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Spera: la autobiografía del Papa Francisco que revela los momentos que moldearon su vida

El Papa reza el Ángelus desde su residencia mientras se recupera de un resfriado: «Estoy mejorando»

Un naufragio italiano histórico, sus raíces migrantes, la infancia, una serie de asesinatos durante su adolescencia son algunas de las historias que marcaron, en sus años formativos, al Papa Francisco, tal como se revela en Spera (Esperanza), la autobiografía de Mario Bergoglio, escrito en colaboración con Carlo Musso, que será publicada mañana, 14 de enero, en Italia.

La obra promete ofrecer una mirada íntima a la vida del pontífice, desde sus primeros años en Argentina hasta los valores que han marcado su camino espiritual, en donde además va revelando diferentes anécdotas curiosas, como su relación con el gran escritor Jorge Luis Borges.

En uno de los pasajes destacados, el Papa reflexiona sobre las dificultades que enfrentó su familia, marcada por la migración y las adversidades económicas. “La vida de mi familia ha conocido muchas penurias, sufrimientos, lágrimas, pero incluso en los momentos más duros experimentamos que una sonrisa, una carcajada, podían arrancarnos la energía necesaria para retomar el camino”, escribe Francisco en el libro. Este mensaje, cargado de esperanza, resalta la importancia del humor y la alegría como herramientas para superar los desafíos de la vida.

El papa Francisco dirige laEl papa Francisco dirige la oración del Ángelus desde su ventana en el Vaticano, el 6 de enero de 2025 (REUTERS/Guglielmo Mangiapane)

El Papa Francisco también dedica parte de su autobiografía a describir su infancia en Buenos Aires, donde creció en una casa modesta, pero llena de significado para él. Según detalla la obra, vivió desde los dos años hasta los veintiuno en el número 531 de la calle Membrillar. La vivienda, de una sola planta, contaba con tres dormitorios, un baño, una cocina con comedor, un comedor formal y una terraza. “Esa casa y esa calle fueron para mí las raíces de Buenos Aires y de la Argentina toda”, afirma el pontífice, subrayando cómo este entorno moldeó su identidad y su conexión con su país natal.

Estos recuerdos no solo evocan la vida cotidiana de su familia, sino que también reflejan las experiencias compartidas por muchas familias migrantes que buscaban un futuro mejor en América Latina durante el siglo XX. La descripción de su hogar y su barrio ofrece una ventana a la vida de un joven que, años después, se convertiría en el líder de la Iglesia Católica.

Otro aspecto central de “Spera” es el relato sobre los orígenes migrantes de la familia Bergoglio. El Papa recuerda con detalle la historia del viaje que llevó a sus abuelos y a su padre desde Italia hasta Argentina. Según relata, sus abuelos y su único hijo, Mario —quien más tarde sería su padre—, abordaron un barco llamado Principessa Mafalda, que zarpó del puerto de Génova el 11 de octubre de 1927 con destino a Buenos Aires.

El Principessa Mafalda (Grosby)El Principessa Mafalda (Grosby)

El transatlántico se hundió, causando la muerte de más de 300 personas. Según relata, sus abuelos y su padre habían comprado boletos para ese viaje, pero no pudieron embarcar debido a retrasos en la venta de sus propiedades. Este hecho, que el pontífice atribuye a la Providencia Divina, cambió el destino de su familia y permitió que emigraran a Argentina en un momento posterior.

El naufragio, conocido como el “Titanic italiano”, fue una tragedia que marcó a la comunidad de inmigrantes italianos y dejó una profunda impresión en la memoria colectiva. Esta historia fue contada repetidamente en la familia de Papa Francisco, recordándole la fragilidad de la vida y la importancia de la gratitud.

El Papa destaca cómo esta travesía, llena de esperanza y sacrificio, simboliza el espíritu de los migrantes que cruzaron océanos en busca de nuevas oportunidades. La historia del Principessa Mafalda no solo es un recuerdo personal, sino también un reflejo de las experiencias compartidas por millones de personas que dejaron atrás su tierra natal para construir una nueva vida en América.

Casa natal del Papa FranciscoCasa natal del Papa Francisco

Uno de los episodios más impactantes de su juventud ocurrió durante su paso por la Escuela Técnica Especializada en Industrias Químicas N° 12, donde un compañero de estudios, descrito como un joven brillante y apasionado por la música clásica, cometió un acto trágico al asesinar a un amigo del barrio con el arma de su padre. Este hecho, que conmocionó a la comunidad escolar, llevó al joven a ser recluido en un manicomio penal. El Papa, entonces estudiante, lo visitó en aquel lugar, describiendo la experiencia como profundamente perturbadora.

