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¿Qué es el amor ideal?

El amor ideal es una trampa que nosotros mismos tejemos con hilos dorados. Durante la juventud, es común trazar en la mente el relieve de esa pasión perfecta protagonizada por una persona que, en apariencia, recoge todas las cualidades para ofrecernos una felicidad imperecedera. Una vez definida esa fantasía, lo cierto es que casi nadie logra alcanzar ese elevado pedestal.

Más tarde, cuando llegamos a la madurez y contamos ya con algunas experiencias guardadas en nuestra mochila, descubrimos que la persona ideal no existe. Existen personas reales con las que poder construir un proyecto de vida. A veces tenemos éxito en ese viaje y otras veces acumulamos un nuevo fracaso del que reponernos y aprender.

Sin embargo, casi siempre queda un resquicio, un anhelo no satisfecho. En nuestro interior pervive la estela del amor ideal  calladamente. En la mente sigue instalada la imagen de lo que debería ser para cada uno de nosotros, la relación perfecta. Asumimos y aceptamos que tal cosa rara vez puede suceder, pero en un pequeño rincón del cerebro se esconde esa disimulada ilusión.

¿Por qué sucede? ¿Por qué se mantiene la impronta de la idealización en materia afectiva en ciertos casos?

¿Qué es el amor ideal? 4 claves que lo explican

Es una evidencia casi incuestionable, durante buena parte de nuestras vidas, las personas ansiamos amar y por encima de todo ser amadas. Decía el sociólogo Zygmunt Bauman que, en la actualidad, son muchos los individuos que están desesperados por relacionarse, pero a su vez desconfían de esas relaciones y por ello prefieren no involucrarse en exceso y saltar de una persona a otra.

El amor es extraño, es cierto y a menudo hasta responde a singulares moldes culturales y sociales. Es por esto que a lo largo de nuestra historia hemos transitado por todo un caleidoscopio de fórmulas, como el amor cortés, el amor burgués o el amor romántico, surgido en el siglo XVII.

A día de hoy, según el sociólogo Anthony Giddens (1992) nos encontramos en lo que define como amor confluente. Se trata de ese intento en el que buscar o construir una relación de igualdad entre la pareja.

Ahora, las personas nos sentimos completas nosotras solas y elegimos compartir nuestra vida con alguien, no por necesidad o para sentirnos completos. Sino por satisfacción afectiva y sexual y sin necesidad de que sea “para siempre”, como sucedía desde la perspectiva romántica.

Sin embargo, a pesar de este enfoque y renovado avance, hay algo que persiste. En una parte de la mente pervive lo que para nosotros debería ser el amor ideal o perfecto. De hecho, es común dar validez a esta idea cuando somos más jóvenes. ¿A qué se debe?

Es una promesa: encontraremos a alguien que nos hará feliz

El amor ideal responde a una dulce entelequia por la que uno se autoconvence de que dará con una persona que será poco más que su alma gemela. En algún momento conoceremos o aparecerá alguien ante nosotros con quien coincidir en todo al 100 %. No habrá fisuras, ni diferencias ni dudas. La armonía y sintonía será perfecta.

Esa promesa de felicidad futura enturbia por completo un hecho. El entender que a veces el alma gemela es alguien que llega para poner nuestro mundo al revés, desafiándonos, haciéndonos ver cosas nuevas y no cosas que ya sabíamos. El amor real no va de estar de acuerdo a cada instante, va de saber llegar a acuerdos, de trabajar la relación a diario y no darlo todo por hecho.

El amor ideal nos protege de los sentimientos ambivalentes

En un rincón de nuestra mente pervive el deseo de hallar un amor ideal para no sufrir. Nos encantaría encontrar a alguien con quien las certezas fueran constantes, los sentimientos imperecederos, la pasión perpetua y el afecto incombustible.

Sin embargo, sabemos bien que esto no siempre se cumple. Porque amar es también experimentar sentimientos ambivalentes. Es admirar al otro y al cabo del rato enfadarnos con él. Es sentir dudas en algún momento y al poco sentir el calor de la confianza más firme. A veces, navegan al mismo tiempo la frustración y el cariño, el deseo de soledad y el ansia de cercanía. Asumir la complejidad del tejido relacional es casi una obligación.

Idealizar y devaluar: una forma de crecimiento

Algo importante que debemos entender es que la idealización conforma, a menudo, parte natural de nuestro crecimiento. De niños, por ejemplo, muchos llegamos a idealizar a nuestros padres. Tarde o temprano, acabamos viéndolos como lo que son, personas de carne y hueso capaces de cometer en ocasiones más de un fallo, más de un error.

Así, durante una parte de nuestro ciclo vital también es común creer en el amor ideal. En esa persona que llegará de improviso hasta nosotros para dar sentido, trascendencia y felicidad absoluta a nuestro corazón. Alguien con quien todo será fácil y tan intenso, que nos quedaremos casi sin aliento.

En ocasiones, esta visión hasta nos ha hecho idealizar a muchas de nuestras parejas. Hasta que, poco a poco, pasamos de la idealización a la devaluación. Del cielo al suelo firme. Ese tránsito nos permite realizar un ajuste psicológico para tener una visión más integrada de las cosas y también del amor. Es mirar cara a cara a esa persona de quien estamos enamorados sin filtros ni gafas doradas para verla tal y como es.

Solo así somos capaces de dar forma a una relación más madura y consciente libre de expectativas irreales. Saneada de imaginerías que solo traen la infelicidad. El amor ideal siempre debe acabar dando paso al amor racional, tarde o temprano.

Fuente: Mejor con salud

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