La reproducción de los gatos es cosa seria. Como ocurre invariablemente en la naturaleza, no se gasta pólvora en chimangos y la sexualidad está íntimamente ligada a la reproducción.
El encuentro del macho y la hembra está muy vinculado a la vocalización.
Los gatos para amarse se hablan, discuten, se llaman, se gritan, se conversan.
El macho, al descubrir a una hembra en celo, la llama con un grito único y persistente que lo transforma en protagonista casi exclusivo de la vocalización del barrio, por las noches.
A su vez, la hembra, deseosa de llamar la atención, como un árbol cargado de frutas maduras, articula un sonido respondiendo, realizando las más insólitas contorsiones, rolidos y meneos.
Todo se asemeja a una escena de altísimo contenido erótico humano y es de allí de donde surge, en gran parte, la calificación comparativa que establecemos con las gatas y nuestras relaciones sexuales y amorosas.
De pronto, en algún techo del barrio, si es que hablamos de gatos que hacen vida de barrio o de tejado, se encuentran la hembra y los sucesivos machos que respondieron a los cantos de la sirena en calores, y al estilo de la más pura amenaza patotera, los machos rodean a la hembra y quedan a la expectativa.
De allí en más, la hembra acepta, más bien elige, al macho de sus sueños por ese corto lapso.
El galán, entonces, avanza, mordiéndola en el cuello, para sujetarla, como imitación de los traslados maternos en la infancia y ejecutar un apareamiento que, a la luz de lo que vemos, parecería hasta forzado y doloroso.
Lo de doloroso es absolutamente cierto, ya que el pene del gato tiene como pequeñas espinas córneas que tanto al penetrar como al salir deben generar una sensación dolorosa pero, en cierto modo, hasta placentera, que es la responsable principal del comportamiento tan especial, eficaz y eficiente del gato, en el sentido reproductivo.
Es que las gatas vírgenes, aunque hayan tenido celos, nunca han ovulado.
De hecho la ovulación es inducida por el apareamiento y las espículas córneas del pene del macho al rozar en la vagina generan un estímulo que desencadena la ovulación a las veinticuatro o cuarenta y ocho horas del hecho.
Luego de ese primer apareamiento, las gatas, lejos de permanecer fieles y con un solo marido, irán en busca de los que quedaron segundos en la selección y así sucesivamente, reforzando el concepto de que los gatos no pierden oportunidad en confites, ni gastan pólvora en chimangos, sobre todo a la hora de reproducirse.
Infobae