Las elecciones presidenciales del próximo domingo en Brasil enfrentarán a dos candidatos antagónicos, el exmandatario izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva y el presidente ultraderechista Jair Bolsonaro, y podrían consolidar el giro progresista que emprendió América Latina hace unos años.
Lo único que tienen en común Lula, de 76 años, gran favorito en los sondeos, y Bolsonaro, de 67, es que ambos son líderes fuertes con largo recorrido que desatan fervor entre sus seguidores y que usan chalecos antibalas en sus mítines electorales, consecuencia de la violenta campaña, que ya ha dejado tres muertos, y de la extrema polarización a la que ha llegado la sociedad brasileña.
En el resto, su carácter, su ideología y su trayectoria vital, les separa un abismo.
Lula, un orador reposado y carismático que goza de prestigio internacional, es una figura central de la política brasileña desde hace 40 años. Con una infancia marcada por el hambre, el líder de izquierda fue obrero, dirigente sindical y dos veces presidente (2003-2010), con un fuerte énfasis en los programas sociales.
Bolsonaro, un excéntrico político conocido por sus declaraciones incendiarias y su nostalgia por la dictadura brasileña, cursó formación militar en su juventud. En 1989, se convirtió en un anodino diputado, de los conocidos en Brasil como ‘del bajo clero’, y fue encadenando legislaturas hasta que, en 2018, aprovechó el contexto de grave crisis económica y social para ganarse la confianza de los brasileños como candidato antisistema y antizquierda con un programa liberal en lo económico y de valores ultraconservadores.
Sus cuatro años de mandato han estado marcados por la polémica, sobre todo por su gestión de la pandemia del coronavirus, su política a favor de la explotación comercial de la Amazonía y de facilitar el acceso de los brasileños a las armas, lo que le ha valido muchas críticas dentro y fuera de Brasil. Su gestión económica deja luces y sombras: por un lado, la economía volvió a crecer y el desempleo cayó después de la pandemia, pero la inflación y el disparado gasto público del que tuvo que echar mano para reconquistar a los más desfavorecidos son un lastre para él.
Muy probablemente, este jueves por la noche, en el último debate presidencial ambos sacarán a relucir el odio que se profesan, que se manifiesta en frases como “Lula continúa siendo un criminal, un ladrón” o “Brasil nunca tuvo un presidente tan descalificado moralmente como Bolsonaro”.
Lula también acusa al mandatario, que tiene abiertas varias causas en la Corte Suprema por difusión de noticias falsas, de planear un golpe de Estado si pierde las elecciones debido a su campaña de descrédito, sin pruebas, del sistema de voto electrónico.
Lula, el renacido
Lula lidera desde hace tiempo todos los sondeos, los últimos lo sitúan con un 47 % y 48 % de intención de voto, frente al 33 % y 31 % de Bolsonaro, es decir, cerca de ganar en primera vuelta.
Su primera campaña presidencial fue en 1989. Cuatro años antes el país puso fin a la dictadura militar (1964-1985), y el joven Lula perdió ante el populista de derecha, Fernando Collor de Mello. Volvería a presentarse sin éxito en 1994 y 1998, y no fue hasta 2002 cuando fue elegido presidente de Brasil, cargo que ocuparía hasta 2010 y que abandonó con una popularidad récord del 87 %.
Todo un logro para alguien nacido en 1945 en una zona pobre y semiárida del interior del nordestino estado de Pernambuco, séptimo hijo de de Arístides y Lindu, una pareja de campesinos analfabetos. Antes de que él naciese, su padre los abandonó para emigrar al estado de Sao Paulo. La figura materna marcaría toda su vida.
Lula, que desde los ocho años trabajo como vendedor ambulante y lustrabotas, se mudó también a Sao Paulo junto a su madre y sus hermanos. A los 15 años, hizo un curso para tornero mecánico y después empezó a trabajar en una metalúrgica. A los 17 años, perdió el dedo meñique de la mano izquierda en un accidente de trabajo.
Muy pronto comenzó su contacto con el movimiento sindical y en 1979 asumió el cargo de primer secretario del Sindicato Metalúrgico de San Bernardo de Campo, en la región metropolitana de Sao Paulo. Fueron años de huelgas y paralizaciones contra la dictadura que se materializaron en el surgimiento en 1980 del Partido de los Trabajadores (PT), del que Lula ha sido su máximo líder. Junto al PT, se convirtió en el primer obrero en instalarse en el Palacio de la Alvorada.
