El terror se apoderó de Estados Unidos luego de los ataques siniestros que sepultaron a las Torres Gemelas y sembraron el pánico en ese país, donde dejaron una pesadilla horrible para el resto del mundo. Fue el siniestro e inolvidable 11 de septiembre de 2001, hace exactamente 23 años. Desde entonces el mundo ha cambiado y los controles migratorios se han hecho más estrictos.
Los atentados terroristas, recordados más de dos décadas después, fueron tan devastadores que dejaron 2,977 muertos y unos 25 mil heridos. Miles de personas han seguido padeciendo las consecuencias de la pesadilla.
Ese martes 11 de septiembre, los terroristas actuaron con odio. Secuestraron unos aviones y se estrellaron contra el World Trade Center, en Nueva York. Las torres envueltas en fuego se vinieron abajo, como castillos de arena. La histeria colectiva se disparó cuando, minutos después, otro avión se estrelló contra el Pentágono.
Un cuarto avión, que apuntaría contra el Capitolio, fue desviado por la arriesgada intervención de los pasajeros, que así impidieron el siniestro propósito de los secuestradores. La aeronave se precipitó sobre un poblado rural de Pensilvania.
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De inmediato llegó la reacción del Gobierno estadounidense. El presidente George W. Bush prometió castigar a los malvados y responsabilizó a Al Qaeda, la organización terrorista liderada por Osama bin Laden. Ordenó su destrucción como venganza por los ataques. Líderes de todo el mundo rechazaron y vituperaron los cruentos atentados.
Fue la primera vez que Estados Unidos sufrió en carne propia unos ataques en su territorio. Ese territorio continental había salido ileso de guerras y batallas a gran escala, no llegando a experimentar la explosión de una bomba ni de nada parecido. Las dos guerras mundiales no habían provocado daños en el suelo firme de esa nación. Pero llegó el parteaguas y aquel 11 de septiembre será un día oscuro y trágico, por siempre recordado.
Según las investigaciones, fueron tres aviones estrellados y 19 yihadistas de Al Qaeda, los lobos que perpetraron la catástrofe. Había otros, tan culpables como ellos: sus jefes intelectuales, que estaban bien lejos. Todos estaban animados por la guerra santa: la pureza del islam contra la civilización impura de Occidente. Más allá, Alá les abriría las puertas del paraíso.
Estados Unidos emprendió la guerra invadiendo Afganistán e Irak en busca de los terroristas, y en marzo de 2003 lanzó los primeros bombardeos, esos que todavía perduran en las imágenes de televisión. La mayoría de los terroristas eran nativos de Arabia Saudita. Después de una intensa e incesante búsqueda, encontraron y mataron a Osama Bin Laden, un elemento que le había servido en el pasado a la Casa Blanca. Dicen que hasta fue entrenado por los yanquis.
Las Torres Gemelas eran un símbolo del poderío económico y comercial de Estados Unidos. De hecho, ese conjunto de inmensos rascacielos se conocía como el World Trade Center (“Centro del Comercio Mundial”). Su bárbara destrucción fue un golpe en el corazón de Estados Unidos, país que desde entonces reveló las debilidades de su seguridad interna. Y esas debilidades fueron aprovechadas por los enemigos, que perpetraron unos ataques infames y monstruosos que nunca serán olvidados.
El 11 de septiembre sigue siendo una llaga abierta en el corazón de Estados Unidos. ¿Volvería a ocurrir algo semejante?