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“¡Cuidado, te vas a caer!” y otras frases de los padres que impactan en el desarrollo de sus hijos

Hay personas que aseguran que “las palabras se las lleva el viento”, muchas veces lo que se dice tiene más peso de lo que se cree. Y la infancia es una de esas veces.

Es que la niñez es una etapa de la vida de grandes improntas. Es una etapa claramente de grandes desarrollos psicológicos, neurofisiológicos, en la que toman forma estructuras que son la base para la personalidad, estilos de afrontamiento en la vida, formas de resolver problemas, y por supuesto se comienza a gestar la autoestima.

En ese sentido, la forma en que los adultos se dirigen a los niños no es inocua; sea para bien o para mal, la forma de comunicar es importante y deja huellas.

“Eso siempre sucede y no es muy evitable”, analizó Eduardo Gastelumendi, psiquiatra y psicoanalista en función didáctica y profesor del Instituto de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, para quien “lo que sí se puede evitar son aquellos impulsos de los que los padres se dan cuenta”. “No podemos evitar nuestra manera habitual de comunicarnos, nuestros temas más profundos, nuestras rivalidades, incluso los pequeños sadismos”, dijo el especialista en relación a aquellas cosas que nuestros padres hicieron con nosotros y tal vez no nos gustaron, pero las repetimos. “Con esa red de transmisión no se puede lidiar”, enfatizó el ex presidente de la Asociación Psiquiátrica Peruana y de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis.

“Lo que le decimos a nuestros hijos en sus primeros siete años de vida se vuelve la voz interna adulta y adolescente. Es algo que se vuelve automático y ellos mismos se lo repiten, y lo peor es que esta repetición se vuelve inconsciente, una forma de hablarse a sí mismos y un patrón de conducta (o sea, cada vez que hago esto pienso esto) en esta relación entre el pensamiento la cognición y la acción”. La que habla es la psicóloga mexicana Daniela Ocaranza, especialista en niños y adolescentes, quien enfatizó que “durante los primeros siete años lo que rige es el hacer, el cuerpo, el moverse; entonces el mundo se entiende a través del movimiento”.

"Durante los primeros siete años lo que rige es el hacer, el cuerpo, el moverse; entonces el mundo se entiende a través del movimiento" (DPA)

Y tras resaltar que “el primer septenio rige lo que se va a volver la voz interna y lo que más se necesita y se vincula con el mundo es el cuerpo”, la especialista destacó: “En esa combinación, lo más respetuoso que podemos hacer con nuestros hijos es respetar el proceso del cuerpo y a partir de eso se va a generar un pensamiento, luego una conducta, que va a regresar a la sensación, etc etc”.

José Sahovaler es médico psiquiatra y psicoanalista y el ex coordinador del Departamento de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y ante la consulta de este medio señaló que “los padres le dan a los hijos mensajes conscientes, preconscientes e inconscientes; a veces uno sabe lo que les transmite y otras no”.

“Los padres le dan a los hijos mensajes conscientes, preconscientes e inconscientes; a veces uno sabe lo que les transmite y otras no” (Getty)

“De los conscientes saben y son los más fáciles de controlar, de los otros, precisamente el adulto no se da cuenta -ahondó el especialista-. El psicoanalista (Jean) Laplanche habla de éstos como significantes enigmáticos, que pueden determinar la conducta de la persona”.

Y en ese sentido, ejemplificó que, “si alguien cree que los varones tienen que ser arriesgados y la nenas más cuidadosas, seguramente va a transmitir mensajes en ese sentido”. “Lo que los padres dicen determina a los hijos, aunque sepan o no lo que están diciendo, es como un continuo entre consciente e inconsciente”, observó Sahovaler, quien destacó que “también los hijos ‘vienen’ con cosas y en ese sentido, así como el adulto hay cosas que transmite de las que sabe y otras no, los chicos algunas las registran y otras las asumen sin saber que se las están diciendo”.

En opinión de la licenciada en Psicología María Laura Santellán, “es importante que los adultos modulen la manera en que hacen ciertas apreciaciones acerca de los niños porque ellos, más allá de su capacidad receptiva que es amplísima, están en un momento formativo de su autoestima, su personalidad, su estilo de afrontamiento, de resolución de problemas y de infinidad de recursos emocionales conductivos conductuales que en la niñez se sientan las bases para luego desarrollarse”. “El saber dirigirse a los niños es algo que los papás pueden trabajar y puede tener un resultado muy bueno en el sentido de permitirle al niño tener un desarrollo flexible frente a los hechos, así como a los eventos que ellos mismos provocan -sostuvo-. La flexibilidad es la base para la salud mental”.

Menos “cuidado, te vas a caer” y más “te estoy mirando, andá con cuidado hasta donde puedas”

"El saber dirigirse a los niños es algo que los papás pueden trabajar y puede tener un resultado muy bueno en el sentido de permitirle al niño tener un desarrollo flexible frente a los hechos" (Getty)

En la mirada de la licenciada en Psicología Lorena Ruda (MN 44247), “desde el momento del embarazo a algunas madres y padres la responsabilidad que sienten tener sobre la vida nueva muchas veces hace que se pongan miedosos. Y por supuesto, cuando nacen, en algunas personalidades estos miedos se incrementan”.

“Muchas veces controlamos si respiran, si tienen frío, etc. y no nos damos cuenta todo lo que podemos transmitirles cuando somos sumamente miedosos o controladores”, insistió la especialista, para quien “situaciones del tipo ‘advertencias sobre posibles catástrofes’ hacen que más adelante los hijos hayan incorporado ese estilo como forma vida sintiéndose inseguros a la hora de encarar el mundo con autonomía e independencia”.

