Conocer un proyecto en la Cámara de Diputados es toda una odisea, pues las sesiones se caracterizan por desorden, caos, interrupciones, discusiones estériles, llamadas telefónicas, chateo, llegando al irrespeto de no prestar atención a un congresista cuando hace uso de la palabra.
El procedimiento parlamentario establece que se requiere del voto mayoritario de los congresistas presentes para conocer el tema en la agenda de día, informe de comisiones, los debates y la discusión del algún proyecto de ley o resolución, pero lograr la mayoría resulta más difícil que un parto.
El presidente de la Cámara de Diputados, Alfredo Pacheco, tiene que hacer malabares para mantener el orden y la atención de sus colegas en cada proyecto. Prácticamente debe rogar para lograr que los congresistas se sienten en sus curules.
Algo tan sencillo como votar sí o no, es una lucha titánica. Pacheco debe sonar insistentemente el mallete sobre el escritorio para llamar al orden, al silencio y lograr la atención de sus compañeros de hemiciclo. Se convierte en una especie de torero, tratando de dominar al toro en la arena y mantener el espectáculo.
La secretaria del bufete directivo se ve obligada hacer silencio frecuentemente cuando da lectura a un proyecto. Se queja de lo difícil que es leer ante tanta bulla, porque prácticamente se quedaría “sin garganta y eso no lo pagan extra”
La secretaria también interviene a favor de los demás. Tuvo que pedir a los legisladores presar atención al diputado Rafael Antonio Abel Lora, quien agotaba un turno y se refería al tema del agua.
Los camarógrafos y fotógrafos de medios de comunicación que cubren la incidencia en el hemiciclo, contribuyen colateralmente al vendaval y también son llamados a capítulo cuando, haciendo su trabajo de lograr cortes en primer plano, interfieren en el desenvolvimiento del legislador y su exposición.