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La cadena de suministro que oculta la industria del lujo en India

BOMBAY, India — Al pie de una escalera cubierta de polvo y lentejuelas, varias decenas de artesanos indios se encorvaban sobre telas, con aguja en mano, bordando prendas para las marcas de moda más poderosas del mundo.

Cosían sin prestaciones de salud en una fábrica de varias salas con barrotes en las ventanas y sin salidas de emergencia, donde ganaban unos cuantos dólares al día por surtir pedidos subcontratados para diseñadores internacionales. Al caer la noche, algunos dormían en el suelo.

No estaban trabajando para una fábrica como empleados de alguna marca de moda rápida: empresas cuyo modelo de negocios se basa en la producción de prendas modernas al menor precio posible y cuyos problemas con la cadena de suministro fueron blanco de escrutinio en 2013. Ese fue el año en que el desastre más letal en la historia de la industria textil, el derrumbe del edificio Rana Plaza, cobró la vida de más de 1100 trabajadores bangladesíes.

Sus productos acabarían en las arcas de Dior y Saint Laurent, entre otras marcas de lujo.

Sin que lo sepa la mayoría de sus clientes, las marcas costosas y esplendorosas que se ven en las pasarelas de París y Milán también contratan de manera indirecta a miles de trabajadores en países en vías de desarrollo. En Bombay, montones de talleres y compañías exportadoras actúan como intermediarios entre las marcas y los artesanos especializados, a la par de ofrecer otros servicios como diseño, muestreo y confección de prendas.

Al igual que las tiendas minoristas de moda rápida, muchas marcas de lujo no son propietarias de todas sus plantas de producción, sino que contratan fábricas independientes para que confeccionen sus prendas o hagan sus bordados. Y al igual que las marcas de moda rápida, estas entidades también se han dado cuenta de los posibles peligros de este sistema.

En 2016, un grupo de casas de lujo introdujo el pacto de Utthan, un proyecto ambicioso y secreto de observancia que buscaba garantizar la seguridad en las fábricas de Bombay y dignificar a los bordadores indios. Algunos de los signatarios fueron Kering (propietario de marcas como Gucci y Saint Laurent); LVMH Louis Vuitton Moët Hennessy (propietario de Fendi y Christian Dior); y dos casas de moda británicas, Burberry y Mulberry. El pacto contemplaba un marco temporal de tres años, pero no era legalmente vinculante.

Sin embargo, mediante visitas a varias fábricas de Bombay, y más de tres decenas de entrevistas con artesanos, gerentes de fábricas y diseñadores, The New York Times descubrió que los bordadores seguían surtiendo pedidos en plantas no reguladas que no cumplían con las normas de seguridad de las fábricas en India. Muchos trabajadores aún no contaban con prestaciones ni protecciones laborales, mientras que sus miles de horas extras de trabajo por demanda estacional coincidían con las semanas de la moda más recientes en Europa.

Varios dueños de fábricas dijeron que unirse al proyecto implicaba invertir en las costosas normas de conformidad establecidas en el pacto de Utthan, mientras las marcas reducían las sumas que pagarían por sus pedidos.

“Dados los precios de sus productos, se tiene la idea de que las marcas de lujo están haciendo las cosas bien, y eso las hace inmunes al escrutinio público”, dijo Michael Posner, profesor de Ética y Finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York. “Pero, a pesar de los precios en los artículos de lujo, las condiciones en las fábricas de toda su cadena de suministro son casi tan malas como las que se observan en las fábricas de los minoristas de moda rápida”.

Cuando se les pidió que ofrecieran comentarios al respecto, las marcas de lujo que firmaron el pacto de Utthan resaltaron sobre todo las mejoras más generales que ha traído la implementación del pacto, en lugar de enfocarse en los problemas y las acusaciones que prevalecen.

“Reconocemos que la situación de algunos trabajadores a nivel de subcontratación aún dista mucho de ser satisfactoria en la actualidad, y estamos genuinamente decididos a fortalecer el programa junto con las demás partes interesadas, para acelerar los avances y seguir mejorando las circunstancias”, declaró un portavoz de Kering en un comunicado.

Un vocero de LVMH Moët Hennessy Louis Vuitton, la empresa de artículos de lujo más grande del mundo, dijo en un correo electrónico: “Nos tomamos muy en serio las acusaciones citadas en sus preguntas, pero nos es imposible hacer comentarios sin antes contar con más detalles y una investigación exhaustiva”.

Una relación especial de otro tipo

Desde la década de los ochenta, las marcas de lujo han subcontratado discretamente gran parte de su trabajo de bordado en India. El país es uno de los mayores exportadores de ropa en el mundo, con un mercado textil valuado en un rango de 150 a 250.000 millones de dólares, según la India Brand Equity Foundation, un fideicomiso establecido por el Ministerio de Comercio e Industria del gobierno de India.

