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Un cazador de virus cae víctima del virus que subestimó

Donald G. McNeil Jr.

(Science Times)

“Esta es la revancha de los virus”, afirmó Peter Piot, director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. “Les he hecho la vida imposible. Ahora están intentando derrotarme”.

Piot, de 71 años, es una leyenda en las luchas contra el ébola y el sida. Pero la COVID-19 casi le quita la vida.

“Hace una semana no hubiera podido hacer esta entrevista”, dijo en una conversación reciente por Skype desde su comedor en Londres, con una pintura de lirios de agua detrás de él. “Todavía tenía dificultades para respirar luego de 10 minutos”.

En retrospectiva, mientras recordaba con pesar que fue abatido por un virus luego de pasar toda su vida como cazador de virus, Piot dijo que había juzgado mal a su presa y se había convertido en la víctima.

“Lo subestimé, subestimé lo rápido que se propagaría”, afirmó. “Mi error fue pensar que era como el SRAG, el cual tenía un alcance bastante limitado. O que era como la influenza. Pero no es ninguno de los dos”.

En 1976, siendo un estudiante de posgrado en Virología en el Instituto de Medicina Tropical en Amberes, Bélgica, Piot formó parte de un equipo internacional que investigaba una misteriosa fiebre hemorrágica viral en Yambuku, Zaire, en lo que ahora es la República Democrática del Congo.

Para evitar la estigmatización de ese pueblo, los miembros del equipo lo llamaron como el “virus del Ébola”, por un río cercano.

Años después, en la década de los ochenta, fue uno de los científicos que probó que la enfermedad degenerativa conocida como “slim” en África era causada por el mismo virus que estaba matando a jóvenes homosexuales en otras partes del mundo.

De 1991 a 1994 presidió la Sociedad Internacional de Sida y luego fue el primer director de ONUSIDA, el programa de las Naciones Unidas para combatir el VIH.

Esa experiencia lo hizo estar sumamente alerta del peligro planteado por el nuevo coronavirus. A fines de enero, Piot y su esposa, la antropóloga Heidi Larson, fueron a una conferencia médica en Singapur, que había registrado su primer caso una semana antes. Estando allí, tuvo una entrevista improvisada con la televisión local el día en que la Organización Mundial de la Salud declaró al virus como una emergencia de salud pública de interés internacional.

“Empezamos a prohibir los apretones de mano en nuestro comportamiento”, dijo. “Salimos a comer porque nos gusta la buena comida, pero empezamos a dar el ‘codo Ébola’ al saludar”.

A principios de marzo fue a Boston con Larson, quien dirige el Proyecto de Confianza en las Vacunas en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. Larson dio una charla TedMed sobre los rumores que perjudican a las campañas de vacunación y Piot recibió unas 100 preguntas sobre el virus.

La número 79 fue: “¿Debería preocuparme por la posibilidad de contagiarme de la COVID-19? ¿Cuán preocupado estás tú, Peter?”.

De regreso a casa en Londres, Piot conversó con audiencias de entre 30 y 250 personas, asistió a una fiesta de cumpleaños con otras 50 personas y cenó y tomó algunos tragos en cinco restaurantes en Londres o Cambridge.

“Mi ‘modus operandi’ habitual”, dijo. Más allá de evitar los apretones de mano, no tomó precauciones particulares. “Realmente no sé dónde me infecté”.

Aunque existían muchos casos confirmados, el Reino Unido no decretó oficialmente la cuarentena hasta el 23 de marzo cuando se confirmaron 335 muertes. Piot y su esposa, en contraste, comenzaron a trabajar desde casa el 16 de marzo.

La noche del 19 de marzo, Piot comenzó a tener fiebre y sintió dolor de cabeza.

“Mi pensamiento inmediato fue: ‘Oh, espero que no sea COVID’”.

Cada día se sentía más cansado, y su fiebre rondaba los 38 grados Celsius.

“Me golpeó como un autobús”, dijo. “Agotamiento extremo, como si cada célula de tu cuerpo estuviera cansada. Y mi cuero cabelludo estaba muy sensible, me dolía si Heidi lo tocaba. Eso es un síntoma neurológico”.

En aquel momento, era casi imposible conseguir una prueba de diagnóstico. Los pocos kits disponibles estaban reservados para los hospitales.

El 26 de marzo, Piot finalmente consiguió una prueba de diagnóstico a través de un médico privado. Dio positivo y su fiebre siguió incrementándose.

El 31 de marzo, la fiebre llegó a los 40 grados Celsius y comenzó a sentirse confundido. Piot y su esposa fueron a la sala de emergencias del Hospital de San Bartolomé. Aunque no tenía dificultades para respirar su saturación de oxígeno era de solo el 84 por ciento, un nivel peligrosamente bajo. Una radiografía reveló fluidos en ambos pulmones, un patrón que indicaba una neumonía bacteriana.

Sus exámenes de sangre “dieron resultados muy malos”, dijo. Sus niveles de proteína C reactiva, que indican inflamaciones, y del dímero D, que señalan la formación de coágulos sanguíneos, eran muy elevados.

“Inmediatamente pasé de ser médico a paciente”, afirmó. Le pusieron oxígeno y lo mandaron al piso de arriba en una camilla.

“Ahí fue cuando realmente me asusté”, dijo Larson. Le habían permitido acompañarlo mientras lo examinaban, pero no la dejaron subir con él.

Normalmente, los hospitales del Servicio Nacional de Salud (NHS, por su sigla en inglés) del Reino Unido “están repletos como autobuses indios”, dijo Larson. “Pero tenían una campaña que decía: ‘No vengan a los hospitales a menos de que estén en las últimas’, por lo que estaba casi vacío”.

