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¿Te arrancas el cabello? Esta podría ser la causa

Un viernes soleado del mes pasado, a diez días de que inició el cierre por coronavirus en Australia, Jayde Beaumont acostó a su hija pequeña para que durmiera la siesta, cerró la puerta de su baño y comenzó a afeitarse la cabeza.

Fue una decisión con la que había luchado durante años, aunque esta no tenía mucha relación con su aspecto. Desde que tenía 8 años, Beaumont, que ahora tiene 27, padece tricotilomanía, una enfermedad que ocasiona que se arranque el cabello de manera compulsiva. Durante casi dos décadas, a diario entraba en una especie de estado de trance, se arrancaba el cabello de la cabeza sistemáticamente, mechón por mechón, y formaba una pila de cabello a su lado en minutos o incluso horas mientras veía televisión o conducía su auto.

La ansiedad y el aburrimiento se han convertido en quejas habituales en la pandemia de coronavirus, los cuales han desencadenado conductas existentes con efectos potencialmente dañinos. Beaumont afirmó que tomó la rasuradora después de semanas de estrés ocasionado por los aterradores titulares en las noticias combinados con el tiempo libre derivado de la reclusión en casa. Aunque a lo largo de los años experimentó con una variedad de tratamientos, nada había interrumpido el ciclo por completo. Siempre pensó que afeitar su cabeza era el último recurso… hasta ahora.

“Solo pensé: ‘¿Qué puedo perder?’”, señaló Beaumont. “Es ahora o nunca. Si no tengo cabello en la cabeza, puedo tratar de entrenarme para dejar de hacerlo”. Grabó el momento y lo publicó en Instagram.

“Tenía miedo, pero también estaba emocionada”, comentó. “Tal vez si no tenía cabello entonces no me darían esas ganas irresistibles de arrancarlo. Quizá entonces las recaídas y los remordimientos se esfumarían por fin”.

(Andrea D’Aquino/The New York Times)

¿Qué es la tricotilomanía?

La tricotilomanía está rodeada de interrogantes. Es difícil de pronunciar y de reconocer o definir, a pesar de estar clasificada como una enfermedad desde hace más de 30 años.

En años recientes, los expertos han llegado a creer que la enfermedad es provocada por una combinación de factores genéticos, biológicos y conductuales. No hay un diagnóstico genérico respecto a lo que la desencadena o a sus tratamientos, que pueden ir desde la terapia conductual cognitiva y de reversión de hábitos, hasta la asistencia a grupos de apoyo o incluso tratar de remplazar esa acción con otra como dar jaloncitos a una banda elástica en la muñeca.

“La tricotilomanía nunca se ha tratado con la seriedad suficiente”, aseguró Fred Penzel, quien es uno de un puñado de psicólogos que se especializa en el campo y es director ejecutivo de Servicios Psicológicos Western Suffolk en Nueva York. “Durante años simplemente se consideró un mal hábito o una extravagancia, y esto se ha traducido en que no se ha estudiado o investigado como muchos otros trastornos. Necesita que se le ponga mayor atención y se le otorgue financiamiento”.

Penzel aseguró que algunos estudios demuestran que la tricotilomanía afecta aproximadamente al dos por ciento de la población mundial. Eso implica que hay más de 150 millones de personas que lo padecen y se arrancan el cabello de la cabeza, las cejas, las pestañas, los vellos de la zona púbica o de cualquier otra parte del cuerpo.

“Me sentía muy avergonzada y sentía que nadie comprendía”, dijo Beaumont, quien mantuvo su secreto durante años hasta que la calvicie la delató. “Pero nadie sabía realmente cómo lidiar con esto que no fuera diciéndome que me detuviera, lo cual parecía ser lo único que estaba fuera de mi control”.

Con frecuencia, arrancarse el cabello se clasifica equivocadamente como una forma de trastorno obsesivo-compulsivo, que se define como tener pensamientos irracionales recurrentes seguidos de actos repetitivos para neutralizar dichos pensamientos. Aunque tienen características similares, la tricotilomanía es un tipo de trastorno del control de impulsos que pertenece al grupo conocido como conductas repetitivas enfocadas en el cuerpo, o BFRBs, por su sigla en inglés. A diferencia de las compulsiones por TOC, las BRFBs (que incluyen pellizcarse la piel y morderse las uñas) suelen parecer reconfortantes en el momento. Quienes la padecen rara vez presentan pensamientos obsesivos. Muchos la describen como entrar en “un estado de trance” en el que no estaban totalmente conscientes del tiempo o de sus acciones cuando se jalaban o jugaban con su cabello.

De acuerdo con un estudio publicado por la revista American Journal of Psychiatry, la cantidad de mujeres que se arrancan el cabello supera la de los hombres en una proporción de 4 a 1, y en algunos casos se relaciona con las hormonas durante la pubertad, así como con la ansiedad y niveles altos de inteligencia.

Jennifer Raikes, directora ejecutiva de la Fundación TLC, recalcó que se desconoce la verdadera proporción de género y que esta podría estar más equilibrada, dado que la mayoría de los hombres no busca tratamiento ni atención médica. La Fundación TLC para conductas repetitivas enfocadas en el cuerpo es la de mayor relevancia entre los grupos sin fines de lucro basados en la evidencia científica y comprometidos con la mejora de la conciencia pública y el entendimiento de las BFRBs en todas las personas, desde los profesionales médicos, peluqueros y profesores, hasta los padres y los enfermos.

