Así como el PIB es el indicador del crecimiento de un país y el IDH el indicador de desarrollo humano, el COVID-19 ha resultado ser un indicador de la desigualdad educacional que existe en nuestro país. Los indicadores tienen características comunes: son basados en datos, llevan un proceso comparativo y arrojan un dato o una conclusión en presente.
El COVID-19, virus rápido y agresivo que agredió al mundo y lo tomó por sorpresa, reúne todas estas condiciones para poder enseñarnos como en la República Dominicana solo los privilegiados tienen acceso al derecho a la educación.
Consagrado en el artículo 63 de la Constitución Dominicana, el derecho a la educación es uno de los más básicos y esenciales para el desarrollo íntegro tanto a nivel personal como colectivo; es el principal eje en donde tornan las ideas de cambio, evolución y, como bien nos ha mostrado la historia, revolución. Sin embargo, en un mundo tan modernizado, donde los beneficios y la necesidad de la educación están más que claras, la República Dominicana se ha mantenido rezagada, un país con próspero futuro…pero para quienes pueden.
Para proyectar mejor la imagen, esta es la realidad que vivimos: en los sectores privilegiados encontramos a estudiantes desde sus hogares, acatando las órdenes de aislamiento, continuando sus estudios de manera virtual. Este seguimiento a sus estudios es complementado por la constante tutela de los profesores, quienes no abandonan al estudiante y trabajan arduamente para cruzar a los estudiantes del otro lado de la meta. El próximo año escolar, si bien supone ciertas rocas en el camino, marchará de acuerdo con el plan.
Del otro lado se encuentran los estudiantes del sector público. Estos estudiantes se ven estancados, sus clases suspendidas indefinidamente. El material educativo, que no es de la mejor calidad, yace en la mochila o en los libreros de las escuelas, pues el profesor, debido a las medidas de aislamiento, no ha podido continuar con su labor.
La tecnología como el Zoom y demás medios de telecomunicación se encuentran fuera de alcance. Un cuatrimestre atrincherado y los próximos años escolares llenos de lagunas, falta de seguimiento y desmotivación estudiantil. Todo esto sin considerar el impacto económico en las familias de bajos recursos y las consecuencias que esto pudiese traer sobre el desarrollo educacional de ese menor.
En el mismo artículo previamente citado de la Constitución se establece, de manera clara y precisa, que es parte de nuestro derecho a la educación recibirla “…en igualdad de condiciones y oportunidades…”. En la previa realidad ya expuesta no cabe duda de que igualdad de condiciones no existe. Aun más preocupante es pensar ¿alguna vez existió tal igualdad en condiciones y oportunidades? ¿alguna vez existió la motivación o se estableció como prioridad que se reúnan estas condiciones?
Si bien es cierto que el Ministerio de Educación a través de los años ha desarrollado planes y estrategias para tratar de potencializar la educación en la República Dominicana: creación de escuela, capacitación del cuerpo docente, mejoras en el currículo estudiantil y recientemente, un plan de modernización a la luz de la situación existente; no menos cierto es, que todas estas ideas se encuentran plasmadas en el Plan Decenal, una herramienta elaborada para estructurar mejoras en el sistema educativo en el país. Al vencer el plazo de esta, se creó el Plan Estratégico 2017-2020 con la finalidad de darle continuidad a las ideas y metas planteadas en el plan pasado. De manera coyuntural, se han creado distintos planes y campañas por parte del MINERD para concientizar y reducir demás factores que atentan contra la educación como la disertación escolar, el trabajo infantil, el embarazo en la adolescencia y la violencia escolar; de la mano con otras instituciones del gobierno, así como entes internacionales como la UNICEF.
El Ministerio de Educación, en especial en los últimos años, ha tomado medidas para situar estudiantes dentro del sistema educativo, incrementando la cantidad de escuelas y aulas disponibles en todo el país, creando la Jornada Extendida que conlleva consigo el desayuno y almuerzo escolar; asimismo, ha tomado medidas que han significado un paso al progreso social, como lo fue su ordenamiento en pro de la igualdad de género y la reestructuración de los estereotipos sociales.