Larson continuó: “Pero cuando vi que pasaban a Peter por las puertas dobles en una camilla, tuve la misma sensación que experimentaban las familias afectadas por el ébola que conocimos en Sierra Leona. Esas personas ocultaban a sus familiares porque no querían separarse de ellos emocionalmente, ya que sabían que podría ser la última vez que los verían”.

Al principio, dijo Piot, estaba tan agotado que se sentía apático. Solicitó un cuarto individual, pero le informaron que estaban reservados para personas que no habían dado positivo, para su protección. Lo pusieron en un cuarto de 6 por 6 metros, con un solo baño, junto a otros tres hombres.

“Al NHS se le conoce como el Gran Igualador”, dijo. “La comida era salchichas con puré, horrendo”.

Le dieron antibióticos intravenosos y alto flujo de oxígeno, y fue despertado cada dos horas para la revisión de su presión arterial y otros signos vitales.

“Estaba particularmente nervioso por la posibilidad de que me pusieran en un respirador”, dijo. “Los respiradores pueden salvar vidas, pero también pueden hacer mucho daño. Cuando estás en uno, tus posibilidades de sobrevivir son las mismas que las del ébola, cerca de un tercio”.

Todos los días hablaba con Larson o con sus hijos adultos. Logró ver varios episodios de una nueva serie de BBC sobre un detective siciliano, “Inspector Montalbano”, que su esposa le había recomendado.

“Si esto hubiera sucedido antes de los celulares, ¿podrían imaginarse la soledad?” dijo. “Es como estar en prisión. Miren, yo sé que soy un privilegiado, que no voy a estar encerrado aquí 27 años como Nelson Mandela. Pero tu mundo se reduce a las cosas esenciales. En lo único que piensas es ‘¿Cómo va mi respiración?’”.

Finalmente, contó Piot, su saturación de oxígeno se elevó al 92 por ciento. Fue dado de alta el 8 de abril.

Sin embargo, su cuerpo no había terminado de lidiar con la enfermedad.

Antes de que el hospital le diera de alta, había dado negativo en la prueba del virus. Pero ahora pasaba otra cosa, una reacción inmune tardía.

“Gradualmente, empecé a tener dificultades para respirar”, dijo. “Vivimos en una vieja casa de estilo georgiano, con tres pisos, y tenía serios problemas para llegar a los pisos de arriba”.

Larson compró un pulsioxímetro, un monitor que se coloca en la punta del dedo y mide los niveles de oxígeno en la sangre.

Andrew Testa/The New York Times

Larson recientemente dio positivo en el examen que detecta si tienes anticuerpos del virus. Su enfermedad fue tan leve que no está segura de cuándo alcanzó el punto máximo. Tuvo dos episodios de dolores de cabeza severos, el primero a finales de marzo y el segundo a mediados de abril. La segunda vez también tuvo picazón y enrojecimiento de los ojos, lo cual es un síntoma extraño pero reconocido y puede indicar que la infección se realizó a través de los ojos.

El 15 de abril, el corazón de Piot empezó a acelerarse a razón de 165 latidos por minuto. El porcentaje de oxígeno en su sangre volvió a bajar al rango de los 80.

Él y Larson acudieron al University College Hospital, donde se realizó una radiografía del tórax.

Esta vez, en vez de tener masas bacterianas distintivas en cada lado, “mis pulmones estaban repletos de infiltraciones y eran un verdadero desastre”, dijo. “A eso se le llama ‘neumonía organizada’”.

Las pequeñas bolsas que crecen como racimos de uvas por todos los pulmones, explicó, estaban supurando proteínas de señalización: estaba sufriendo una “tormenta de citoquinas”. Eso atrajo voraces glóbulos blancos a los espacios entre los alvéolos, lo que amenazaba con bloquear las rutas que el oxígeno normalmente toma para sus glóbulos rojos.

Sus médicos pensaron en volverlo a hospitalizar, una decisión que Piot temía.

En vez de eso, la doctora Joanna Porter, quien se especializa en neumonías complicadas, le puso un esteroide intravenoso para reducir la inflamación, junto con un anticoagulante para prevenir los coágulos sanguíneos de su fibrilación auricular.

La burocracia del NHS del Reino Unido le prohibió a Porter hablar sobre el tratamiento de Piot, aunque él le dio su autorización. Piot sigue bajo su cuidado.

La semana pasada, una exploración por PET, una tomografía axial computarizada y una broncoscopia revelaron que algunas partes de sus pulmones no se habían recuperado completamente. Como buen promotor de la atención médica universal, el experto añadió: “Díganle al público estadounidense que todos estos exámenes costosos son gratis y los realiza el NHS”.

Los esteroides parecen estar funcionando, pero tomarlos durante demasiado tiempo puede tener efectos secundarios, incluyendo atrofia muscular, debilitamiento de los huesos y diabetes.

Es probable que tenga que tomar anticoagulantes por el resto de su vida, dijo Piot, y partes de sus pulmones podrían quedar con cicatrices permanentes.

“Pero puedes vivir con eso”, añadió, encogiéndose de hombros.

“Si te diera esta tormenta de citoquinas mientras estás gravemente enfermo, estarías acabado”, dijo. “Pero yo tuve tres etapas: primero, fiebre; luego, falta de oxígeno, y ahora, la tormenta”.

“La gente cree que con la COVID-19, el uno por ciento muere y al resto solo le da gripe. No es tan simple, pasan un montón de cosas entre ambos extremos”.

Peter Piot, director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, con su esposa Heidi Larson, antropóloga y directora del Proyecto de Confianza en las Vacunas de la escuela, en su hogar en Londres, el 7 de mayo de 2020. (Andrew Testa/The New York Times)

Peter Piot y Heidi Larson en el jardín del frente de su casa en Londres, el 7 de mayo de 2020. (Andrew Testa/The New York Times)

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