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En la Amazonía ecuatoriana la educación no se detiene por la falta de conectividad

PANDAYACU, Ecuador – Raiza, de 11 años, despierta a las seis de la mañana como cualquier otro día. Silvia, su madre, la espera en el comedor con el desayuno listo. Le ha preparado ‘chucula’, una colada espesa a base de plátano maduro, originaria de la Amazonía ecuatoriana.

Después de desayunar, Raiza ayuda a su madre a lavar los platos. Luego alimenta a sus mascotas y recolecta yuca, frutas y vegetales del jardín de su casa, en Pandayacu, una comunidad indígena Kichwa, ubicada al nororiente de Ecuador.

Silvia está embarazada y espera dar a luz en los próximos días. Se siente más cansada de lo habitual y requiere un poco más de ayuda de Raiza con algunas actividades en el hogar.

Pero la inminente llegada de un nuevo hermano no es el único cambio para Raiza. Durante los últimos meses no ha podido ir a la escuela desde que las clases presenciales se clausuraron debido a la pandemia.

“No olvides lavar las manos con agua y jabón cuando termines”, le recuerda Silvia constantemente a su hija. Esta es una de las frases más recurrentes durante estos días en los hogares de todo el mundo y da cuenta de que, incluso en las comunidades más remotas como Pandayacu, la COVID-19 está cambiando la vida de los más jóvenes.

Esfuerzos para cerrar la brecha educativa

Tres meses han pasado desde que se produjo el cierre de las escuelas en América Latina y el Caribe, dejando cerca de 154 millones de niños temporalmente fuera de las aulas de clase. Pero mientras muchos niños han podido continuar su aprendizaje a través de medios digitales, aprender en línea no es una opción en las áreas más remotas, como en algunas zonas de la Amazonía ecuatoriana.

Sin ir a la escuela, sin acceso a internet, sin celular ni televisión en su hogar, el aprendizaje de Raiza solo ha sido posible gracias a las visitas de su profesora, Doris, quien cada semana llega hasta su hogar.

“Raiza es una de mis estudiantes más juiciosas. Me saluda con mucha alegría cuando vengo a visitarla para entregarle su material de estudio. Su madre también es un gran apoyo y le ayuda mucho con sus tareas”, dice Doris.

La pandemia por la COVID-19 ha evidenciado aún más las diferencias ya existentes en el acceso a la educación entre quienes viven en las áreas urbanas y los que viven en las zonas rurales de Ecuador. Casi dos tercios de los hogares del país carecen de conectividad a internet, dejando a muchos niños sin la posibilidad de aprender a través de herramientas digitales.

Es en este contexto cuando la labor de docentes como Doris es determinante. En lugar de ir a las aulas de clases, ahora se desplazan hasta los hogares de sus estudiantes para entregarles los materiales de estudio, que incluyen asignaturas tradicionales como matemáticas, historia y español, pero también actividades para hacer en familia como recetas de cocina, manualidades y mensajes de prevención de contagio de la COVID-19. De esta manera los profesores pueden dar seguimiento a cada estudiante.

Raiza forma parte de un programa de educación dirigido a niños con rezago escolar, que surgió en el 2016, año en el que Ecuador sufrió un terremoto que dejó muchas pérdidas y destruyó varias escuelas en la costa del país. Este hecho produjo que cientos de niños interrumpieran sus estudios.

Para responder a la emergencia actual, con el apoyo de UNICEF y el socio implementador, Desarrollo y Autogestión, los docentes adaptaron las guías de estudio para ayudar a cerca de 1.200 niños en Ecuador, que como Raiza, se encuentran en un riesgo similar de quedarse atrás debido a los cierres de escuelas por la COVID-19.

“Varios de estos niños y niñas están en situación de vulnerabilidad y han sido afectados por contextos de migración, violencia doméstica, trabajo infantil y en algunas ocasiones creencias culturales que no promueven la educación temprana de los niños, especialmente de las niñas”, asegura Nancy Torres, coordinadora del Programa de Nivelación y Aceleración Pedagógica.

Son las dos de la tarde y Raiza ya ha terminado sus deberes. Le da un beso a su mamá y le pide que la acompañe con sus primos al río, su lugar favorito para pasar el tiempo, nadar y pescar tilapias. La vida en el campo también trae placeres y beneficios que la concurrida vida en la ciudad no permite.

“Sé que los niños no pueden ir a la escuela en este momento, pero ellos siguen aprendiendo en casa con la ayuda de sus padres. Y todavía pueden jugar en el río y disfrutar de nuestra hermosa naturaleza”, concluye Silvia.

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