Una pregunta aparentemente sencilla está interesando a científicos en todo el mundo: ¿Por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos? Existe un experimento muy sencillo e importante que todos pueden hacer. Sólo necesitan una pluma y sentarse sin zapatos o calcetines. Intenten hacerse cosquillas a sí mismos y después pídanle a alguien más si les puede hacer cosquillas.
El resultado ya lo conocen: es insoportable que alguien más te haga cosquillas, pero al hacernos cosquillas a nosotros mismos no sentimos nada. ¿Por qué sucede esto y por qué es tan importante para la neurofisiología?
Científicos de todo el mundo, en particular médicos, neurólogos e investigadores en inteligencia artificial, se han preguntado por qué no podemos hacernos reír a nosotros mismos. Así lo explicó George van Doorn de la Universidad Monash, en Australia:
“Nos lleva a esas preguntas más grandes sobre la conciencia y la autoconciencia, sobre quiénes somos.”
Lo que se ha descubierto es que el cerebro humano tiene un mecanismo de protección que ni siquiera las inteligencias artificiales más sofisticadas pueden replicar. Se trata de una forma de diferenciar cuando nos tocamos a nosotros mismos y cuando alguien más nos está tocando. Esto sirve para evitar muchas situaciones incómodas.
Imagínense, por ejemplo, que van caminando y, sin querer, se tocan la pierna. Si el cerebro no supiera que ustedes mismos hicieron el movimiento, podrían sorprenderse o asustarse. Y eso podría pasar múltiples veces en un mismo día. Así lo explicó Jennifer Windt, de la Universidad alemana Johannes Gutenberg, de Maguncia:
“Las cosquillas son un buen ejemplo por el contraste tan obvio entre los mismos actos si los realiza otro o nosotros mismos.
Los neurólogos se han interesado en este proceso mental porque define la diferencia entre lo que consideramos propio y lo que consideramos ajeno. Sarah-Jayne Blakemore, del University College de Londres pasó mucho tiempo investigando este fenómeno. Así, ha escaneado el cerebro de diferentes participantes que se hacían cosquillas a sí mismos y que recibían cosquillas de otras personas.
Después de analizar los resultados, Blakenmore se dio cuenta de que el cerebelo predice los movimientos del cuerpo y envía una segunda señal para que no reaccionemos adversamente a los efectos de este movimiento. Así, cuando nos hacemos cosquillas a nosotros mismos, no sentimos las mismas sensaciones que cuando alguien más lo hace.
Después de conseguir estos resultados, la Dra. Blakenmore decidió exprimentar con maneras de engañar al cerebro y truquear este proceso. Así, utilizó una máquina para hacernos cosquillas con cierto retraso y usó simulaciones magnéticas para que alguien se hiciera cosquillas en contra de su voluntad. En ambos casos, el experimento tuvo algo de éxito, pero Blakenmore demostró que la sensación de hacerte cosquillas a ti mismo jamás será igual que la de alguien más haciéndote cosquillas.
Todos estos experimentos, que pueden parecer frívolos, sirven para determinar ciertos problemas neurológicos reales. Por ejemplo, los esquizofrénicos sí pueden hacerse cosquillas a sí mismos. Y las inteligencias artificiales, por más que se ha trabajado en ello, no pueden distinguir aún entre el tacto propio y el ajeno. Así lo explicó Robert Provine, de la Universidad de Maryland, en Estados unidos:
“La incapacidad de hacerte cosquillas a ti mismo sugiere que las definiciones del ser y de los otros están basadas en la neurología. Si se desarrolla un algoritmo similar en las máquinas, se pueden crear robots capaces de distinguir cuando se tocan a sí mismos y cuando están siendo tocados por alguien más.”
Tal vez, entonces, estos problemas que parecen tan evidentes nos puedan llevar a comprender cómo funciona nuestra percepción de nosotros mismos y de los otros, cómo funciona nuestro cerebro y cómo podríamos crear inteligencias artificiales.