La vida de Kamala Harris, la vicepresidenta de los Estados Unidos, la primera mujer en llegar a ese cargo y la primera hija de inmigrantes (una asiática, un caribeño: ninguno blanco) en ascender tan alto en la política de la mayor potencia mundial, parece honrar una frase de su madre: “Puedes ser la primera en hacer muchas cosas. Asegúrate de no ser la última”.
Desde una carrera celebrada y controversial en el poder judicial de California, donde llegó a ser Fiscal General, hasta su labor como senadora, sorteó innumerables obstáculos.
Y vio a otros que enfrentaban los suyos, y a veces sucumbían: trabajó con niños víctimas de abusos, impulsó el matrimonio entre personas del mismo sexo, defendió a los cientos de miles de inmigrantes protegidos por el programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, suspendido durante el gobierno de Donald Trump).
Harris se crió en una comunidad afroamericana donde dio sus primeros pasos como activista en los derechos civiles. Su libro, Nuestra verdad, publicado por editorial Península, cuenta cómo su trayectoria personal la preparó para el combate político en el que ha obtenido tantos logros. Y que, como explica en este fragmento del capítulo “Yo digo que luchemos”, que anticipa Infobae, no terminó el día de su jura como compañera de fórmula de Joe Biden.
Convertirme en senadora de Estados Unidos era una continuación natural del trabajo que ya hacía: luchar por las familias que padecían la lacra de unos salarios estancados, unos costes de la vivienda abusivos y una reducción de sus oportunidades; por las personas encarceladas en un sistema de justicia penal que no funciona; por los estudiantes estrangulados por los préstamos abusivos y agobiados por unas matrículas cuyo precio no deja de aumentar; por las víctimas de fraudes y delitos económicos; por las comunidades de inmigrantes, por las mujeres, por los mayores. Sabía que era importante que su voz fuera representada en la mesa de negociaciones a la hora de definir las prioridades y las políticas nacionales.
Anuncié mi candidatura el 13 de enero de 2015. Doug [Emhoff, su esposo], para quien aquella era su primera gran campaña, tuvo que acostumbrarse a un nuevo tipo de miradas escudriñadoras. Aún nos reímos de aquella vez en que un periodista me preguntó quién me interpretaría en una película sobre mi vida. Me salí por la tangente y dije que no lo sabía. Doug no fue tan prudente. Respondió a la pregunta, y el artículo que salió decía que él estaba “encantado” ante la idea de que lo interpretara Bradley Cooper. […]
Los dos años de campaña pasaron tan deprisa como despacio. Pero pese a que yo estaba centrada en mi estado [California], en mi campaña y en el trabajo que tenía por delante, algo feo y alarmante estaba envenenando las elecciones presidenciales. Las primarias republicanas se estaban convirtiendo en una carrera hacia el abismo, una carrera llena de indignación, una carrera cargada de reproches, una carrera que avivaba el fuego del nativismo xenófobo. Y el hombre que acabó imponiéndose cruzó todos los límites de la decencia y la integridad: fanfarroneó de haber agredido sexualmente a mujeres; se mofó de personas con discapacidad; acosó a los racializados; demonizó a los inmigrantes; atacó a los héroes de guerra y a sus familias y fomentó la hostilidad, e incluso el odio, hacia la prensa.
Como resultado de esto, la noche electoral de 2016 no fue una noche de celebración. El tema ya no era la carrera electoral apenas finalizada. El tema era la lucha que obviamente estaba empezando. Parafraseando a Coretta Scott King [escritora y activista, esposa de Martin Luther King Jr], recordé al público que hay que luchar por la libertad y ganarla en cada una de las generaciones.
—Forma parte de la naturaleza misma de la lucha por los derechos civiles, la justicia y la igualdad que cualquier logro que obtengamos no sea permanente. Así que debemos estar atentos —dije—. Pero, una vez dicho esto, no hay que desesperarse. No nos dejemos abrumar. No alcemos las manos cuando es hora de arremangarse y luchar por quienes somos.
Esa noche, cuando me dirigí a mis simpatizantes, no sabía qué se avecinaba exactamente. Pero sí sabía esto: necesitaríamos mantenernos firmes y unidos.
El jueves 10 de noviembre, menos de cuarenta y ocho horas después de mi elección, visité la sede de la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes de Los Ángeles (CHIRLA).
