Nueva York, EFE.- La tentación de morder la Gran Manzana para quedarse a vivir en Manhattan es un sueño que guía el camino de muchos, embaucados por la magia del cine, la literatura, los rascacielos y la vida cosmopolita de Nueva York; por eso, verse forzados a abandonarla, después de haberla saboreado, es un trago amargo que también muchos, como Olivia, están probando como consecuencia de la crisis del COVID-19.
El apartamento de dos habitaciones que comparten Olivia, una británica de 25 años, y su pareja Chris, un estadounidense de 29, con una amiga desde hace dos años en el barrio de Hell’s Kitchen está repleto de bolsas y cajas entre las que corretea su perro Hans, que a veces interrumpe a su dueña.
Llevan dos días cargando sus cosas y muebles, excepto el sofá, “porque está muy viejo”, para mudarse al norte del estado con unos familiares.
UNA HISTORIA DE 5 AÑOS
“Me trasladé a Nueva York hace cinco años, vine en un principio para estudiar en una escuela de arte dramático y entonces decidí quedarme porque Nueva York es una ciudad increíble”, asegura Olivia, vestida de negro neoyorquino y con una gorra con la inscripción LA, en referencia a la ciudad californiana de Los Ángeles.
Encontró trabajo en la sección de márketing de una empresa y, como en una película, conoció a quien ahora es su “próximo futuro marido” en una representación de la obra Coriolanus de Shakespeare en un teatro del Down Town, cuenta Olivia antes de estallar en una risa nerviosa y de que sus mejillas se arrebaten.
Manhattan, donde se concentra no solo la mayor densidad de población de la Gran Manzana, sino también la mayor concentración de pisos de lujo y apartamentos trofeo, ocupados por ricos y famosos, ha sido testigo de un gran éxodo de estas grandes fortunas, que han buscado en sus segundas o terceras residencias un refugio ante el coronavirus.
EL 5 % DE LA POBLACIÓN HA ABANDONADO NUEVA YORK
De acuerdo a un análisis del diario The New York times, unas 420.000 personas, en torno al 5% de la población, abandonó la ciudad entre el 1 de marzo y el 1 de mayo, un éxodo que protagonizaron especialmente los vecinos de los barrios más caros de Manhattan como el Upper East Side, West Village o el Soho, donde el 40 % de sus habitantes dejaron la ciudad. Aunque algunos de estas zonas, como el West Village, se caracteriza por ser el hogar de numerosas residencias universitarias que también fueron cerradas con la llegada de la pandemia.
Pero también ha afectado a la clase media y a los trabajadores que ansían alquilar un pedazo de Manhattan, donde el alquiler medio es 4.210 dólares al mes, frente a otros barrios como Brooklyn, donde la renta media es de 2.951 dólares, o Queens, donde se pagan unos 2.568 dólares por el alojamiento como término medio.
Ante los estragos de la crisis en la ciudad, donde en abril había 900.000 personas desempleadas más que en el mismo mes del año pasado, las autoridades han suspendido hasta agosto los desahucios por impago de alquiler y han multiplicado los lugares donde se reparte comida a los más golpeados por la crisis, sobre todo las comunidades negra y latinoamericana.
Olivia asegura que pudieron costearse el pago del alquiler del piso en el que viven, en la calle 56 con la avenida 9, gracias a que lo comparten con una compañera. Pero después de que ella perdiera su empleo el 1 de abril y con el sueldo de su pareja, que “tiene la suerte” de trabajar desde casa, no pueden permitirse seguir pagando.
HACIA LA NUEVA YORK RURAL
“Con mucha tristeza y con mucha dificultad tomamos la decisión de que lo mejor para nosotros ahora es dejar la ciudad e ir al norte del estado”, comenta Olivia, quien cree que el único afortunado será su perro, que podrá disfrutar de la hierba en el Nueva York rural después de que han pasado “prácticamente en cuarentena” los últimos tres meses.
Allí vivirán con unos familiares y podrán pasar un tiempo sin necesidad de pagar un alquiler aunque siempre con la esperanza de poder volver algún día.
“Es muy extraño no saber si vamos a volver a Nueva York y hacia dónde va nuestra vida. Antes de esto estábamos planeando mudarnos a un apartamento y continuar viviendo en Nueva York, encontrar trabajo… pero ahora todo ha cambiado”, dice.
Confiesa también que vivir entre la inmensa densidad de población de Manhattan se les ha hecho muy difícil y que tienen miedo de que pueda haber rebrotes de la Covid-19
“Aunque la gente mantenga la distancia social, es muy difícil no chocar con alguien en cualquier sitio y eso es desconcertante en estos momentos”, dice Olivia.
Con un carro de la lavandería de los bajos del edificio y sin quitarse la mascarilla, van y vuelven cargando sus dos años en su apartamento compartido de Manhattan, las latas de comida acumuladas, las esterillas de yoga y la cesta reservada a Hans, que van dejando en la furgoneta que han aparcado fuera y con la que viajarán rumbo al norte.
Olivia insiste en que no saben si van a volver, aunque de momento, han dejado parte de sus pertenencias en un almacén de alquiler con la esperanza de recuperar su sueño de regresar a la ciudad donde algunas azoteas casi rozan el cielo.