El petista, que durante sus mandatos sacó a millones de personas de la pobreza, se ha casado tres veces. Su primera esposa María de Lourdes da Silva falleció por una hepatitis dos años después de su enlace. En 1974, se casó con Marisa Letícia Rocco y tuvieron tres hijos. Tras 43 años juntos, Marisa falleció en 2017 por un derrame cerebral.
Este año, el antiguo obrero metalúrgico hizo una pausa en su campaña para contraer matrimonio con la socióloga Rosangela da Silva, de 56 años, más conocida como Janja. La pareja comenzó su relación en diciembre de 2017, pero no se hizo pública hasta 2019, cuando Lula llevaba más de un año preso tras ser condenado por corrupción en la megaoperación anticorrupción Lava Jato, que sacudió la política brasileña.
En julio de 2017, fue condenado a nueve años y seis meses de prisión por el entonces juez Sergio Moro, por lo que quedó inhabilitado en 2018 para participar de las elecciones en las que era el gran favorito. Bolsonaro salió victorioso y después nombró a Moro como ministro de Justicia, cargo que terminaría abandonando tras una disputa interna con el presidente.
Lula siempre negó las acusaciones y alegó que era víctima de una conspiración para impedir que se presentara a los comicios. Su tesis se confirmó cuando el portal The Intercept Brasil filtró unas conversaciones privadas entre Moro y los fiscales del caso Lava Jato.
En noviembre de 2019, fue liberado y, recuperados sus derechos políticos, preparó su sexta candidatura presidencial mientras la justicia le iba absolviendo en las casi 20 causas que tenía abiertas en su contra.
Un antisistema excéntrico
Bolsonaro, un capitán retirado más conocido por sus comentarios racistas y misóginos que por su labor legislativa, empezó a labrar su camino a la presidencia en 2016, cuando votó a favor del ‘impeachment’ en una mediática sesión en el Congreso ensalzando a un célebre torturador de la dictadura: “Por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra , el pavor de Dilma Rousseff, (…) mi voto es por el sí”, afirmó sulfurado.
Nacido en Glicério, una ciudad de Sao Paulo, el 21 de marzo de 1955, en el seno de una familia de clase baja de descendientes de italianos llegados a Brasil después de la Segunda Guerra Mundial. Bolsonaro es uno de los seis hijos que tuvieron Percy Geraldo, un dentista que ejercía sin título, y que enseñó al pequeño Jair a buscar oro, y Olinda Bonturi, fallecida el pasado mes de enero a los 94 años.
En los 70, se mudó a Río de Janeiro donde comenzó una breve trayectoria militar no exenta de polémicas. Entró en la Academia Militar das Agulhas Negras, la principal escuela para formar oficiales del Ejército de Tierra, en la que estudiaron varias miembros de la cúpula del Palacio de Planalto designados por Bolsonaro. También se formó en educación física y fue paracaidista.
Años después de ser ascendido a capitán, Bolsonaro fue preso en 1986 por transgresión al escribir un artículo en la influyente revista Veja criticando los bajos salarios de los militares. Al año siguiente, esa revista publicó un artículo con un supuesto plan de Bolsonaro y un colega para poner bombas en instalaciones militares para presionar a la cúpula con mejoras salariales.
Comenzó sus andanzas en la política en 1999 cuando fue electo concejal de Río de Janeiro y diputado federal desde 1991 hasta 2018, cuando renunció a su séptimo mandato para postular a la presidencia, con Lula en la cárcel e inhabilitado políticamente.
Bajo el lema “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”, un pequeño partido de ultraderecha (PSL), promesas de reformas para sanear la economía y de mano dura contra la violencia y la corrupción, así como una hábil campaña por las redes sociales, Bolsonaro, al principio subestimado por la clase política y la élite económica, se fue granjeando la confianza de los brasileños.
En septiembre de 2018, un mes antes de las elecciones, este firme admirador de Donald Trump, que tiene cinco hijos de tres esposas, fue apuñalado casi de muerte en el abdomen en un acto de campaña.
Ese atentando, por el que ha sido intervenido quirúrgicamente varias veces, allanó para muchos su camino a la presidencia y afianzó entre sus fieles el apodo de ‘mito’, algo que espera perpetuar con una difícil remontada.
Fuente RT