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Leonel llega a 71 años con ganas de seguir rugiendo y de echar nuevas batallas en lo político

Por: Ling Almánzar

Cumple 71 años y se siente “enterito desde los pies a la cabeza para seguir luchando por el pueblo dominicano”. Son palabras de un político fogueado: Leonel Fernández, el tres veces presidente de la República y líder de la Fuerza del Pueblo.

Detrás de Leonel hay una larga y profunda historia, para muchos desconocida. Realmente nació en San Carlos, el 26 de diciembre de 1953, en la última década del reinado trujillista. Sus padres: Antonio Fernández Collado y doña Yolanda Reyna. Él, recio militar; ella, ama de casa y mujer fajadora.

Como todo muchacho iba a la escuela, y desde temprana edad cultivó dos pasiones: el deporte y la lectura. En el barrio no había muchas diversiones, encadenado el país como lo estaba bajo la pesadilla trujillista. Unos jolgorios infantiles, marotear mangos, descubrir la pequeña vida de barrio, eran la rutina de cada chiquillo.

Talvez, improvisar un juego de pelota o lanzar bolas a una humilde canasta de baloncesto en la calle. Leonel Antonio hacía todo ello: su vida no era la excepción. Junto a otros jugaba basketball y seguía las incidencias de las nacientes estrellas de béisbol. En realidad, había pocas expectativas en ese pequeño mundo de barrio. Las aspiraciones se iban al garete y los muchachos no podían desahogar sus ansias de libertad.

La gran aspiración era salir de esta cárcel nacional. Y el momento llegó: su madre lo exportó hacia Estados Unidos. Ella viajó primero, lo pidió y se lo llevó. Era 1965, el año de la Revolución, y el hijo tendría apenas unos 11 o 12 años. Fue un golpe de suerte. En Nueva York se le abrió el mundo: allí descubrió un nuevo horizonte, más allá de las estrechas miradas de esta aldea tropical.

Su vida en Nueva York fue lo mejor que le pasó. Se puso a trabajar como delivery en un comercio de españoles. Entregaba los pedidos, se movía en la agitada ciudad. Aprendió inglés. Desató su interés por el baseball: Babe Ruth, Willie Mays y otros se convirtieron en sus ídolos en el terreno de juego. Leía sus vidas. Los adoraba con devoción de adolescente. Se hizo gringo.

Pensaba como ellos. Asumía su viva cultura. Practicaba los colores de la época. Los Beatles, el festival de Woodstock, Jimmy Hendrix, el amor libre, las protestas por la guerra de Vietnam, causaban furor y estremecían a la juventud de entonces. El inquieto Leonel no era extraño a estas influencias: las abrazaba con el fervor de un jovencito de 16 o 17 años. A esa edad devoraba libros: los tomaba prestados en la biblioteca local y, tan pronto terminaba uno, comenzaba el otro. Era un lector crónico.

Los peloteros tenían un altar en su pecho, deslumbrando a ese chico criollo en el ancho mundo de la Gran Manzana. Era ya tiempo de regresar. Y volvió a principios de los setenta. Ahora sí, se mudó a Villa Juana e hizo suya esta vivaracha barriada. Jugaba al baloncesto, leía sin piedad, quería ser monaguillo. Entró como profesor a un colegio: un enllave le hizo la gestión. Amigos inolvidables: Jimmy Sierra, Leo Corporán… luego, Marcelino Ozuna, autor de una biografía cuasioficial de su líder.

Ingresa a la UASD. Estudia Derecho. Entra a la Juventud Socialdemócrata (FUSD), el brazo estudiantil del PRD. Era un activista. Pasó de lleno a la política, y no tardó en convertirse en gran discípulo de Juan Bosch. Este maestro realizó una actividad literaria y habló de Cien años de soledad, la novela inmortal de Gabriel García Márquez. Leonel, inquieto y curioso, comentó el error de la obra: aparece un Buendía cuando ya todos habían desaparecido. Esto estremeció e impresionó al maestro, que desde ese mismo momento trabó amistad con el joven. Y hasta lo invitó a su oficina. Vio un diamante en él; solo había que pulirlo para que brillara.

Y brilló. Leonel va a la oficina de Bosch, que le entrega un libro y le pide que escriba un artículo. El joven lo lee y escribe el artículo, se lo entrega y el maestro lo tacha con lapicero rojo: no le gusta esa forma tosca en que está escrito. Reescríbalo y el discípulo obedece. Esta vez, queda mejor. Así, Leonel entra al cuerpo de redactores de Vanguardia del Pueblo. Luego será encargado de Prensa del PLD y director de la revista Política: teoría y acción.

Se entrega de lleno al estudio de la política internacional, analiza el panorama geopolítico en programas de televisión y en la prensa escrita. Vierte gran pasión frente a las cámaras. Su oratoria va ganando alas y sus análisis son cada vez más sesudos y críticos. Se ubica en la centroizquierda. De hecho, escribe un libro sobre la doctrina Reagan en el Caribe. Es un intelectual bien armado. Se hace abogado y entra como ayudante en la oficina de Abel Rodríguez del Orbe.

Es catedrático de la UASD, donde imparte Sociología de la Comunicación y crea un numeroso grupo de discípulos y amigos. Es un hombre de trato fino y cortés. Va brillando en el horizonte académico. Le llega el tiempo de aspirar. En 1986 quiere ser diputado, a punto está de ingresar en la lista de los candidatos. Pero alguien se interpone y él tiene que ceder. Solo es cuestión de esperar tiempos mejores. En 1990 le aguan nuevamente sus aspiraciones. Esa vez, Bosch le prometió que sería su canciller de la República si ganaba las elecciones. Pero aquello fue un desmadre: el maestro acabó perdiendo unas traumáticas y cuestionadas elecciones.

El discípulo siguió cultivándose. En 1994, el maestro lo elige como su compañero vicepresidencial. Leonel no lo esperaba: la elección le tomó por sorpresa. Pero era una deuda con él. El maestro quería darle lo que no pudo cuatro años antes y, además, su discípulo rebosaba de talento. Todos reconocieron y aplaudieron sus dotes, elevándolo a la cumbre del PLD. Era el sucesor natural.

La gran oportunidad le llegó dos años después. En 1996, con apenas cuarenta y dos años, gana las alecciones y ocupa el Palacio Nacional. En 2004 y 2008 repite: logra sus reelecciones, hasta completar doce años gobernando, es decir, tres periodos. Una hazaña electoral.

En 2019 alegó fraude y rompió con el PLD. Creó la Fuerza del Pueblo. Se candidateó en 2020 y en 2024, sin éxito cada vez. Sin embargo, desde ya enfila sus cañones con miras a los comicios de 2028. No se da por vencido y puede repetir el famoso “Vuelve y vuelve” de Balaguer. De hecho, se siente “enterito desde los pies a la cabeza” y luego de su ruptura con Margarita, su corazón está abierto para engalanar a otra posible primera dama.

Festejos de cumpleaños

Este 26 de diciembre, al arribar a su 71 aniversario, un grupo de seguidores le visitarán para felicitarlo por ocasión tan especial. Allí, se darán conversaciones informales y van a proyectar, también de manera informal, las primeras actividades del nuevo año. Esas actividades se exponen y luego se someten a aprobación.

Sus acólitos le desearán larga vida y salud para seguir dando nuevas batallas en la arena política y electoral. A sus 71 años, luce en buena salud -cosa que él mismo ha confirmado- y con ganas de volver a rugir.

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