Uno de los criminales más infames de Colombia, Luis Alfredo Garavito, está padeciendo de un grave estado de salud que obligó a su traslado de la cárcel de máxima seguridad de La Tramacúa, donde paga su condena por asesinato y violación de menores, al hospital Rosario Pumarejo de López en la ciudad de Valledupar.
Garavito, de 63 años, ingresó al hospital custodiado por guardias del Impec con un diagnóstico de síndrome anémico y reportando fatiga y debilidad en su cuerpo. Los médicos que lo atendieron determinaron dejarlo hospitalizado para monitorear su estado de salud.
“La Bestia” o “El Monstruo” como se le conoce en Colombia a este despiadado asesino en serie, fue capturado el 22 de abril de 1999 y desde entonces cumple su condena en la prisión La Tramacúa de Valledupar, donde también han purgado sus penas reconocidos criminales como John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, el lugarteniente de Pablo Escobar.
Allí vive bajo condiciones de aislamiento, en una celda especial que consta de dos cubículos – es más grande que la de cualquier otro preso- de la que no sale ni para tomar el sol y en la que dedica su tiempo a tejer manillas, aretes y collares.
La condena que pesa sobre sus hombres es a 32 años, 3 meses y 20 días de cárcel, y fue dictada por el Juzgado Segundo Penal de Florencia, Caquetá, el 22 de abril de 1999. El propio Garavito ha confesado haber violado y asesinada a cerca de 140 niños desde 1992, cometidos en once departamentos de Colombia, razón por la que se ganó sus apodos de “La Bestia” o “El Monstruo”.
Sin embargo, los crímenes que se le atribuyen al violador y asesino en serie más terrible de la historia de Colombia superan las 200 víctimas, todos menores de edad.
Para seleccionar a sus víctimas siempre actuaba de la misma manera. Llegaba a un lugar, identificaba a su objetivo usualmente chicos pobres de entre seis y dieciséis años. Eran campesinos, estudiantes de escuelas públicas, trabajadores. Los abordaba en parques infantiles, canchas deportivas, terminales de autobuses y barrios marginales.
Buscaba entablar conversación con ellos, ofreciéndoles dinero por hablar y caminar con él. Después, alcoholizado -el brandy era su bebida de preferencia- los atacaba en lugares solitarios. Los amarraba y golpeaba, y se dedicaba a torturarlos; les partía las manos, las costillas, y los mutilaba común cuchillo y un destornillador.
Llegó a confesar que en el clímax más alto de su sadismo, los violaba para terminar degollándolos con su cuchillo. Los cuerpos los dejaba abandonados en lugares abiertos, en montes o trochas, usualmente apilando varias víctimas en un solo lugar.
Por siete años los hallazgos de cuerpos de cientos de niños muertos aterrorizaron a todo el país, hasta que las autoridades lograron capturarlo y el asesino confesó gran parte de sus crímenes.
Este extenso prontuario tiene a la Fiscalía revisando los procesos en su contra, uno en especial que está abierto y en el que aún no hay sentencia, ya que se especula que su pena estaría próxima a terminar y con su edad podría ser liberado pronto.