Todos hemos pasado por ese momento. En una comida con amigos (con los familiares uno no se toma tantas molestias) tenemos que elegir el vino de la carta y, lo peor de todo, probarlo para dar el visto bueno antes de que el camarero lo sirva. Intentamos pasarle el marrón a otro, pero nada, no hay forma. Y entre admitir que no entendemos ni papa o hacer el paripé, tendemos irremediablemente a lo segundo. Para que no te estrelles irremediablemente, ahí van unos consejos que te harán sobrevivir a la situación.
QUÉ VINO ELEGIR CUANDO NO ENTIENDES NI PAPA
El más barato, sin duda. Si está en la carta de un buen restaurante será porque se merece estar allí, así que no te cortes en pedirlo. Si eso te produce vergüenza, busca uno que te suene, apuesta sobre seguro. Si no te suena ninguno, pide el vino de la casa. Así descargas la responsabilidad sobre su calidad en el propio restaurante.
CÓMO MIRARLO
El vino se mira porque su color y la forma en que éste se distribuye dicen mucho de él. Jancis Robinson, famosísima crítica de vinos británica, explica cómo hacerlo en su recién publicado libro ‘Experto en vino en 24 horas’ (ed. Planeta Gastro): “Aleje la copa e inclínela, idealmente contra un fondo blanco o claro. Observe el color del vino en el centro y también en el borde. En vinos tintos maduros, a menudo hay una clara diferencia de color”. Vale, ¿y?
Pues verás: aunque de entrada el color del vino dependerá de la variedad de uva, hay ciertas reglas generales que te permitirán presumir un poco. De entrada, si el borde es naranja pálido, eso significará que estás ante un tinto maduro; un tinto joven suele ser de color morado azulado hasta el borde; los blancos se hacen de color más intenso cuando envejecen, mientras que los tintos se aclaran. De todas formas, no tienes por qué hacer el menor comentario tras mirar el vino, eso queda entre tú y tú.
CÓMO OLERLO
El gesto que todos imitamos, sin saber muy bien qué decir a continuación. Todo el mundo agita el vino y se lo lleva a la nariz como si supiera, y casi nadie sabe nada. Como regla general el vino tiene que oler bien. Si un vino está estropeado, huele lejanamente -o no tan lejanamente, para tu desgracia- a moho (se suele decir que “huele a corcho”). O, lo que es aún peor, a neumático quemado (aunque hay aficionados al vino que defienden este ‘aroma’, vaya usted a saber por qué). O a alcohol puro (un millón de neuronas huyen despavoridas de tu cerebro nada más inspirar).
En cualquier caso, llévate la copa a la nariz, métela (la nariz) bien adentro de la copa, y aspira. Todos te miran y se hace el silencio. Y tú, lo más que podrías decir de este vino es que huele a vino, ¿verdad? No pasa nada. Deposita la copa en la mesa y agítala circularmente (es mucho más fácil -y seguro- hacerlo apoyándola sobre una superficie que hacerlo al aire). Acabas de ‘abrir’ el vino. Has liberado sus esencias. Ahora vuelve a meter la nariz, inspira. Y ya verás cómo percibes aromas. Si el camino está despejado -ni olor a moho, ni a neumático quemado, ni a botiquín- pasa a la siguiente fase. Eso sí, si quieres quedarte con todo el mundo, sopla (sí, sopla) dentro de la copa otra vez. Acabas de cerrar el vino de nuevo. Esto no lo sabe todo el mundo. Presumirás de lo lindo.
CÓMO PROBARLO
Teóricamente, cuando se cata un vino uno no se traga lo que bebe, sino que primero se enjuaga la boca con el líquido y lo escupe. Esto es una guarrería que no vas a hacer, evidentemente, y menos delante de todo el mundo en un restaurante. Simplemente da un sorbito y haz que recorra toda tu boca lentamente, desde la boca hasta la garganta. Te dejará impresiones en los lados de la boca, en el paladar y en el principio de la garganta.
Al beberlo despacio tendrás más claro qué sabores va dejando y cómo de intenso es cada uno. Y alégrate, según la experta Jancis Robinson, “a los neófitos se les da mucho mejor asociar descriptores de sabor a los vinos que a los profesionales veteranos ya cansados que aprendieron su vocabulario del vino hace años y pueden aplicarlo con cierto descuido”. Como los demás, incluido el camarero, estarán pendientes de ti, zanja la cuestión con un rápido “sírvalo”.
PERO SI ERES UNA EXHIBICIONISTA NATA…
Vamos, si no callas ni bajo el agua y tienes que hacer algún comentario sobre el vino sí o sí, quédate al menos con este ramillete de términos que te permitirán trufar tu opinión de algo de sentido: afrutado (si su olor te recuerda a cualquier fruta. No, no significa que el vino haya tenido contacto con alguna fruta; y tampoco que huela a uva; casi ningún vino huele a uva, de hecho); mineral (se usa muchísimo aunque nadie tenga muy claro qué narices es un olor mineral. Se supone que remite a la tierra donde está plantada la vid.
Y se define, según Robinson, por descarte: no huele ni a frutas, ni a hierbas, ni a nada animal); amplio (significa que el sabor del vino llena toda la boca); redondo en boca (es un vino suave sin resultar insípido, no ‘rasca’ en la boca, vamos); con cuerpo (fácil: cuanto más potente el vino, más cuerpo); retrogusto (lo que sientes después de tragarte el vino); final largo (que después de tragártelo, el paladar te sigue sabiendo a vino durante un rato. Esto es un piropazo casi siempre).
EL MUNDO