La vida no es como en las películas (aunque tú las hayas escrito) - N Digital
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La vida no es como en las películas (aunque tú las hayas escrito)

UNA DIRECTORA DE COMEDIAS ROMÁNTICAS ASISTE A BODAS CON SU EXESPOSO. ¿QUIÉN ESCRIBIÓ ESTE GUION?

Tras cumplir 69 años, si alguien me preguntaba mi edad —aunque la verdad nadie lo hacía, más bien yo lo mencionaba en las conversaciones— siempre contestaba: “Casi cumplo 70”. Pasé directamente de los 68 a los “casi 70”, como si el 69 no fuera más que un año antes de pasar a la década de los 80 (como he llegado a verlo desde entonces).

Fue en este año de “casi cumplo 70” cuando le envié un correo electrónico a mi exesposo Charles, y le pregunté si podía llevarme en auto a la boda de la mejor amiga de nuestra hija menor en Solvang, al norte de Santa Bárbara. Él y yo vivimos en Los Ángeles, y no quería conducir sola a la boda. Quizá era la primera vez en los veinte años desde que nos separamos que dije en voz alta que no quería hacer algo sola.

He pasado las últimas dos décadas no solo soltera, sino también escribiendo un par de películas sobre mujeres divorciadas de mi edad, desafiando a propósito los clichés acerca de que ser mayor y soltera implica estar destinada a volverse indeseable o estar sola y aislada. En mis películas, escribí sobre mujeres que florecieron tras el divorcio, como yo lo había hecho en algunos aspectos.

Me impulsaba un deseo de no quedar encasillada por la edad o un divorcio, y quería proyectar una alternativa positiva para mujeres como yo. Además, en mis películas, quería tratar de ser graciosa al respecto. ¿Por qué no reírse de algunas de las cosas que la vida nos pone enfrente?

Por eso me resultó difícil, a mis casi 70 años, pedirle mi exesposo, nada más ni nada menos, que me llevara a una boda fuera de la ciudad.

No solo no había estado en un auto con él en veinte años, sino que no había estado sola con él en todo ese tiempo. Pero algo acerca de tener casi 70 años hizo que no me preocupara tanto por el pasado o lo que llevó a nuestra separación.

Después de nuestro divorcio, él se volvió a casar, tuvo gemelos y se divorció de nuevo. Yo era su tercera esposa. Ella era su cuarta. Nuestra relación fue la que más duró de sus cuatro matrimonios, algo de lo que siempre he estado extrañamente orgullosa. Pasamos casi los 22 años enteros de nuestra relación haciendo películas. La gente combinaba mi apellido, Meyers, con el suyo, Shyer, y nos llamaba “los Shmeyer”.

Trabajábamos juntos, teníamos dos hijos juntos y éramos inseparables. El psiquiatra que consultaba en la época en que enfrentábamos dificultades terminaba cada sesión diciéndome: “Pasan demasiado tiempo juntos”.

Supuse que a mi ex no le importaría llevarme en auto a la boda, así que le envié el correo electrónico y se lo pregunté. Su respuesta fue rápida y amigable: “Claro”.

Hemos vivido a casi cinco kilómetros de distancia el uno del otro durante más de 20 años, pero casi nunca me he topado con él. Una vez, me topé con su exesposa después de que terminaron. Cuando se casó con él, no pude identificarme con ella, pero, cuando la vi después de su rompimiento, sentí empatía y hallé una conexión que antes no había visto.

Veo a Charles en el Día de Acción de Gracias y en las fiestas de cumpleaños de nuestros hijos y ahora también en las de nuestros nietos. Según nuestro estado de ánimo, a veces nos sentamos en extremos opuestos de la mesa de cumpleaños o uno al lado del otro, y, cuando hacemos esto último, a menudo nos llevamos casi como en los viejos tiempos.

Nuestro lenguaje común regresa, pero después, siempre, algo dentro de mí corta esa conexión. Es como si no quisiera que él tenga tanto acceso a mí. ¿Es un castigo por las cosas del pasado? No lo sé. Solo sé que no dejo que se acerque demasiado. Esa ha sido mi regla durante mucho tiempo.

He hecho algunas películas con personajes basados en Charles. En una, “Enamorándome de mi ex”, Meryl Streep tiene una aventura con su exesposo, Alec Baldwin. La aventura nunca ocurrió en la vida real, pero esa comunicación entre Meryl y Alec, esa manera familiar, divertida y sarcástica de pensar “te entiendo, amigo” —esas risas fáciles que rápidamente se vuelven distantes—, es muy nuestra.

No creo que a Charles le haya gustado que escribiera algo parecido a nuestra situación. En el momento en que se estrenó la película, me dijo que no iría a verla. Diez años después, aún no me la ha mencionado. Y también está el exesposo de “Alguien tiene que ceder”. Disfruto escribir el personaje del exesposo, una relación llena de humor y repleta de dolor.

Para nuestro viaje a Solvang, Charles me pidió que condujera a su casa porque estaba más cerca de la autopista, y de ahí iríamos a la boda. Cuando llegué, me invitó a pasar.

