.
Todos vivían así.
No fue sino hasta que Alay-ay tuvo a su bebé que pensó en irse de Malabón.
Quería que sus padres la acompañaran para que cuidaran a su bebé mientras ella y su marido se iban a trabajar. Pero ellos tenían otros planes. Su madre, Zucema Rebaldo, le ofreció que dejara al bebé con ellos, pero afirmó que no se mudarían porque esa era su casa.
El dilema de Alay-ay se agrava muchísimo en una ciudad tan grande como Manila.
Millones de las personas más pobres de la ciudad viven en las zonas bajas que están en peligro y que ya sufren los embates de las tormentas tropicales. Se cree que el cambio climático hará que esas tormentas sean más intensas y más frecuentes.
Pero salir de esas áreas puede significar vivir todavía más lejos de donde se puede encontrar trabajo.
No es suficiente obligar a la gente a alejarse de la costa, comentó Antonia Yulo-Loyzaga, miembro del consejo directivo de Manila Observatory, una empresa de investigación. Tienen que poder encontrar trabajo cerca o tener un sistema de transporte público eficiente para llegar hasta allá. Eso no existe ahora; en promedio, cada traslado tiene una duración de dos horas o más.
El Área de la Bahía de San Francisco: un chivo expiatorio de la política
La elevación del mar también hace más patentes los errores del pasado en el Área de la Bahía de San Francisco.
Durante los últimos cien años, el nivel del océano Pacífico subió entre diez y veinte centímetros a lo largo del litoral norte de California, así como en la Bahía de San Francisco, la desembocadura más grande de ese océano en el continente americano. Dependiendo del aumento de las emisiones de gas de efecto invernadero, el océano Pacífico podría subir de 73 centímetros a un metro para el año 2100, por lo que la Comisión Costera de California ha alentado a los gobiernos de las ciudades a que comiencen a planificar para el futuro: reforzando sus protecciones para las inundaciones, restaurando los pantanos o, en algunos casos, haciendo que la gente se marche.
Esto es tan difícil en el Área de la Bahía como en Manila. “Las posesiones y las inversiones de la gente están en peligro”, dijo en una entrevista Jack Ainsworth, director de la comisión. A diferencia de Manila, los municipios del Área de la Bahía son ricos. Y muchos de ellos ya están pagando mucho dinero para reforzar la valiosa infraestructura costera que está en riesgo.
Los electores en San Francisco han aprobado una emisión de bonos por 425 millones de dólares para comenzar a reforzar un dique a lo largo de la carretera que está frente a la bahía, el Embarcadero. Algunos de los bienes raíces más caros de la ciudad se encuentran a la orilla de esta carretera; por debajo, pasa una línea del metro, un túnel de tren ligero y parte de la infraestructura del drenaje de la ciudad. Además, el aeropuerto de San Francisco, el cual está sobre las marismas, tendrá una remodelación con un costo de 587 millones de dólares para elevar su dique.
En ningún lugar está tan a la vista el peligro como en Pacifica, un suburbio al sur de la ciudad, donde los peñascos de la costa se están desgastando tan rápido que los funcionarios de la ciudad ya han demolido algunas propiedades antes de que se cayeran al agua.
Los peñascos blandos y arenosos se han desgastado durante miles de años, pero el cambio climático está acelerando ese proceso, señaló Charles Lester, exfuncionario de la Comisión Costera que ahora dirige el Centro de Políticas Oceánicas y Costeras de la Universidad de California, campus Santa Bárbara. Las mareas son más altas y las olas llegan con mayor frecuencia al pie de los peñascos.
Una mañana gris de lunes, Lester estaba de pie en la orilla del peñasco que está en el extremo norte de la ciudad, en un sendero peatonal que hay alrededor de un complejo de departamentos llamado OceanAire. Tuvieron que construir un dique, y luego volver a construirlo después de que no quedó bien. Hay una pila de piedras en el fondo del dique para evitar que las olas lo dañen.
Todo ese blindaje, como se le conoce, ha salvado al complejo de departamentos. Pero lo ha hecho con un costo para la población: la playa se ha reducido. En algunos lugares, ya ni siquiera hay playa.
Ese es el problema que enfrentan muchas comunidades en el Área de la Bahía: ¿qué tanto se debe blindar la costa, qué se debe salvar, y quién tendrá que mudarse? El repliegue organizado, como se le llama, se ha convertido en un chivo expiatorio de la política.
El dinero complica las cosas de otras maneras: los impuestos prediales son una fuente fundamental de ingresos. Obligar a las personas a mudarse haría boquetes en los presupuestos de la ciudad. Y, de cualquier forma, ¿quién les pagaría a los propietarios para que se mudaran? Pacifica, por ejemplo, no puede hacerlo. Algunas casas para una sola familia en el peñasco valen más de un millón de dólares.
Ya ha habido un repliegue no organizado en Pacifica. Algunos diques se desmoronaron y pusieron en peligro una hilera de departamentos. No se autorizó que ninguno de los 52 propietarios recibiera compensación alguna. Tuvieron que irse y nada más. La ciudad gastó 620.000 dólares en los trabajos de demolición.
Una iglesia en Pariahan, una aldea al norte de Manila que ya se encuentra permanentemente bajo el agua. (Chang W. Lee/The New York Times)
c.2020 The New York Times Company