El miedo y la desconfianza expresados contra China en los devastadores primeros días del brote de coronavirus han dado un giro de 180 grados: ahora Occidente es el que amenaza a Asia y al resto del mundo.
A medida que aumentan los contagios en Italia, España y Estados Unidos, muchos países en Asia que sufrieron la pandemia primero parecen haberla combatido hasta contenerla, en particular China, y ahora están luchando para protegerse de una nueva ola de infecciones provenientes del extranjero.
En toda Asia, a los viajeros que llegan de Europa y Estados Unidos se les prohíbe la entrada o se les obliga a ponerse en cuarentena. Los gimnasios, las clínicas privadas y los restaurantes en Hong Kong les piden que no se acerquen. Incluso los padres chinos que enviaron a sus hijos con orgullo a estudiar en Nueva York o Londres ahora les mandan cubrebocas o gel antibacterial por correo postal o adelantan su regreso en vuelos que pueden llegar a costar 25.000 dólares.
“Regresamos porque creemos que volver a China es más seguro que quedarnos en Nueva York”, dijo Farrah Lyu, estudiante universitaria recién graduada de 24 años que, este mes, regresó en avión a China oriental con su compañera de cuarto.
Hace una semana, este revés de fortunas habría sido inimaginable. En ese momento, China era el epicentro del brote global y había cientos de muertes al día.
Sin embargo, por primera vez desde que comenzó el brote el jueves no se reportaron nuevos casos locales. Al parecer, su respuesta implacable —el bloqueo de ciudades, el cierre de fábricas, las pruebas diagnósticas de miles de personas— ha contenido el contagio en China.
Ahora la pandemia que se originó en China está migrando y empieza a redistribuirse. En toda Asia, donde Singapur, Taiwán y Corea del Sur combatieron el virus con éxito y a tiempo, al igual que China, se está gestando una sensación de miedo y consternación. Gran parte de la región mira a Occidente y piensa: “Nosotros lo estamos haciendo bien, ¿por qué ustedes no pueden?”.
En el caso del presidente Donald Trump, la respuesta ha sido la evasión. Ante un torrente de críticas por haberle restado importancia a la epidemia en sus etapas más tempranas y cruciales, ahora intenta devolverle la culpa a China, exacerbando las tensiones existentes entre ambas superpotencias. Pese a las advertencias de que está fomentando la xenofobia, Trump ha usado el término “virus chino” en repetidas ocasiones, lo cual los críticos consideran que es un intento por distanciarse del problema.
Pekín ha tomado represalias al sugerir falsamente que el virus empezó con soldados estadounidenses y al retratarse a sí misma como una heroica nación guerrera que lucha contra el contagio y es un modelo a seguir para el mundo.
En especial en China y la diáspora china está surgiendo una demanda creciente para que se reconozcan el trabajo arduo y los sacrificios que lograron contener el brote, y un deseo de decirle al mundo lo que ha salido bien y mal, y por qué.
“La gente en los países occidentales dijo que la respuesta de China fue demasiado autoritaria, que no respetó la democracia y la libertad de las personas lo suficiente”, mencionó Yin Choi Lam, propietario de un restaurante vietnamita-chino en Melbourne, Australia. “Ahora si lo comparamos con lugares como Italia, donde la tasa de mortalidad es tan alta, o Estados Unidos, donde nadie sabe cuántas personas están enfermas. ¿Prefieres conservar tu libertad o tu vida?”.
Los críticos tanto dentro como fuera de China señalan que la respuesta autoritaria del país no es la única ni la mejor manera de combatir una epidemia. Los funcionarios mantuvieron el virus en secreto durante semanas, lo cual permitió que se propagara sin control por China central, y luego obligaron a las personas a permanecer en ciudades sobrepobladas.
Por el contrario, Corea del Sur, una democracia dinámica y capitalista, junto con Taiwán y Singapur, han controlado el virus con transparencia, eficiencia y solidaridad, sin afectar la libertad de movimiento.
Parte de lo que ha distinguido a algunos países asiáticos es la experiencia, dijo Leighanne Yuh, historiadora de la Universidad de Corea.
“Desde el inicio de la epidemia, los surcoreanos se tomaron la situación muy en serio, quizá debido a sus experiencias previas con el SRAS y el SROM”, explicó. “Usar cubrebocas, lavarse las manos, el distanciamiento social, todas estas eran medidas familiares”.
En Estados Unidos y Europa hubo más indecisión. Y ahora se han convertido en focos de infección que propagan la enfermedad por todo el mundo. En Australia, Estados Unidos ahora es la fuente principal de casos de coronavirus, seguido de Italia, y luego China.
Las infecciones en China también provienen de fuera. Los funcionarios dijeron el jueves que se habían confirmado 34 casos nuevos entre personas que habían llegado de otros países.
Lyu, de 24 años, y su compañera de cuarto en Nueva York, Tianran Qian, de 23 años —quienes volaron de regreso a sus hogares en Hangzhou, en China oriental— dijeron que la respuesta estadounidense les parecía desconcertante. Ambas pasaron semanas leyendo sobre las concentraciones del brote en todo el mundo y, durante un tiempo, no salieron y usaron cubrebocas como lo habrían hecho en su nación de origen.
Sin embargo, sus amigos estadounidenses seguían socializando y describían el virus como poco más que una gripe.
“En tu teléfono ves lo que está pasando en todo el mundo, en Japón y Corea, y cuando vuelves a la realidad, la gente actúa como si fuera un día normal”, dijo Lyu, refiriéndose a cómo era el entorno en Nueva York antes de que se fuera.
“O no lo entienden o solo lo ignoran”, dijo Qian. “La gente se mostraba indiferente”.
En casa, en China, dijeron que se sentían más seguras. Se pusieron en cuarentena voluntaria en sus recámaras y sus padres les dejaban comida y novelas en la puerta de sus cuartos.
Les entregaban los víveres a domicilio e incluso su basura era recolectada y revisada por empleados de hospital que usaban trajes de protección.
“Todo ya estaba planeado”, dijo Lyu. “No tuvimos que preocuparnos por nada”.
Miembros de un comité vecinal revisan temperaturas e identificaciones en Pekín el miércoles, 18 de marzo de 2020. (Gilles Sabrié/The New York Times)
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