No había estado en su casa en más de una década. Ahora estaba saturada de cosas de los últimos veinte años, un tramo de su vida del que sabía poco. Aunque, mezcladas con esas cosas poco familiares, se encontraban algunos de nuestros viejos objetos: pinturas que recuerdo que compramos juntos, una jarra mexicana que conseguimos en una feria de antigüedades. Me encantaba esa jarra y ya se me había olvidado que existía.

Vi guiones forrados de piel que habíamos escrito juntos sobre un estante; se veían iguales a los que se encuentran sobre una repisa en mi casa. Pasé por la habitación de su hija y vi muchos de los viejos muebles de nuestra hija. Me volteé para dirigirme a la puerta y le pregunté: “¿Nos vamos?”.

Mientras sacaba el auto de su entrada, extrañamente me sentí como en una primera cita. Ahí estábamos sentados, uno al lado del otro, en ese espacio confinado, y era incómodo. Debía decir algo tan solo para tantear el terreno, así que comencé a hablar de nuestros hijos y de lo que estaban haciendo. Pero pronto la conversación se volvió más fácil, más relajada, y él se reía de las cosas que yo decía, como siempre lo había hecho; yo me sentí más cómoda, así que dejé de levantar aquel muro entre nosotros. Simplemente dejé que todo fluyera.

Pasó el tiempo. El recorrido de tres horas en auto me pareció de veinte minutos. Nos registramos en el hotel, muy al estilo de las comedias románticas, uno parado al lado del otro, anunciando nuestros nombres. Casi esperaba que el encargado nos dijera que desafortunadamente había un error en las reservaciones, y que Charles y yo tendríamos que compartir una habitación. Pero no; yo había reservado una habitación en un ala del hotel y él, en la otra.

Dimos un paseo por la ciudad, visitamos un museo local y charlamos sin parar. Teníamos pendientes veinte años de conversaciones. Nuestra caminata por el encantador Solvang fue como un montaje de película en el que no se escucha el diálogo, pero sabes que esas dos personas se están llevando bien.

Después regresamos a nuestras habitaciones para prepararnos antes de la boda. Nos reunimos en el vestíbulo y salimos. En la boda, nos sentamos en la mesa con todos los padres de los amigos de la novia, parejas que hemos conocido desde siempre y que milagrosamente han seguido juntas.

Más tarde esa misma noche, Charles me acompañó de regreso a mi habitación y nos dimos las buenas noches. Incómoda, hice un gesto de despedida con la mano y una expresión boba que expresaba lo evidente: que ese momento, por lo menos en una película, sería ridículamente tenso. Ambos nos reímos y dijimos que nos veríamos en el desayuno.

Después de estar de vuelta en casa, un amigo nuestro que había estado en la boda me contó que estaba conduciendo al lado de nosotros en la autopista de regreso a Los Ángeles y se la pasó tocando el claxon y saludándonos con la mano, pero dijo que estábamos tan metidos en nuestra conversación que no nos dimos cuenta.

Pasaron los meses. Nos vimos en la fiesta de 6 años de nuestro nieto en Chuck E. Cheese. Llevó a sus gemelos, nos sonreímos y nos saludamos de un extremo del lugar al otro. Y después llegó otra invitación a una boda, esta vez para una ceremonia local.

Le envié un correo electrónico: “¿Vamos juntos?”.

El día después de esa boda, me respondió: “Es sorprendente lo fácil que nos resulta estar juntos y solos, sin hacer ningún esfuerzo. Te veías espectacular con ese vestido. ¿Quién lo hizo?”.

Me reí. “Sí”, escribí. “Es casi como si te conociera de siempre”. Agregué el emoticono con expresión extrañada que tiene un dedo en la barbilla. Le dije que mi vestido era de Erdem.

Dos meses después, Charles preguntó si me gustaría acompañarlo a una fiesta de cumpleaños número 105 de un amigo suyo.

Mi respuesta fue inmediata y amigable: “Claro”.

Hace poco una de mis hijas me dijo que Charles tenía una novia nueva. Le gusta estar en pareja. Mis hijas dijeron que la conocieron y que parecía ser agradable y les había dado un libro.
Después de haber escrito algunas comedias románticas, disfruto los finales felices, y creo que Charles y yo al fin hemos encontrado el nuestro. Ya no tengo casi 70; tengo 70 años, y resulta que mi año número 69 terminó con un final sorprendente: me trajo una nueva relación con Charles cuya mejor descripción es “viejos amigos”.

Después de haber escrito algunas comedias románticas, disfruto los finales felices, y creo que Charles y yo hemos encontrado el nuestro. Ya no tengo casi 70; tengo 70 años, y resulta que mi año número 69 terminó con un final sorprendente: me trajo una nueva relación con Charles cuya mejor descripción es “viejos amigos”.

Una directora de comedias románticas asiste a bodas con su exesposo. ¿Quién escribió este guion? (Brian Rea/The New York Times)

c.2020 The New York Times Company

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