Muchos jóvenes de hoy admiten, ante la pregunta puntual, querer más a su animal que a ciertos miembros de su familia, justificando esa afirmación en que el animal siempre los saluda cuando llegan a casa y su pareja o pariente no siempre lo hace.
Una banal e injustificada excusa y fundamento ya que los perros ofrecen un cariño infinito sin pedir casi nada a cambio pero lo hacen desde la dependencia y desde la necesidad de formar una manada jerárquica.
A pesar de que lo más importante para la felicidad de una persona es la calidad de sus relaciones humanas, muchas personas, que se centran en forjar vínculos con sus animales, descuidan sus relaciones sociales o directamente prescinden de ellas.
A medida que los miembros de la generación actual, tan proclive a confundir roles en este sentido, se vayan haciendo adultos, será esta franja de edad la que más animales de compañía tenga.
Los problemas y consecuencias desagradables que conlleva la humanización de los animales de compañía aparecen cuando el perro siente que es una necesidad vital irrenunciable estar siempre con su tutor.
Surge, de esa forma, la llamada ansiedad por separación, provocada por el hiperapego, cuando existe un vínculo extremadamente estrecho entre el ser humano y el animal.
Esa ansiedad puede expresarse con fuertes ladridos o destrozos materiales que pueden dar lugar incluso a conflictos vecinales.
Una predisposición genética especial de algunas razas y la adecuada socialización que tenga el animal en la etapa correspondiente jugarán cada una su papel.
Lo correcto y adecuado es que el perro vea a su tutor como su referente, que lo tenga como una figura de autoridad sin considerarlo como un miembro más de su misma especie, confundiendo afecto con necesidad compulsiva de contacto.
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