De acuerdo con declaraciones de la pedagoga Patria Sáenz Valiente, al medio EFE, los padres y madres deben establecer límites claros de uso y educar con su propio ejemplo en el manejo de los móviles antes de entregar un teléfono a sus hijos adolescentes.
Esta experta, coordinadora del área TIC de los grados de Maestro y Pedagogía y de la Especialidad Tecnología e Informática del Máster de Profesorado en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), ha analizado las iniciativas de varias familias para retrasar la compra del primer teléfono móvil.
“La edad es un elemento más”, ha opinado, “no se puede pensar que por aplazar de los 12 a los 16 años la entrega del primer teléfono móvil a un adolescente este vaya a hacer un uso responsable del aparato”.
Ha insistido en que “la edad no garantiza nada”, porque ha constatado que muchos adultos no utilizan de forma “correcta y responsable sus propios móviles”.
Muchos padres y madres justifican la entrega del primer móvil a sus hijos a la edad de 12 años, al comenzar la etapa de Secundaria en el instituto, como forma de tenerles localizados cuando empiezan a ir solos a los sitios o para que ellos puedan llamar si les ocurre algo.
Para eso, ha puntualizado, los adolescentes no necesitan un mini-ordenador, les bastaría con un teléfono sin internet que permita hacer llamadas en un momento determinado.
Necesidad y madurez
A su juicio, antes de entregar el primer móvil hay que evaluar la “necesidad real” de tener ese aparato, pero también influye “la madurez del menor y su capacidad para cumplir las reglas”.
“El problema es que les entregamos unos dispositivos muy potentes y con muchas funcionalidades, pero no les educamos en su uso”, ha recalcado.
Por ello, algunas familias acuerdan con sus hijos un contrato con normas de uso de los teléfonos, en cuanto a tiempo y contenidos autorizados, mientras que otras optan por instalar aplicaciones de control parental.
Para esta pedagoga, es fundamental “establecer unos límites claros” sobre la utilización del dispositivo antes de entregarlo, y después, permitir su uso “de forma gradual”, porque no puede ser que “tengan vía libre para todo desde el primer día”.
Así, ha explicado, al igual que se aprende a cocinar, se necesita un proceso para utilizar el teléfono móvil, en el que las familias tienen que “acompañar” a los adolescentes y “supervisar” lo que hacen.
“En este proceso -ha subrayado- las familias tienen que ser modelos de lo que pretenden transmitir: es incongruente pedir a los hijos un límite de uso con el teléfono y no dar ejemplo”.
“No prohibir sin educar”
Los adolescentes actuales han nacido en un mundo con móviles, están desde siempre en su realidad, y en muchos casos, los niños ven a sus padres que utilizan el teléfono como recurso de ocio y lo emplean mientras comen o están con otras personas.
Por ello, ese modelo es el que después van a seguir ellos cuando tengan su primer teléfono, ha agregado esta profesora de UNIR.
Respecto al uso de las herramientas de control parental, ha considerado que pueden aportar información sobre el tiempo de uso o aplicaciones activas, “pero no educan ni el menor aprende los riesgos que entrañan determinados contenidos”.
En este sentido, Sáenz Valiente ha apostado por el “acompañamiento” a los menores, en vez de la “prohibición”, porque “no se puede prohibir sin educar” en la responsabilidad.
EFE