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La letra más usada, la palabra más larga y otras curiosidades del español

Madrid, (EFE).- Curiosidades como que la “e” y no la “a” es la letra más usada, que “oía” es la única palabra que forma tres sílabas con tres letras y que “murciélago”, además de ser una de las pocas que reúne las cinco vocales, fue antes “murciégalo” son algunos de los “secretos” de la lengua española que reúne un libro.

“Nunca lo hubiera dicho” es el título de este libro publicado por Taurus con algunos de los “secretos mejor guardados, o no tanto, de la lengua española”, un volumen con el que se inicia la colección Hablantes, una nueva línea de divulgación lingüística avalada por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, y que ha sido dirigida por la académica Soledad Puértolas.

Entre estas curiosidades, las de las letras que más utilizamos, una clasificación que encabeza la “e”, seguida de la “a” y, en tercera posición, también una vocal, la “o”. Completan los cinco primeros puestos las consonantes “s” y “r”. Y en el extremo opuesto, la “x”, la “k” y la “w”, que son las que menos se usan.

Y es que el 45 por ciento de las letras de un texto en castellano suelen ser vocales, según explican algunos estudios, de tal forma que en algunas palabras figuran todas ellas: además del recurrente “murciélago”, hay otras como “auténtico”, “estimulador ” o “euforia”, esta última la que menos necesita las consonantes, solo dos.

LA PALABRA MÁS LARGA Y LAS MÁS USADAS

¿Y cuál es la palabra más larga del diccionario de la lengua española?: la componen las 23 letras de “electroencelalografista”, explica este libro de curiosidades lingüísticas que ofrece otras dos: la de “ferrocarrilero”, que reúne cinco erres, y las dos que más usamos como comodín, que son “cosa” y “realizar”, términos que cabría calificar como los más “pluriempleados” del idioma español.

“Murciélago”, además de contener las cinco vocales, presenta otra curiosidad como es la de metátesis, ese fenómeno que consiste en cambiar de lugar ciertas letras en una palabra. Pero al contrario del caso del vulgarismo “cocreta”, sobre el que la RAE ha aclarado en muchas ocasiones que nunca ha estado aceptado, el “murciégalo” que hoy se percibe como vulgar, fue originariamente la palabra correcta.

Deriva de las voces latinas “mus, muris” (ratón) y “caeculos”, un diminutivo de “caecus” (ciego), pero el cambio de letras se documenta desde el siglo XIII y no tardó en pasar a la lengua culta, de tal forma que ya en el primer diccionario académico de 1734 se recogen las dos variantes, pero el término etimológico, “murciégalo”, acabó perdiéndose y ya no está aceptada.

Otro caso similar es el de “cocodrilo”, que fue originariamente “crocodilo”, de la voz latina “crocodilus”, derivada del griego “krokodeilos”.

UN CAPÍTULO PARA LA “Ñ”

El libro dedica uno de sus capítulos a la letra que representa internacionalmente el español, la “ñ”, decimoquinta del abecedario, cuya existencia se vio amenazada y tuvo que hacer frente a una batalla política y legal por su supervivencia.

Fue en el año 1991, cuando la Comunidad Europea denunció las leyes españolas que garantizaban la presencia de la letra en los teclados comercializados en España. Dos años después, el Gobierno español aseguró su presencia en un Real Decreto amparándose en la excepción de carácter cultural, junto a los signos de apertura de interrogación y exclamación.

Una letra que surgió cuando, en la época medieval, los copistas empleaba abreviaturas para ahorrar tiempo y espacio en palabras con doble “n”, simplificando la consonante con una rayita encima. Una tendencia que se vio reforzada por la ortografía del rey Alfonso X El Sabio y Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana, que ya la incorporó como letra independiente.

La última letra en sumarse al alfabeto español fue la uve doble, que no se incorporó hasta 1969, y lo hizo como foránea, ya que entró en la lengua española por la vía del préstamo. A veces funciona como vocal en muchas palabras procedentes del inglés o de lenguas orientales, pero también se comporta como consonante en términos procedentes del alemán como “wolframio”.

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