Por: Jazmín Díaz
Cada año, cuando llega el 21 de enero, una marea humana recorre las calles de Higüey, para tener una cita con la Virgen de la Altagracia, cuyo rostro maternal y protector es venerado no solo como un símbolo religioso, sino como un emblema de identidad y unidad.
La devoción por la Virgen ha tejido una historia de fe que atraviesa generaciones, que se revive cada año en los corazones de los dominicanos y que, aún hoy, encuentra eco en las peregrinaciones.
La historia de la Virgen de la Altagracia es tan antigua como el propio país. Según las tradiciones que se han transmitido de generación en generación, la imagen de la Virgen fue traída a la isla por los misioneros franciscanos a principios del siglo XVI, cuando el país aún era joven en la colonia española.
Se dice que la pintura, hecha sobre una tabla de madera, llegó a las costas de Higüey en 1502.
El destino de esa imagen sería sellado por una serie de milagros atribuidos a la Virgen. En los años que siguieron a su llegada, la gente comenzó a aferrarse a ella en busca de protección y milagros, especialmente en tiempos difíciles. Así, la Virgen de la Altagracia fue poco a poco convirtiéndose en el pilar de fe que ha unido a los dominicanos a lo largo de su historia.
Las peregrinaciones: un viaje de esperanza
En tiempos pasados, cuando las carreteras eran simples caminos de tierra y el transporte era limitado, los dominicanos emprendían verdaderos actos de devoción para rendir homenaje a su Virgen. Las peregrinaciones hacia Higüey, especialmente en las semanas previas al 21 de enero, se convertían en una especie de viaje espiritual, una prueba de fe que reunía a miles de personas, muchas de ellas provenientes de las comunidades más remotas.
Con los años, la imagen de la Virgen ha atraído cada vez más a los fieles, pero es en los relatos de las antiguas peregrinaciones donde se encuentra la esencia de este fervor. A menudo, las personas recorrían kilómetros a pie, descalzos o con los pies endurecidos por el sol y el cansancio, soportando un calor implacable y una distancia que parecía interminable. Durante el trayecto, los peregrinos se ayudaban mutuamente, compartían alimentos y, sobre todo, hacían oraciones, en un acto de solidaridad que reflejaba la profunda conexión que existía entre ellos y la Virgen.
Hoy, las peregrinaciones a pie se han transformado. Las mejoras en las infraestructuras y el transporte han hecho que muchos lleguen en vehículos. Sin embargo, aún persisten los que mantienen la tradición de caminar, aunque no sea tan largo el trayecto. Para ellos, la promesa sigue viva, la fe sigue intacta, y el esfuerzo por llegar hasta la Virgen sigue siendo una forma de demostrarle su devoción.
En los días previos al 21 de enero, Higüey se convierte en un hervidero humano. Las calles se llenan de comerciantes, peregrinos y turistas. Las banderas dominicanas ondean con fuerza, y el bullicio de la gente se mezcla con el aroma a incienso que se desprende de las iglesias y las ofrendas. En la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia, la imagen de la Virgen, resguardada en su altar, sigue siendo el epicentro de una fiesta que es religiosa, cultural y, sobre todo, profundamente humana.
A las puertas de la basílica, los peregrinos dejan sus ofrendas: flores, velas y cartas llenas de agradecimientos o peticiones. Algunos se arrodillan frente a la imagen, otros simplemente la miran en silencio, como esperando una respuesta en su corazón. Para ellos, como para muchos otros dominicanos, la Virgen es mucho más que una imagen religiosa: es la madre que siempre está ahí, dispuesta a escuchar y a proteger.
Y, aunque las peregrinaciones ya no sean como antes, la fe sigue siendo la misma. La Virgen sigue siendo el refugio, el símbolo de fortaleza y la madre que acompaña a su pueblo en cada paso del camino.
Hoy, como ayer, los dominicanos siguen caminando hacia ella, no importa la distancia ni el medio de transporte. La Virgen de la Altagracia, con su rostro sereno y su mirada protectora, sigue siendo la guía, la madre que nunca abandona, la que permanece en el corazón de cada dominicano. Como cada año, este 21 de enero conduce al santo regazo de la madre espiritual del pueblo dominicano.