Sin embargo, a pesar de todos estos intentos, las cifras continúan siendo preocupantes: en el 2017 al realizarse la Evaluación Diagnóstica Nacional de Tercer Grado en primaria, solo el 12% de los evaluados obtuvo resultados satisfactorios en lengua española y un 27% en matemática. En el año 2016, se encontraban fuera de escuela 215,431 menores entre las edades de 5 a 17 años y en el año escolar 2014-2015, el 60% de los dominicanos entre las edades 18 a 20 años no habían finalizado la escuela; de igual forma, según el informe de la Unicef “Niños Fuera de la Escuela” correspondiente al año 2017, el 62% de los niños y niñas de 3 a 5 años no asiste al colegio
Aquí continuamos con la duda: ¿Dónde están los resultados de los planes creados por el Ministerio de Educación? ¿Dónde está la evolución educativa? ¿Dónde está la revolución y el cambio prometido?
La educación, como muchos países han sabido identificar, es la raíz del desarrollo social. Vivimos en una época de enormes progresos en la tecnología y en la ciencia, que tienen aplicaciones en la actualidad que perfilan a una sociedad en el futuro y al compás con las demás naciones. El XXI está marcado permanentemente por el gran desarrollo que ha tenido su ritmo rápido y cambiante. Hoy en día las noticias las recibimos en el celular y la impunidad (la falta de información sobre lo que ocurre en el mundo, así como el misterio que antes existía quedaron en el pasado, pues la hiperconectividad nos ha permitido estar al tanto de todo, vigilantes y bombardeados de conocimiento. A pesar de encontrarnos así, todavía nos encontramos en un sistema educacional que lucha por mantenerse a flote, en constante forcejeo con los obstáculos que la misma falta de educación ha creado. Es un poderoso círculo vicioso en donde la fuerte voluntad del gobierno puede ayudar a romperlo.
Y nos encontramos aquí, en medio de una pandemia que no parece quererse ir, con la población estudiantil dividida por un manto de hierro: por un lado, los que pueden estudiar y seguir su desarrollo y por el otro, aquellos que condiciones ajenos a ellos han colocado otro obstáculo en su incesante lucha por un futuro. Evidentemente, esta no es una situación que pudo haber sido pronosticada, como tampoco una a la cual pudimos prepararnos. Aun así, en pleno 2020, con tantos planes estratégicos y estructuras de progreso y desarrollo educacional, el sector público sufrió el golpe más duro y frío: sin tecnología, sin sistemas de educación remota, sin las herramientas para seguir con la educación y el interés……. la brecha educacional y la desigualdad crecen producto de esto.
La desigualdad educacional no es algo que impacta de manera directa, no, no es una situación en donde la consecuencia de los eventos del presente los sentiremos ahora, y esa es precisamente la peligrosidad de esta: es un mal silente, que aumenta exponencialmente sin sigilo. Es un mal que se asoma y desgraciadamente, no se limita en su carril interpersonal, sino que impacta todas las formas de vida de la sociedad dominicana.
A nivel personal impide el alcance al sector laboral que reúna condiciones dignas de empleo, impide el acceso a salud de calidad, a formar parte activa de la sociedad y ejercer de manera consciente su derecho cívico. La falta de educación atrinchera el futuro de una persona y lo confina a vivir una vida “al día”, conformista y desesperanzada. La brecha de la educación deja al país desprevenido y “desarropado” para los sucesos del futuro, nos deja sin plan de acción y sin combatientes, pues un gran porcentaje de la población futura se verá afectada por los retrasos y la inefectividad del sistema educacional de nuestro país.
Constantemente nos cuestionamos sobre el surgimiento de tanta inestabilidad política, la informalidad de los empleos, la siempre creciente tasa de criminalidad y el poco compromiso social que existe en nuestro país, empero, no nos detenemos a evaluar su causante y detonante principal: la falta de educación. En un país educado el clientelismo político decrece radicalmente; en un país educado la población cuestiona sus autoridades; en un país educado el voto es de manera consciente y sobretodo, en un país educado, el progreso y desarrollo son inherentes al futuro de esa nación.
Es necesario reclamar y exigir constantemente a nuestro gobierno que mantenga la mejora continúa de la educación, que no desfallezca en la constante inversión educativa, en todos sus aspectos o ejes esenciales: construcción de aulas, alimentación escolar, formación del cuerpo docente, y la tecnología, sobre todo cuando es una de las áreas con mayores recursos económicos hoy día. Es nuestro deber reconocer la situación de muchos en el país y exigir por aquellos que no pueden o no saben que deben luchar por la educación. Debemos reclamar constantemente datos precisos, transparencia y acción por parte del Ministerio de Educación y que las acciones de este sean susceptibles a la crítica pública. Principalmente, es nuestra labor, sobre todo, para aquellos que tenemos el privilegio de ser educados, preocuparnos por el bienestar de nuestro país y admitir que con una población ciega e ignorante no se llega a ninguna parte.
Por Laura Marie Lebrón Guerrero