La CHIRLA es una de las organizaciones de defensa de los derechos de los inmigrantes más antiguas de Los Ángeles. Fue fundada en 1986, después de que el presidente Ronald Reagan, ex gobernador de California, firmara la Ley de Control y Reforma de la Inmigración que, entre otras cosas, legalizó a los inmigrantes indocumentados que habían entrado en Estados Unidos antes de 1982. La misión original de la CHIRLA era informar a los inmigrantes sobre el proceso burocrático para solicitar la situación de legalidad y sobre sus derechos laborales. Formó a miembros de organizaciones vecinales, impugnó leyes contra los inmigrantes, como la Proposición 187 de California, que prohibía a los inmigrantes sin papeles acceder a servicios públicos no relacionados con las emergencias (como los relativos a la educación o los negocios) y, en última instancia, asumió una cartera de proyectos a nivel nacional estableciendo alianzas en todo el país. Era el primer lugar en el que quería hablar oficialmente como senadora electa. […]
Aunque la nuestra ha sido siempre una nación de inmigrantes, siempre los hemos temido. El miedo al otro está incrustado en la esencia de la cultura estadounidense, y personas sin escrúpulos que han ejercido el poder han explotado ese miedo para obtener beneficios políticos
Aunque la nuestra ha sido siempre una nación de inmigrantes, siempre los hemos temido. El miedo al otro está incrustado en la esencia de la cultura estadounidense, y personas sin escrúpulos que han ejercido el poder han explotado ese miedo para obtener beneficios políticos. A mediados de la década de 1850, el primer partido minoritario importante de Estados Unidos, el denominado partido KnowNothing, se hizo popular gracias a una plataforma antiinmigración. En 1882, una ley en el Congreso prohibió la entrada al país de inmigrantes procedentes de China. En 1917, el Congreso derogó el veto del presidente Woodrow Wilson con el fin de establecer nuevas restricciones para los inmigrantes, entre ellas el requisito de saber leer y escribir. La preocupación acerca del creciente número de recién llegados del sur y el este de Europa dio como resultado la imposición de cuotas de inmigración en 1924. En 1939, se impidió la entrada a Estados Unidos a casi mil judíos alemanes que huían de los nazis en un barco llamado St. Louis. Se rechazó abiertamente un plan para permitir la entrada al país de 20.000 niños judíos. Y, poco después, el gobierno estadounidense internó en campos de concentración a 117.000 ciudadanos de origen japonés.
En fechas más recientes, dado que la globalización ha privado al país de millones de puestos de trabajo y ha desplazado a grandes sectores de la clase media, los inmigrantes se han convertido en un objetivo fácil a quienes culpar. Cuando la Gran Recesión devastó las zonas rurales de Estados Unidos, varios políticos republicanos señalaron a la inmigración como el problema, mientras obstruían un proyecto de ley que habría creado nuevos puestos de trabajo. Pese al papel importantísimo que han desempeñado en la creación y conformación de Estados Unidos, los inmigrantes que llegan aquí en busca de una vida mejor siempre han sido un chivo expiatorio fácil.
Pensé en los cerca de seis millones de niños estadounidenses que viven en un hogar con al menos un miembro de la familia en situación irregular y el trauma y el estrés que había provocado el resultado electoral. Había oído muchas historias acerca de planes de emergencia que se estaban poniendo en práctica, madres que decían a sus hijos: “Si mamá no vuelve a casa después del trabajo, llama a la tía o al tío para que vengan a buscarte”. Me recordaron a los planes de emergencia que había visto cuando trabajaba con víctimas de violencia doméstica. En ambos casos, era necesario que existiera un plan de contingencia para mitigar los posibles daños.
Nuestro país fue creado con muchas manos, por personas procedentes de todos los rincones del mundo. Y con el paso de los siglos, los inmigrantes han ayudado a levantarlo y a impulsar la economía, aportando mano de obra para industrializarlo e inteligencia para crear innovaciones que cambian la sociedad. Los inmigrantes y sus hijos fueron las mentes creativas detrás de muchas de nuestras marcas más conocidas, desde Levi Strauss a Estée Lauder. Sergey Brin, cofundador de Google, es un inmigrante ruso. Jerry Yang, cofundador de Yahoo!, llegó desde Taiwán. Mike Krieger, cofundador de Instagram, es un inmigrante brasileño. Arianna Huffington, cofundadora de The Huffington Post, nació en Grecia. De hecho, en 2016, investigadores de la Fundación Nacional para la Política Estadounidense hallaron que más de la mitad de las empresas emergentes valoradas en miles de millones de dólares de Silicon Valley habían sido fundadas por uno o más inmigrantes.
Me quedé junto al estrado en la CHIRLA, con una bandera estadounidense y globos con las barras y estrellas como telón de fondo, mientras una madre —una empleada doméstica del valle de San Fernando— hablaba en español sobre su temor a la deportación. Apenas entendí sus palabras, pero sí capté su significado y sentí su angustia. Se veía en sus ojos, en su postura. Le habría gustado decirles a sus hijos que todo iba a ir bien, pero sabía que no podía.