El pontífice recuerda cómo defendió a su amigo frente a comentarios despectivos en la escuela, lo que le valió una reputación de integridad entre sus compañeros. A pesar de los esfuerzos por mantener el contacto, la vida de su amigo terminó trágicamente años después, cuando, tras salir del reformatorio, se quitó la vida a los 24 años. Este evento dejó una huella imborrable en el futuro Papa, quien reflexiona sobre la profundidad del corazón humano y la complejidad de la vida.

Otro episodio que marcó su juventud fue el caso de un estudiante más joven, conocido por sus problemas disciplinarios, a quien Papa Francisco intentó guiar espiritualmente. Sin embargo, este joven terminó asesinando a su madre a los 15 años. El pontífice recuerda la desolación del padre del joven durante el velorio, describiéndolo como una figura que encarnaba el dolor y la tragedia. Estos eventos lo llevaron a reflexionar sobre la fragilidad de la condición humana y la necesidad de humildad para comprender la vida en toda su complejidad.

Bergoglio durante su juventudBergoglio durante su juventud

En el libro, el Papa Francisco también reflexiona sobre el valor de la alegría y el buen humor, elementos que considera esenciales en la vida cristiana. Citando el Evangelio, recuerda la exhortación a “volver a ser como niños” para alcanzar la salvación, destacando la capacidad de los más pequeños para sonreír con frecuencia. Según menciona, estudios psicológicos han demostrado que los niños sonríen más de diez veces que los adultos, un dato que utiliza para subrayar la importancia de recuperar esa espontaneidad y optimismo en la vida cotidiana.

Este enfoque en la alegría no es nuevo en el mensaje del Papa, quien a lo largo de su pontificado ha insistido en la necesidad de vivir la fe con esperanza y entusiasmo. En “Spera”, esta idea se entrelaza con sus experiencias personales, mostrando cómo el humor y la risa fueron un refugio para su familia en tiempos difíciles.

En su etapa como docente, Papa Francisco tuvo la oportunidad de enseñar literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada Concepción en Santa Fe. Durante este tiempo, organizó un curso de escritura creativa para sus estudiantes y decidió enviar dos de los relatos escritos por ellos a Jorge Luis Borges, quien, a pesar de su ceguera y su estatus como uno de los autores más reconocidos del siglo XX, los leyó y expresó su aprecio por ellos.

El escritor argentino Jorge LuisEl escritor argentino Jorge Luis Borges (EFE/Manuel Hernández de León)

El pontífice también invitó a Borges a impartir clases sobre los gauchos en la literatura, y el escritor aceptó, viajando en autobús durante ocho horas desde Buenos Aires hasta Santa Fe. Borges, a pesar de su agnosticismo, mantenía una espiritualidad que se reflejaba en su vida y obra, lo que dejó una profunda impresión en el joven docente.

La autobiografía de Francisco promete ser un testimonio profundo de su vida, marcado por las experiencias de migración, las dificultades económicas y los valores transmitidos por su familia. A través de sus recuerdos, el Papa no solo comparte detalles íntimos de su historia, sino que también ofrece reflexiones sobre temas universales como la esperanza, la resiliencia y la importancia de las raíces.

Con su publicación en Italia, “Spera” se perfila como una obra que permitirá a los lectores conocer más de cerca al hombre detrás del pontífice, explorando los momentos que moldearon su carácter y su visión del mundo.

Del capítulo La vida requiere humildad:

No todos se graduaron juntos al final del año 1955, esos catorce chicos que en marzo de seis años antes pisaron por primera vez la Escuela Técnica Especializada en Industrias Químicas N° 12, llenos de esperanzas. No todos, por desgracia. Algunos tristemente cayeron por el camino.

Era hijo de un policía. Y probablemente, en muchos sentidos, el más inteligente y talentoso de todos nosotros, apasionado y profundo conocedor de la música clásica, con una cultura literaria a la altura de su preparación musical… Era un genio, ese muchacho corpulento, el más robusto entre nosotros. Un genio.

Pero la mente del hombre a veces es un misterio insondable. Y un día que parecía como cualquier otro, ese chico tomó la pistola de su padre y mató a un amigo suyo, un compañero de barrio.

