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Resurgiendo de las cenizas: la vida de un fotógrafo que encontró luz en la oscuridad de Guachupita

Por Jazmín Díaz- El relato de Jorge Martínez es una oda a la lucha, a la resistencia contra vientos huracanados de adversidad. En un pequeño apartamento de color limoncillo, en la calle Francisco del Rosario Sánchez, justo frente al destacamento número 1, en el empobrecido sector de Guachupita, nació y creció este hombre de 34 años, que hoy se alza como un símbolo de fortaleza y perseverancia inquebrantable.

“Con cualquier cosa, siempre y cuando sea honrado lo que te propongas, puedes salir adelante. La vida tiene momentos difíciles, pero lo importante es sacar el pecho, levantar la cabeza y sonreír. Así es como realmente se sale adelante”, reflexiona Jorge, con los ojos castaños llenos de una luz que refleja años de lucha, de sacrificios que lo han templado, de noches largas en las que no hubo descanso, pero sí mucho amor y determinación.

La vida de Jorge no fue fácil, pero si algo la define es el amor incondicional de sus padres, Martha Arias, secretaria, y Franklin Santana, repartidor de periódicos.

Criado entre sacrificios y privaciones, aunque nunca desamparado, Jorge fue testigo del incansable esfuerzo de sus padres que, con su sudor y dolor, intentaban ofrecerle lo mejor en un barrio donde la esperanza a menudo se desvanecía en la bruma de la desesperanza.

“Dentro de mi casa no había un ambiente tóxico, algo que contrastaba con lo que era Guachupita. Porque cuando tú dices ‘soy de Guachupita’, la gente ya asume que eres un delincuente”, comenta Jorge, y sus palabras no son solo un eco de su vivencia, sino un grito al dolor de un barrio condenado por su nombre. La marca invisible de Guachupita, ese peso tan grande, nunca dejó de ser parte de su historia, pero tampoco logró aplastarlo.

La infancia de Jorge estuvo marcada por limitaciones que fueron sembrando en él una fuerza que nadie podía ver. A pesar de las carencias materiales, en su hogar nunca faltó lo más importante: amor. Su madre, protectora hasta el extremo, le inculcó el valor de la educación, el esfuerzo y la superación personal, todo mientras el barrio exteriormente desmoronaba a muchos otros.

“Cuando mamá decía ‘nos vamos a acostar’, eso era a las 9:00 p. m., todos en la casa. Los únicos días que salíamos era los sábados a las cuatro de la tarde, pero siempre estaba encima de nosotros. El barrio estaba en constante convulsión”, recuerda Jorge, mientras una sonrisa triste, de agradecimiento, cruza su rostro. Aquel sacrificio, la vigilancia, las restricciones, le salvaron la vida. Y por dentro, aunque no lo veía entonces, fue forjando su carácter.

Pero la vida de Jorge sufrió un golpe fatal cuando tenía solo diez años. Su padre sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó incapacitado para trabajar, y en un abrir y cerrar de ojos, la estabilidad que conocían se desplomó.

“Mamá era la única que estaba trabajando, y nosotros caímos en precariedad. Ella trabajaba, pero el sueldo no alcanzaba. Solo comíamos arroz con huevo, o huevo en todas sus formas. Mi madre aún recuerda esos tiempos con amargura”, cuenta Jorge, mientras la tristeza se mezcla con una gratitud infinita hacia el sacrificio de sus padres. La pobreza no solo marcó sus platos, sino también su alma. Pero en vez de rendirse, Jorge sacó fuerza de esas carencias.

En su barrio, las tentaciones fueron muchas, y las ofertas, llenas de promesas vacías, lo tentaban cada día. Un día, un vecino le ofreció dinero a cambio de un favor: llevar un motor de un lugar a otro. Jorge lo pensó por un momento, hasta que la conciencia le mostró el camino.

Jorge fotografiando en el Congreso Nacional

Jorge fotografiando en el Congreso Nacional

“Lo pensé, pero me di cuenta de que el motor era robado, y no lo hice”, recuerda con firmeza, su voz llena de orgullo por haber tomado la decisión correcta, aunque esa elección tan sencilla cambió su destino para siempre. En un mundo donde muchos caían, Jorge decidió levantarse.

Con el paso del tiempo, Jorge ganó el respeto de todos en el barrio, incluidos aquellos que se habían perdido en las sombras. Sin embargo, uno de los momentos más duros de su vida llegó cuando sus amigos de infancia, aquellos con los que compartió risas, dolores y juegos, le dijeron que ya no podía estar con ellos.

“Recuerdo un día que mis amigos me dijeron que ya no podía hacer coro con ellos, porque yo era un joven sano y ellos habían decidido seguir por la calle. Ese día lloré mucho, porque al final del día eran mis amigos, las personas con las que había crecido. Pero hoy, ellos están muertos o presos, y yo estoy aquí”, dice Jorge, con la voz temblando por el dolor que nunca se olvida.

Jorge trabajó en muchos oficios: chofer de carro de choncho, camarero… pero sabía que su destino no estaba allí. Entonces, un día, el corazón le palpitó con fuerza y sintió que tenía que hacer algo más. Decidió postularse al periódico Listín Diario como conductor, y lo contrataron. “Mientras trabajaba como chofer, conversaba con un compañero llamado Víctor, quien me contó cómo empezó como chofer y terminó como fotógrafo. Su historia me inspiró”, dice, consciente de que ese momento encendió la chispa que cambiaría su vida para siempre.

primeros días de Jorge como fotógrafo

Primeros días de Jorge como fotógrafo

Con valentía, se inscribió en un curso de fotografía en el Instituto Nacional de Formación Técnico-Profesional (INFOTEP). A los tres días, se presentó al jefe de asignación del periódico y le dijo que estaba estudiando fotografía. Le dieron una cámara y lo enviaron a cubrir un servicio en la embajada de Cuba.

“Esa primera foto fue un desastre. Estaba desnivelada y los colores estaban mal, pero cuando la vi publicada con mi nombre en el periódico digital, sentí una satisfacción inmensa”, recuerda Jorge, con humildad y orgullo indescriptible por haber logrado lo que parecía un sueño imposible.

Primera foto de Jorge

Primera foto de Jorge

El tiempo pasó y Jorge se fue ganando el respeto de todos, como fotógrafo. La oportunidad de su vida llegó cuando, cubriendo el caso “Calamar” en la Fiscalía del Distrito Nacional, logró la foto que sería portada en el diario.

“Me subí al balcón de la segunda planta, esperé a que me miraran y les tomé la foto. Fue portada al día siguiente. Llamé a toda mi familia para que vieran mi nombre ahí, en la portada”, relata, quebrado por la emoción, sabiendo que ese instante definió su vida.

Foto caso calamar

Foto caso calamar

Hoy, Jorge Martínez es fotógrafo en Listín Diario y en la Cámara de Diputados, actual ganador del Premio Nacional de Fotoperiodismo. Su historia es la de un joven que creció en el olvido de un barrio paupérrimo, pero que nunca permitió que esa pobreza le dictara su futuro. Jorge ha aprendido a capturar no solo imágenes, sino momentos de lucha, superación y esperanza. Hoy, su vida es una lección de que, por más oscuras que se presenten las sombras, siempre hay una luz al final del túnel.

Porque la verdadera foto de Jorge no está en un periódico, está en su alma: la imagen de un hombre que, a pesar de todo, sigue sonriendo. Y eso, al final, es lo que más importa.

 

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