“Honestamente, nadie tiene aún las respuestas exactas a muchas preguntas básicas”, dijo Raikes. “Es probable que, cualquiera que diga que tiene un conocimiento definitivo, lo esté inventando”.

En ocasiones, la tricotilomanía puede ser desencadenada por un evento traumático, dijo, o estar relacionada con altos niveles de ansiedad o depresión; sin embargo, con la misma frecuencia, las personas podrían estar felices, salvo por su hábito compulsivo.

¿Cómo es padecer tricotilomanía?

El costo psicológico y emocional de tirar del cabello puede ser significativo. Si bien son pocos los que afirman sentir dolor físico por los tirones, si se repite miles de veces puede provocar hemorragias, infecciones cutáneas, pérdida permanente del cabello o cicatrices. Ocultar constantemente estas consecuencias también puede ser agotador.

“La secundaria fue una época difícil para mí”, narró Taylor O’Connor, de 21 años, estudiante de psicología en las cercanías de Kingston, Nueva York. Empezó a arrancarse las pestañas y las cejas cuando tenía 7 años, más o menos cuando a su padre le diagnosticaron cáncer. Cuando se mudó a una escuela secundaria más grande, se arrancó la mayor parte del cabello de la cabeza mientras se quedaba despierta por la noche.

“Tenía algunos buenos amigos que me apoyaron, pero también había acoso. Las clases de natación eran una pesadilla”, dijo O’Connor, quien comenzó a usar una peluca todos los días a partir de primero de secundaria.

Aunque a veces era incómoda, la peluca no solo escondía su cabello debilitado y le permitía sentirse más a gusto en circunstancias sociales, sino que también le impedía arrancárselo. La terapia y la transición a la universidad, donde pudo hablar más abiertamente sobre su trastorno, también ayudaron. A pesar de los fuertes impulsos durante el encierro, con sesiones nocturnas en las que se jala el cabello durante quince minutos (“es mi mecanismo de afrontamiento”, dijo O’Connor), su cabello natural había empezado a crecer de nuevo recientemente. En algunas partes de su cuero cabelludo ya rebasó la altura de sus hombros, un logro que la llenó de orgullo.

“Es como querer drogarse”, dijo Beaumont, quien calcula que en sus peores momentos tira de su cabello entre cuatro y cinco horas al día. “Tan pronto como termino de jugar con lo que era el cabello perfecto, tengo que empezar a buscar el siguiente”.

O’Connor dijo que ella no se arranca cualquier pelo, tiene que sentirse grueso y fuera de lugar. El placer se encuentra en parte desde los momentos previos hasta el tirón mismo. “Siempre sé cuando ya he encontrado la hebra correcta”, afirmó.

Rebecca Richter, de 19 años, una estudiante universitaria que vive en Long Island, Nueva York, comenzó a arrancarse las pestañas cuando era niña para pedir deseos; sin embargo, pronto la compulsión de arrancarlas se extendió a su cabeza. Hace poco, Richter fue a la estética para que le aplicaran tinte en la parte rapada de su corte de duendecillo cuando sintió oleadas de tentación, pero el cierre hizo que fuera imposible. Así que, como Beaumont, se afeitó la cabeza.

“Arrancarme el cabello siempre ha sido algo intermitente, dependiendo de lo que esté sucediendo en mi vida, pero con toda esta locura, en este momento siento que está fuera de mi control”, comentó, y agregó que muchos amigos con ese trastorno se sintieron igual.

¿Existe un tratamiento para la tricotilomanía?

De acuerdo con Jon Grant, profesor de psiquiatría en la Universidad de Chicago quien ha estudiado las BFRBs durante 20 años, acicalarse uno mismo conecta a los seres humanos con otras criaturas del reino animal. Todos los animales están programados para acicalarse a sí mismos, con escalas proporcionales de satisfacción, comentó la semana pasada.

“Hay quien da forma a sus cejas, o se arranca algunas canas o vellos enterrados. Mucha gente lo hace. También hay personas que comienzan a hacerlo y luego no pueden dejar de arrancarse el pelo de manera compulsiva”, afirmó. “Algunas personas logran controlar esa necesidad o presentan casos leves, pero para otras puede tratarse de una acción que afecta su vida en términos de salud mental y autoestima, parecido a lo que sucede con las adicciones”.

Los investigadores están explorando los objetivos de los tratamientos. Por ejemplo, ¿las personas deberían esperar detener la conducta por completo o solo reducirla? Tratar de determinar el porcentaje de personas que responden a la terapia conductual, los medicamentos o remedios de venta libre, como el cardo mariano, también es una pregunta sin respuesta. (No existe ningún medicamento aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos para tratar las BFRBs). También es importante identificar las prácticas comunes. Muchos pacientes han reportado hábitos que tienen componentes sensoriales fuertes, como zonas de búsqueda predilectas, la caza de un “tipo” o “textura” de cabello específicos, y una fascinación por los folículos pilosos.

“Por desgracia, lo que sí podemos afirmar es que las personas que se sienten incapaces de hablar al respecto han tenido un impacto en nuestra capacidad para comprender las BFRBs a cabalidad, y la cantidad de especialistas y recursos que se destinan a combatirlas”, señaló Raikes.

La ansiedad y el aburrimiento se han convertido en quejas habituales en la pandemia de coronavirus, los cuales ha desencadenado conductas existentes con efectos potencialmente dañinos. (Andrea D’Aquino/The New York Times)

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