La noticia explotó como un disparo también para nosotros, nos conmocionó. Lo encerraron en la sección penal del manicomio, y fui a visitarlo. Fue mi primera experiencia concreta con la cárcel, doblemente cárcel porque también era un encierro para enfermos mentales. Pude saludar a mi amigo solo a través de una ventanita minúscula, un sello postal cortado en cuatro por una reja y enmarcado por una pesada puerta de hierro. Fue terrible, quedé profundamente afectado. Volví con algunos compañeros para visitarlo. Unos días después, sin embargo, escuché en la escuela a un empleado y a chicos de otro curso hablar de él con burla. Me enfurecí. Les dije de todo, y luego corrí a la dirección para expresar mi desaprobación: para decir que cosas así no debían volver a suceder, que era aún más grave que estuviera implicado un empleado, que ese chico ya estaba sufriendo bastante entre el manicomio y la cárcel. Esa explosión de enojo me habría dado en la escuela una cierta fama de hombre recto, no sé cuán merecida; así sucede con la fama. Luego mi amigo fue enviado a un reformatorio y seguimos escribiéndonos; se salvó de la cadena perpetua porque al momento de los hechos era menor de edad. Fue liberado algunos años después.

Después del diploma, cuando ya estaba en el noviciado, un excompañero me llamó por teléfono: me dijo que había logrado contactarse con la hermana de ese chico, y que ella, acongojada, le había contado que, poco después de salir del reformatorio, se había suicidado. Tendría alrededor de veinticuatro años.

A veces, como dice el salmo, el corazón del hombre es un abismo. Fue un dolor que trajo a la mente y al corazón otro dolor.

Estaba en cuarto año cuando un chico de primero se me acercó en el autobús. Creo que me preguntó si podía conseguirle algún libro que necesitaba, yo le dije que sí, que lo tenía en casa y se lo llevaría, y así comenzó nuestra relación. Era hijo único, y en la escuela era bien conocido por los problemas disciplinarios que causaba. Yo ya había sentido dentro de mí la llamada, percibía intensamente mi vocación, que sin embargo no había expresado a otros. Vi que ese chico no había hecho aún la primera comunión y, en fin, comencé a acompañarlo, a hablarle, a cuidarlo como podía. También fui a su casa a conocer a sus padres, dos buenas personas, la familia Heredia, pero… Pero al final, cuando yo estaba en sexto, ese niño mató a su madre con un cuchillo. Tendría unos quince años, no más.

Recuerdo el velorio en esa casa, el rostro pálido del padre, su dolor doble, sin descanso. Parecía la máscara de Job: «Se amortigua mi ojo a causa del dolor y mis miembros no son más que sombra» (Jb 17,7).

Esa noticia también irrumpió en la escuela como una tormenta, podría quizá decir que nos impregnó en la tragedia y la complejidad de la vida. Ha escrito Jorge Luis Borges: «He intentado, no sé con qué fortuna, componer relatos lineales. No me atrevo a afirmar que sean sencillos; no hay en la tierra una sola página, una sola palabra que lo sea».

Hace falta humildad para representar la experiencia compleja de la vida.

He apreciado y valorado mucho a Borges, me impactaban la seriedad y la dignidad con las que vivía su existencia. Era un hombre muy sabio y muy profundo. Cuando, con apenas veintisiete años, me convertí en profesor de literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, ofrecí un curso de escritura creativa para los estudiantes y pensé en enviarle, a través de su secretaria, que había sido mi profesora de piano, dos relatos escritos por los chicos. Parecía aún más joven de lo que era, tanto que los estudiantes entre ellos me apodaban Carucha (cara de niño), y Borges en cambio ya era uno de los autores más celebrados del siglo veinte; y, sin embargo, él se hizo leer los relatos –porque ya prácticamente estaba ciego– y además le gustaron mucho.

Lo invité también a dar algunas clases sobre el tema de los gauchos en la literatura, y aceptó; podía hablar de cualquier cosa, sin darse importancia. A los sesenta y seis años tomó un autobús desde Buenos Aires y viajó durante 8 horas, durante la noche, para llegar a Santa Fe. En una de esas ocasiones llegamos tarde porque, cuando fui a recogerlo al hotel, me pidió si podía ayudarlo a afeitarse. Era un agnóstico que todas las noches rezaba el Padre nuestro porque se lo había prometido a su madre, y que acabaría muriendo con los auxilios religiosos.

No puede ser sino un hombre de espiritualidad quien escribió palabras como estas: “Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque ambos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, encendieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, como suelen hacer las personas cansadas cuando cae el día. En el cielo despuntaba alguna estrella, que aún no había recibido nombre. A la luz de las llamas, Caín vio en la frente de Abel la marca de la piedra y dejando caer el pan que estaba a punto de llevarse a la boca, le pidió que le perdonara su crimen. Abel respondió: ‘¿Tú me mataste, o yo te maté? No lo recuerdo; aquí estamos juntos como antes’. ‘Ahora sé que realmente me has perdonado’, dijo Caín, ‘porque olvidar es perdonar. Yo también trataré de olvidar…’”.

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