Los abogados defensores que trabajaban con familias nos decían que a los niños les daba miedo ir al colegio porque no sabían si sus padres estarían en casa cuando regresaran. Los padres cancelaban las citas de sus hijos con el pediatra por miedo a que el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) los estuviera esperando. Asimismo, conocía a padres que, en ese momento, estaban afrontando decisiones desgarradoras sobre qué hacer con sus hijos estadounidenses si a ellos los deportaban. ¿Se quedarían los niños con algún familiar en Estados Unidos? ¿Se irían con sus padres a un país en el que nunca habían estado? Se te rompía el corazón al imaginar cualquiera de las opciones. Y sabía que no solo los indocumentados estaban aterrados. Según un estudio publicado en American Behavioral Scientist, todos los inmigrantes latinos, ya fueran ciudadanos, residentes legales o indocumentados, sentían temor a la deportación en la misma proporción. Quería que supieran que yo los apoyaba.
—Ha llegado el momento de formar alianzas en nuestro país —dije, recordando el trabajo que había visto y hecho a lo largo de los años—. Vamos a luchar por los ideales de este país —les comuniqué— y no vamos a parar hasta que hayamos ganado.
Me fui de la CHIRLA dos días después de las elecciones con una sensación de ánimo y preocupación. Sabía que nos estábamos preparando para luchar juntos. Pero también sabía que teníamos las de perder en la lucha. Íbamos a tener que armarnos de valor para lo que estaba por venir. […]
Durante los primeros cien días de la administración Trump, las detenciones de inmigrantes aumentaron más del 37 por ciento. La administración optó por establecer como prioridad la deportación de inmigrantes irregulares, independientemente de si eran o no miembros de la comunidad respetuosos con la ley. Las detenciones de inmigrantes irregulares sin antecedentes penales casi se duplicaron.
Estas políticas han tenido consecuencias importantes para los niños. Como documentó el Centro para el Progreso Estadounidense, funcionarios de ICE hicieron una redada en una planta procesadora de carne en Tennessee, donde detuvieron a 97 trabajadores. Fue una de las redadas más importantes en un lugar de trabajo de los últimos diez años. En total, 160 niños acabaron con un progenitor detenido durante esta.
Al día siguiente, el 20 por ciento de los estudiantes latinos de un condado cercano faltaron a clase por el temor de sus padres a que ellos, o sus hijos, también fueran detenidos. En 2016, una cuarta parte de todos los niños de Estados Unidos menores de cinco años vivían en familias de inmigrantes. Estos niños han tenido que vivir paralizados por el miedo a que, en cualquier momento, pudieran arrebatarles de golpe a sus padres.
Los hijos de inmigrantes también se han enfrentado a un nuevo tipo de tormento. Profesores de todo el país han informado de un repunte en los casos de acoso que replican la retórica de la administración. Niños que se burlan de otros niños diciéndoles que serán deportados, que sus padres serán deportados y que deberían volver por donde vinieron. Las palabras de un destacado y poderoso matón han sido imitadas y adoptadas como consigna por matones en todas partes.
Desde luego, los hijos de inmigrantes no son los únicos que se han visto afectados. Según el Instituto de Política Migratoria, por ejemplo, al menos el 20 por ciento de los educadores infantiles son inmigrantes. Los inmigrantes representan asimismo un amplio porcentaje de los trabajadores en el sector de la atención a la primera infancia, y estas cifras se han triplicado en las últimas dos décadas. Estos cuidadores, sobre todo mujeres, crían a millones de niños todos los días. Los riesgos para su seguridad en este país debido a una aplicación abusiva de las leyes de inmigración es un riesgo para todos. No podemos pasarlo por alto. El 20 de enero de 2017, asistí a la toma de posesión del presidente, junto con otros miembros del Congreso de Estados Unidos. Mis colegas senadores y yo nos reunimos en la Cámara del Senado y caminamos, de dos en dos, por el Capitolio y salimos por la fachada oeste a la tarima donde tendría lugar la investidura y en la que se habían dispuesto podios y sillas para la ceremonia. Mientras nos dirigíamos a nuestros sitios, nos dieron unos chubasqueros de plástico por si llovía. Doug estaba sentado con sus nuevos compañeros en la zona de los cónyuges, cerca del estrado donde estaba yo. Se volvió y me saludó con la mano.
Por algún capricho del destino, empezó a llover con fuerza justo después de terminar el traspaso de poderes. Algunos simpatizantes del presidente interpretaron la lluvia como una bendición, pero para mí y muchos otros, las nubes oscuras vinieron para quedarse.