En ese sentido, para ella, afirmaciones del estilo “córtale más chiquito que se va a atragantar”, “te pusiste mucha comida en la boca, cuidado que te vas a atragantar”, “cuidado, te vas a caer”, “despacio que te vas a golpear” u otras con vaticinios sobre lo que va a pasar “genera que ellos frenen e inhiban la posibilidad de investigar y conocer su ‘hasta dónde puedo’, lo que puede generar inseguridad y también dependencia en relación al adulto que siempre tiene que estar ahí advirtiendo riesgos”.

Según Ruda, “si bien se necesita por supuesto la mirada del adulto, ésta debe ser una mirada de cuidado y confianza, un adulto que pueda mostrar de qué manera es posible realizar tal o cual cosa enseñando el cuidado pero confiando en ellos”. Con frases, más que como las anteriores, del tipo “estoy mirándote por las dudas, andá despacito hasta que tomes confianza”, “estoy acá, te estoy cuidando y todo va a estar bien”.

“Y si el accidente ocurre, se suele decir ‘viste, te dije que te ibas a caer’ sin reparar en la profecía autocumplida que vivimos enunciando para que el día que finalmente ocurre confirmemos que teníamos razón y así seguir advirtiendo y seguir generando miedos o no fomentando la confianza”, agregó.

"Si bien se necesita por supuesto la mirada del adulto, ésta debe ser una mirada de cuidado y confianza"

Con ella coincidió Santellán, para quien “hay que diferenciar el ‘estás haciendo algo mal’ del ‘sos malo’”. “Estas definiciones o esos axiomas que a veces los papás incurren en decir se vuelven maneras de definir el ‘ser’ que suelen ser contraproducentes por más que sean motivadas por cuestiones buenas -observó la especialista-. El punto es que es necesario entender que las formas en que los papás comunican modulan la psique de ese niño, por lo tanto es esperable que sean menos enfáticas, más relativas, menos categóricas, que no sean enunciados que emitan juicios sino descripciones que tengan que ver con el momento”.

Y -otra vez- prefirió el uso de “estás haciendo algo mal” o “te estás portando mal” y “evitar definiciones taxativas y que de alguna manera rotulan”.

Para Gastelumendi, una recomendación que suma es “oír a la pareja cuando observa algo en el trato hacia los hijos que a él o ella le llama la atención; es alguien de afuera y que está dentro al mismo tiempo y no se deberían rechazar esas miradas”.

“Otra cosa que siempre ayuda, es poder conversar, según la edad del niño, hablar con ellos cuando uno se da cuenta que fue muy temeroso, les gritó, o dijo algo de lo que luego se arrepiente -aconsejó-. Eso permite que el niño crezca con la idea de que siempre se puede pedir perdón, que uno puede reparar una mala acción, y que el adulto no es infalible, entre otras enseñanzas”.

A la hora de corregir, es importante decirle al niño qué fue exactamente lo que hizo mal, sin arandelas ni exageraciones (Getty)

Ocaranza señaló que “una de las habilidades parentales principales son las de cuidado; poder cuidarlos y que no se lastimen y allí surgen palabras o expresiones que por sí mismas son limitantes como ‘ten cuidado’, que parece inofensivo pero no lo es. Los niños y las niñas hacen lo que su cuerpo puede hacer con cuidado si les permitimos que sea así, es lo que su cuerpo necesita”.

Y dio tres opciones que los padres deberían tener en cuenta para proteger a sus hijos sin limitar su desarrollo:

1- Describir la situación: veo que te estás trepando y podrías caerte o pegarte con esto que estoy viendo

2- Accionar: mover a la personita de lugar y explicarle “te voy a mover de aquí porque esto no parece tan seguro para un niño tan chiquito”

3- Buscar contextos desafiantes a nivel físico sin que representen un peligro fatal. El juego peligroso es necesario para formar la sensación de logro. También los ayuda a conocer su cuerpo, qué puede hacer y para qué.

Finalmente, para la subdirectora de adopciones de la Dirección de Protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) Andrea León, “el lenguaje de los niños es concreto y así mismo se les debe hablar”. “Debemos manejar siempre un lenguaje sencillo. De acuerdo con la edad del niño, es preciso tener presente que su lenguaje es concreto y que mi mensaje no lo debe juzgar -recomendó-. Si se trata de dar una instrucción, lo mejor será decirles exactamente lo que deben hacer”.

En ese sentido, resultará más efectivo indicar “recoge tus juguetes” en lugar de extender los argumentos a frases como “esta habitación está muy desordenada y tú no estás poniendo de tu parte, necesito que colabores más porque yo tengo mucho que hacer…”.

“Asimismo, a la hora de corregir, es importante decirle al niño qué fue exactamente lo que hizo mal, sin arandelas ni exageraciones”, amplió, al tiempo que aportó: “Si rompió algo, basta con explicarle por qué estuvo mal y cómo tener más cuidado con los objetos. Por ningún motivo se le debe etiquetar como ‘necio’, ‘malo’, ‘destructor’, ni decirle expresiones generalizantes como ‘es que tú siempre dañas todo’, ‘estoy cansado de que no cuides las cosas’, o ‘todo lo que tocas lo destruyes’. Estas expresiones no sólo constituyen maltrato verbal, sino que, además, impactan negativamente el concepto que los niños construyen de sí mismos, afectan su autoestima y hacen que terminen creyendo que realmente son así y no pueden cambiar”.

INFOBAE 

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