La semana pasada, Taiwán lograba un dato muy positivo: en tres de los siete días no registró ningún nuevo caso confirmado de COVID-19.
La isla, con un gobierno democrático y que China veta como miembro de la OMS al considerarla parte de su territorio, ha conseguido mantener el coronavirus a raya, pese a encontrarse a solo 180 kilómetros de la costa china y recibir un flujo de visitantes procedentes del otro lado del estrecho que el año pasado alcanzó los 2,7 millones de personas.
Desde que comenzó la pandemia ha contabilizado 425 casos y solo 6 fallecidos. Únicamente un foco de infección, de una veintena de casos a bordo de un barco militar y detectado desde el fin de semana, amenaza con empañar ese registro.
La respuesta del Gobierno de la presidenta Tsai Ing-wen ha sido elogiada por su rapidez de reacción desde que el 31 de diciembre se conoció la existencia de una nueva enfermedad detectada en la ciudad de Wuhan, en el centro de China, en diciembre pasado, y la adopción de una serie de medidas, desde la interrupción de vuelos hasta el uso de la tecnología para vigilar el cumplimiento de las cuarentenas.
Lo que le ha permitido mantener una vida diaria normal; mientras otros países han debido decretar confinamientos de su población más o menos a cal y canto, el panorama en las calles de Taipei no difiere mucho de cualquier otro momento antes del comienzo de la epidemia. Los restaurantes siguen abiertos; la gente acude a trabajar como siempre.
Según explica un artículo de la agencia de noticias taiwanesa CNA, el Centro de Control de Enfermedades de Taiwán empezó a tener conocimiento del problema en Wuhan a primeras horas del 31 de diciembre, cuando su director leyó un artículo publicado en un importante foro de la red social Reddit en la isla, PTT.
Aquel artículo incluía declaraciones de las autoridades sanitarias de Wuhan sobre la nueva neumonía atípica y capturas de pantalla de conversaciones entre médicos de esa ciudad. Ese mismo día, Taipéi envió un correo electrónico a la OMS para pedir más información.
En enero estableció un centro de mando para coordinar la respuesta a la epidemia, empezó a controlar los vuelos que llegaban procedentes de Wuhan y estableció protocolos de cuarentena para los viajeros considerados de riesgo.
En un artículo que publicaba esta semana la revista Time, la propia Tsai apunta que la clave de la reacción temprana fueron “las dolorosas lecciones del brote de SARS en 2003, que dejó a Taiwán traumatizada con la pérdida de docenas de vidas”.
Mediante el uso de la tecnología, desde que el 21 de enero se detectó el primer caso confirmado en la isla de 23 millones de habitantes, se ha trazado la red de contactos y desplazamientos de cada contagiado. Se ha hecho obligatorio el uso de mascarillas en lugares y transportes públicos, con la amenaza de fuertes multas si se incumple.
Para garantizar la disponibilidad de esos protectores, se prohibió su exportación y, además de ampliar la producción, se racionó su distribución. Su disponibilidad de mascarillas ha sido tal que ha donado más de diez millones a algunos de los países más golpeados por la pandemia, entre ellos España, Italia y Estados Unidos.
“El Gobierno de Taiwán aprendió de su experiencia con el SARS en 2003 y estableció un mecanismo de respuesta de salud pública para permitir una reacción rápida en futuras crisis.
Equipos de funcionarios bien adestrados y con experiencia se dieron cuenta rápidamente de la crisis”, indica un estudio publicado en la revista Journal of the American Medical Association (JAMA), que encuentra 124 medidas que Taipéi adoptó en las primeras semanas de lo que se acabaría convirtiendo en la mayor pandemia en un siglo.
El que su ejemplo no haya tenido más eco entre los países occidentales puede deberse a que Taiwán no es miembro de la Organización Mundial de la Salud (OMS) debido al veto de China. Aunque disfrutó de estatus de observador hasta 2016, la presión de Pekín hizo que se le retirara tras la toma de posesión como presidenta de Tsai, del Partido Demócrata Progresista que históricamente ha apoyado la independencia de Taiwán.
A lo largo de la crisis, la isla se ha lamentado en repetidas ocasiones del efecto negativo que representa su ausencia de la institución. No puede asistir a reuniones de urgencia sobre la crisis y sus casos se contabilizan junto con los de China, algo que Taipéi denuncia que priva al resto del mundo de información precisa sobre la evolución de la pandemia.
“Aunque Taiwán ha sido excluida injustamente de la OMS y la ONU, seguimos dispuestos a utilizar nuestras fortalezas en la manufactura, la medicina y la tecnología para colaborar con el mundo”, escribe Tsai en su artículo.
El mes pasado, el subdirector general de la OMS, el epidemiólogo canadiense Bruce Aylward —que en febrero encabezó la misión de esta organización a China para examinar la respuesta al coronavirus— evitó responder y acabó colgando a una periodista de la televisión hongkonesa cuando, en una llamada por Skype, le preguntaba sobre la situación de Taiwán en la institución.
Acerca de la polémica desatada en torno a esa entrevista, la OMS ha contestado que no se debe confundir su mandato técnico de salud pública mundial con el de los países miembros para decidir quién puede integrarse en la organización.
La semana pasada, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, denunció haber sufrido ataques racistas y amenazas de muerte de los que aseguró —sin aportar pruebas— que el Ministerio de Exteriores taiwanés estaba al tanto.
Como respuesta, Tsai invitó, en un comunicado en inglés en redes sociales, al alto funcionario a visitar la isla “y experimentar por sí mismo lo comprometido que está el pueblo taiwanés a relacionarse y contribuir al mundo, incluso frente a la discriminación y el aislamiento”.
Fuente: El País