Los bordadores de India, conocidos como “karigars”, la palabra en urdu para “artesano”, son de los mejores en el mundo. Los “karigars”, cuyo oficio se formalizó durante el imperio mogol, el cual abarcó 200 años desde mediados del siglo XVI, han heredado su talento artístico de generación en generación.

Sin embargo, cuando el escrutinio en torno a las cadenas de suministro se intensificó tras el desastre de Rana Plaza, las marcas de lujo empezaron a preocuparse por sus vínculos con India, un país conocido por sus deficientes protecciones laborales, donde los derrumbes de edificios y los incendios en fábricas con frecuencia matan y hieren a trabajadores de la industria textil, y se estableció el pacto de Utthan, cuyo nombre es una palabra en sánscrito cuya traducción aproximada es “elevación”. Al menos siete exportadoras indias —intermediarias entre las fábricas locales de bordado y las marcas internacionales— también se unieron.

El proyecto proponía cambios radicales en las fábricas de Bombay mediante la estandarización de los salarios y el fortalecimiento de la seguridad en los lugares de trabajo.

No obstante, a diferencia de muchas iniciativas de la industria del lujo, las cuales incluyen la sustentabilidad y las prácticas comerciales éticas, las marcas no hicieron pública su participación en el pacto de Utthan. No lo mencionaron en sus informes anuales ni en sus plataformas corporativas y de responsabilidad social, y algunas impidieron que los auditores hablaran al respecto. Al menos dos signatarios dijeron que les solicitaron firmar acuerdos de confidencialidad.

El pacto de Utthan

El acuerdo, gestionado por Impactt, una consultoría en Londres, establecía objetivos para las exportadoras indias, que por lo general tienen sus propias fábricas. Sin embargo, cuando las fechas de entrega se aproximan y los pedidos exceden la capacidad de sus fábricas, las exportadoras subcontratan. Delegan el trabajo de bordado a pequeños negocios como los que visitó el Times, donde los salarios suelen pagarse en efectivo y las plantas no cumplen con los códigos de seguridad.

De acuerdo con una publicación de 2016 de Impactt que describía los requisitos del pacto de Utthan, en el transcurso de tres años, todos los subcontratistas indios que trabajaran para los signatarios tendrían que mostrar pruebas de avances en ofrecer prestaciones de salud y pensiones a los artesanos. Todas las fábricas tendrían que contar con extinguidores de incendios, una sala independiente donde los trabajadores pudieran dormir y, en las plantas más grandes, al menos dos salidas de emergencia marcadas como tal.

A fin de cumplir con las leyes laborales de India, el pacto de Utthan también solicitaba que la semana laboral para los artesanos fuera de un máximo de seis días, y una jornada de no más de once horas —acorde con el límite legal—, así como menos horas extras.

El estado de Maharastra, que incluye a Bombay, no ha estipulado un salario mínimo para los bordadores. En cambio, los exportadores suelen usar la categoría de trabajadores “altamente calificados” que ofrece el gobierno (que corresponde a unos 175 dólares al mes, y no incluye prestaciones). El pacto de Utthan establece un salario de unos 225 dólares, con prestaciones incluidas.

En la misma publicación que detallaba estas iniciativas, Impactt dijo que evaluaría las fábricas al menos una vez al año.

A fin de incentivar a las fábricas, los signatarios de la industria del lujo se comprometieron a trabajar exclusivamente con empresas que cumplieran con el pacto de Utthan para finales del segundo año.

“Está claro que los cambios endémicos del sector requerían un compromiso importante a largo plazo”, dijo en un correo electrónico Rosey Hurst, fundadora de Impactt, y agregó que el pacto de Utthan estaba pensado como una colaboración entre las marcas y los exportadores.

Sin embargo, no todas las marcas que firmaron —Valentino y Versace mandan pedidos a las mismas compañías exportadoras, pero no se rigen por el pacto de Utthan— ni todas las exportadoras consideraban que el convenio fuera bueno, y más bien lo veían como un ejercicio de relaciones públicas diseñado para proteger a las marcas de lujo de toda responsabilidad.

Valentino se rehusó a hacer comentarios. En una declaración por correo electrónico, Versace dijo que la marca estaba “decidida a llevar a cabo sus operaciones con base en los principios de las prácticas comerciales éticas y el reconocimiento de la dignidad de los trabajadores”. La empresa añadió que, si descubría que los proveedores no cumplían con su código de conducta, pero que estaban “comprometidos” a mejorar la situación, entonces seguiría trabajando en general con esos proveedores, siempre y cuando fueran “honestos y claros”.

Los hoyos en la tela

Maximiliano Modesti, fundador de Les Ateliers 2M, una compañía de bordado en Bombay que trabaja con Chanel, Hermès e Isabel Marant, dijo que recibió la invitación de participar en el pacto de Utthan en 2014, cuando el proyecto estaba en desarrollo.

