Los estadounidenses deciden el próximo 3 de noviembre no solo a un presidente sino también cambios decisivos en la estructura política con las trascendentales elecciones simultáneas a las dos cámaras que conforman el Congreso de Estados Unidos.
Destaca sobre todo la que decidirá la composición del futuro Senado, institución clave que facilita o imposibilita iniciativas políticas, y para la que los demócratas parten ahora mismo como ligerísimos favoritos.
Del mismo modo que es imposible concebir muchos de los éxitos de estos cuatro años de mandato de Donald Trump sin el respaldo de la mayoría republicana en la cámara alta del Congreso estadounidense -el último de ellos, la tranquila aprobación de la jueza conservadora Amy Coney Barrett al Tribunal Supremo-, una posible victoria del candidato demócrata, Joe Biden, en las elecciones presidenciales podría transformarse en traumática si los republicanos preservan su mandato actual (con una mayoría de 53 escaños por 47 de los demócratas, para un total de 100 escaños).
Tal y como demostraron durante los dos últimos años del mandato del último presidente demócrata, Barack Obama, un Senado republicano se dedicaría a obstaculizar sistemáticamente cualquier iniciativa política de Biden, dirigidos como estarían de nuevo por un viejo zorro de la política estadounidense, el líder de la actual mayoría republicana en la cámara alta, Mitch McConnell.
Sin embargo, el camino para renovarla se antoja complicado, aunque no imposible, para el “partido del elefante”. La media de encuestas de la web Real Clear Politics deja indecisos nada menos que nueve escaños de los cuales los demócratas solo necesitarían, en el mejor escenario posible, entre tres y cuatro para ganar, una situación ventajosa como rara vez se ha visto en años y cuya razón se explica, en buena parte, por la compleja naturaleza de las elecciones legislativas en Estados Unidos.
Para reconciliar el hecho de que las elecciones legislativas suceden en años pares y que los senadores cumplen un mandato de seis años, el próximo 3 de noviembre se decide solo una tercera parte de los escaños que componen el Senado. Sin embargo, esa porción resulta crucial: en el actual mapa electoral, los republicanos controlan 23 de los 35 escaños ahora en juego, lo que multiplica sus posibilidades de derrota.
Así las cosas los demócratas, cuyos candidatos están bastante asentados en las once de las 12 carreras restantes salvo gran sorpresa, están acariciando como mínimo un equilibrio de 50 asientos que inclinaría a su favor nada menos que el vicepresidente de Estados Unidos, también presidente del Senado y poseedor de un voto adicional para romper empates. O poseedora, en este caso, si la candidata demócrata a la Vicepresidencia y compañera de fórmula de Biden, Kamala Harris, obtiene la victoria.
Los ojos de los demócratas se fijan en tres estados: Maine, Carolina del Norte e Iowa. Los respectivos senadores republicanos Susan Collins, Thom Tillis y Joni Ernst, tienen serias posibilidades de perder su escaño por el impacto negativo de las críticas a la gestión de la pandemia de coronavirus del presidente Trump.
Pero la sangría no acaba aquí: Arizona, Colorado, Montana y quizás Georgia podrían registrar una victoria demócrata, mientras que solo un escaño “azul” parece correr peligro, el del senador demócrata por Alabama, Doug Jones, en beneficio del republicano Tommy Tuberville.
LOS DEMÓCRATAS SE ASIENTAN EN LA CÁMARA
El panorama en la cámara baja del Congreso, la Cámara de Representantes, parece mucho más despejado para los demócratas, cuya actual mayoría (232 a 197 escaños de los 435 totales) podría consolidarse, cuando no aumentar. La web electoral independiente Cook Political Report anticipa que los demócratas podrían conseguir entre cinco y diez escaños más en unas elecciones en las que, a diferencia del Senado, sí se elige a la totalidad de la cámara.
Es esta amplitud la que explicaría la posible consolidación demócrata en la Cámara de Representantes, un reflejo más fiel que el Senado de la realidad norteamericana. En enero del año pasado, los demócratas afrontaban el nuevo ciclo legislativo como un colectivo triunfador -acababan de recuperar la mayoría en las elecciones de 2018- pero extremadamente vulnerable.
Ahora, en plena pandemia, el partido ha pasado a la ofensiva, con unas arcas electorales repletas de fondos (57 millones de dólares más que los republicanos), lo que ha desembocado en que al menos 18 circunscripciones que los republicanos ganaron con una ventaja de más de 10 puntos porcentuales hace dos años estén efectivamente en disputa en estos momentos.
Los demócratas, con todo, se aproximan a estas elecciones con cautela, como recuerda Steny Hoyer, el líder de la mayoría demócrata (y segundo de la presidenta de la cámara, Nancy Pelosi, némesis de Trump). “Aquí nadie da nada por sentado. Ya sabemos lo que ocurrió en 2016”, asegura en declaraciones recogidas por The Hill y en referencia a la debacle protagonizada en las presidenciales de hace cuatro años por la candidata demócrata, Hillary Clinton, a quien todas las encuestas daban como favorita.
“Nos volvimos muy chulos con unos sondeos que resultaron ser irreales”, recuerda, “por mucho que este año el sistema de recogida de datos haya sido diferente”.
TEXAS, EPICENTRO DE LA CARRERA ESTATAL
En estas elecciones también están en juego 5.800 escaños en los legislativos estatales y las gobernaciones de once estados en el país; instituciones que, dentro del contexto general de la política estadounidense, sirven como guinda del pastel a nivel local.
Si un partido consigue gobernador, senadores y representantes, puede hacer y deshacer a su antojo la política estatal, con el consiguiente y extraordinario impacto en la política local. Ahora mismo, los republicanos han “hecho triplete” en 21 estados del país por 15 demócratas. Es decir: un 40 por ciento de los estadounidenses vive en estados bajo control republicano total, mientras que el 37 por ciento vive en estados bajo total dominio demócrata.
Dada la cantidad de escaños en juego, los pronósticos son mucho más difusos. En su lugar, los analistas prefieren centrarse en Texas como termómetro de la situación, un estado con casi 30 millones de habitantes donde los republicanos se arriesgan a perder un control absoluto e histórico.
Así, los demócratas están a nueve escaños de la mayoría después de obtener 12 escaños hace dos años, y los republicanos reconocen que incluso si Trump gana el estado, la Cámara de Representantes todavía está en juego, con las consecuencias que ello conlleva. Por ejemplo, una demócrata, Chrysta Castañeda, podría hacerse con el control de la Comisión Ferroviaria de Texas: el organismo que controla la industria del gas y el petróleo.
NADA CAMBIA EN PUERTO RICO
Por último, el 3 de noviembre se celebran también elecciones generales en Puerto Rico; una ficción para muchos críticos, dado que es Estados Unidos quien administra el territorio en calidad de Commonwealth, en una relación a la que inevitablemente ha ido asociada una idea de estatalidad, la posibilidad de convertir a Puerto Rico en el estado 51 del país, que se someterá a debate también ese mismo día, en forma de plebiscito no vinculante.
La posibilidad de la anexión nunca ha registrado mayoría antes. Es más: su apoyo disminuyó al 23 por ciento en el último plebiscito de 2017 en un territorio donde menos del 20 por ciento habla algún nivel de inglés y, de convertirse en estado algún día, sería el más pobre de todo el país, supondría una carga para ambas partes, y el golpe final a sus aspiraciones espirituales de los puertorriqueños como nación latinoamericana.
Fuente: Infobae