Luego de su última detención, el 8 de enero de 2016, y tras protagonizar dos fugas de cárceles de máxima seguridad, las autoridades mexicanas implementaron un operativo con cámaras de seguridad y perros entrenados para evitar que Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera se escapara por tercera vez.
Los perros estaban entrenados para detectar el olor de Guzmán Loera y se movían siempre acompañados por un guía humano dentro de la prisión de máxima seguridad del Altiplano, en el Estado de México, reportó en su momento la agencia de noticias Efe.
Guzmán fue recapturado en Los Mochis, estado de Sinaloa e ingresado nuevamente en el Altiplano, de donde se había fugado del 11 de julio de 2015 por un túnel de 1.5 kilómetros de largo.
En sus primeras cinco noches en prisión fue cambiado de celda en 7 ocasiones sin seguir ningún patrón y siempre bajo supervisión especial
Las autoridades revisaron las condiciones de la prisión y los protocolos de seguridad, introduciendo los perros “huele-Chapo”, como se les denominó, reforzando los pisos con mallas de acero y cambiando constantemente de celda al prisionero.
El uso de los canes había aparentemente destapado uno de los miedos más grandes del que fuera considerado el narcotraficante más peligroso del mundo: el miedo a los perros.
Distintas versiones periodísticas que citaban a custodios del Altiplano señalaban que “El Chapo” se ponía nervioso y en ocasiones histérico cada vez que los custodios se acercaban a su celda acompañados por alguno de los perros.
Además de las versiones de los custodios, las afirmaciones estaban presuntamente basadas en estudios practicados al narcotraficante en los que se descubrió que este era uno de sus grandes temores y por ello se determinó usar perros para mantenerlo quieto en su celda.
La decisión había sido mantener a los animales lo suficientemente lejos para evitar algún ataque al capo, pero lo suficientemente cerca para mantenerlo quieto.
Sin embargo, Mónica Ramírez, especialista en perfiles criminales y quien durante seis meses tuvo pláticas continuas con el narcotraficante dentro de la prisión, aseguró que el miedo del Chapo a los perros es otro de los mitos que se ha construido alrededor de su personalidad.
Admitió que durante los últimos meses que estuvo encarcelado en el Altiplano, Guzmán Loera sí expresó su queja por los perros, pero no porque les tuviera miedo sino porque los constantes ladridos no lo dejaban dormir en la noche.
“Se le puso un perro que era un agente canino, pareja del oficial en guardia que custodiaba al Chapo, de lo que se quejaba el Chapo era que el perro ladraba todo el tiempo y no lo dejaba dormir”, expresó la criminóloga a Infobae México.
En tono de sarcasmo aseguró que el único miedo que le tiene Guzmán Loera a los perros es a que se los lleguen a servir en un platillo.
“Cuando se fue al oriente con su compadre a hacer negocios, se traumó de ver que allá usaban a los perros para comérselos y obvió le traumó la carne de perro”, detalló.
Ramírez logró conocer del narcotraficante detalles que tal vez ninguna de sus parejas esté enterada. Por un tema de confidencialidad y de seguridad personal, existe información que la criminóloga no puede revelar.
Pero entre los detalles que ha compartido están que al narcotraficante no le gusta que le llamen Archivaldo, porque lo considera un nombre muy largo; en cambio, aprecia que lo llamen “Joaquín”, es adicto a las mujeres y le gusta mucho hablar. Tiene un rasgo de personalidad que lo hace muy respetuoso del matriarcado, en el que su abuela y su madre, Consuelo Loera, tienen una influencia muy marcada.
Además de ser adicto a las mujeres, ante la especialista admitió tener 23 hijos reconocidos, tiene un narcisismo marcado.
“No es un psicópata. Tiene rasgos psicopáticos y rasgos narcisistas que se reflejan en una necesidad de admiración, de sentirse único y especial”, expresó Ramírez, y añadió que siempre siente orgullo al contar que se levantaba a las 05:00 para ir a los plantíos y laboratorios a organizar a su gente y cómo terminaba su día hasta las 23:00 o 00:00 horas.
Actualmente El Chapo Guzmán se encuentra preso en la cárcel ADX Florence, en Colorado, considerada la más segura de Estados Unidos, donde cumple una condena de cadena perpetua. Si bien no está vigilado por perros, vive en condiciones de aislamiento en las que pasa 23 horas en su celda, sólo puede salir al patio una hora diaria y adentro de una jaula.