Modesti la rechazó. Consideró que los salarios eran demasiado bajos, y aseguró que él les pagaba a sus bordadores hasta un 50 por ciento más de lo que establecía el pacto de Utthan. Además, le pareció extraño que, por un lado, el pacto exigiera que se obedecieran los límites del horario laboral de India y, por otro, admitiera que esas normas podían ser flexibles cuando las marcas de lujo necesitaran prendas bordadas a última hora.

No obstante, algunos de los gerentes de exportadoras que sí se unieron al pacto de Utthan afirmaron sentirse obligados a firmar debido a que el proyecto estipulaba que muchas marcas de lujo solo trabajarían con las empresas que cumplieran con el pacto.

En los niveles inferiores de la cadena de suministro, donde las condiciones laborales son peores, los gerentes de varias fábricas subcontratadas dijeron que muchos de los objetivos del proyecto aún no se cumplían.

El Times hace poco visitó seis plantas de subcontratación que, en conjunto, pueden llegar a contratar a cientos de “karigars”, dependiendo de los pedidos. Los gerentes de estas plantas hablaron con la condición de conservar su anonimato por miedo a que sus clientes tomaran represalias y dejaran de hacer negocios con ellos.

A tres años de la introducción del pacto de Utthan, los gerentes dijeron que pocos de sus artesanos recibían prestaciones de salud o una pensión, y que las jornadas laborales solían exceder los límites legales de India. En todas las fábricas que visitó el Times hacían falta al menos algunas medidas de seguridad establecidas en el pacto de Utthan y en la Ley de fábricas de India, que contiene los requisitos del gobierno.

Uno de los gerentes afirmó que le pidieron que les mintiera a los auditores del pacto de Utthan. Declaró que, cuando los representantes de Impactt vinieron de visita, un exportador le dio la instrucción de mudar a sus artesanos de manera temporal a una fábrica que sí cumplía con los requisitos.

Otro gerente de una planta subcontratada dijo que gastó unos 30.000 dólares en la mudanza a una fábrica que cumplía con los términos del pacto de Utthan, bajo el entendimiento de que le harían más pedidos para compensar los gastos. Sin embargo, señaló que las cuotas de mantenimiento en la nueva fábrica eran costosas, así que aumentó sus tarifas. Luego, los pedidos empezaron a escasear.

“No me llegaban pedidos”, comentó, mientras los artesanos a su alrededor trabajaban en prendas de muestra para Christian Dior. “Empezaron a contratar a otros que hacían el trabajo a un precio más bajo”.

El año pasado, el gerente regresó a su fábrica anterior, una planta de seis salas, donde, según dijo, algunos artesanos pasan la noche, y no hay salidas de emergencia. Al principio, sus superiores se molestaron, pero los pedidos repuntaron después de que bajó sus tarifas.

El precio de alzar la voz

El pacto de Utthan se comprometió a empoderar a los “karigars” de India, pero en las entrevistas a más de una decena de artesanos, muchos dijeron que aún no estaban protegidos. Los artesanos afirmaron que los gerentes se aprovechaban de su falta de educación formal y de representación sindical para retener información acerca del valor de sus bordados.

“Nos están explotando por doquier”, declaró Abdullah Khan, un artesano con más de veinte años de experiencia.

El verano pasado, Khan y alrededor de otros doce artesanos le exigieron un aumento salarial a la exportadora que los empleaba, una signataria del pacto de Utthan que surte pedidos para Saint Laurent. Aunque Khan no lo sabía en aquel momento, el sueldo de los artesanos de la fábrica era un 13 por ciento menor al que estipulaba el pacto de Utthan, según un talón de pago que revisó el Times.

En una entrevista telefónica, el gerente de la fábrica negó haber maltratado a los artesanos y refirió las preguntas más específicas a Impactt, la cual dijo que se estaba investigando una disputa laboral.

Khan mencionó que un auditor de Utthan se mostró solidario cuando los artesanos le contaron sobre los conflictos salariales, pero les dijo que solo podía hablar con el gerente de la fábrica. A final de cuentas, la comisión laboral del gobierno ayudó a negociar una indemnización por años de servicio para los “karigars” que querían renunciar, entre ellos Khan. Finalmente, los salarios de la fábrica se incrementaron, aunque permanecieron un cinco por ciento debajo del referente del pacto de Utthan, según un talón de pago emitido en otoño.

Khan dijo que, durante varias semanas, las fábricas no querían contratarlo debido a que había buscado sindicalizarse. Después, encontró un trabajo en una planta subcontratada que surte pedidos para una de las exportadoras indias que ayudaron a crear el pacto de Utthan. Sin embargo, los últimos meses han agotado a Khan, a quien se le quebró la voz durante una entrevista que se le hizo en el piso de su pequeño apartamento.

“Solo intentamos sobrevivir”, dijo, mientras su hijo de 4 años corría a abrazarlo.

Artesanos indios bordan prendas para marcas locales en una típica planta de subcontratación en Bombay, el 12 de febrero de 2020. Las marcas de lujo han subcontratado discretamente gran parte de su trabajo de bordado en India desde la década de los ochenta. (Atul Loke/The New York Times)

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