El jueves, el prometido de Sahar Fares y su familia le dieron la fiesta de bodas que no tendrá jamás.
Una banda nupcial tradicional tocó para ella, la flauta entonó una melodía alegre mientras los tambores llevaban el ritmo, y la familia y los amigos arrojaban arroz y pétalos de flores. Los músicos, ataviados con festivos trajes blancos con bordados de oro, tocaron mientras los bomberos uniformados llevaban su ataúd blanco a una carroza fúnebre.
Su prometido, Gilbert Karaan, sentado sobre los hombros de un familiar, lloraba mientras se despedía por última vez, lanzándole un último beso.
“Todo lo que querías estará presente excepto tú con un vestido de novia blanco”, prometió Karaan en un homenaje publicado en redes sociales. “Acabaste con mi voluntad, mi amor, me rompiste el corazón. La vida es insustancial ahora que te has ido”.
Fares, paramédica de 24 años, fue una de al menos 145 personas que fallecieron el martes a causa de la gigantesca explosión que arrasó la mayor parte del puerto de Beirut, devastó barrios enteros, hirió a más de 5000 personas y dejó a cientos de miles sin hogar. En una fracción de segundo, dejó a la capital del Líbano como una zona de guerra sin guerra.
Cada muerte es una tragedia única e insondable, pero la historia de Fares, la joven futura novia, se ha extendido por todas las redes sociales, captando la atención de muchos libaneses y provocándoles dolor. Fares era una hija valiente de una familia humilde que había logrado entrar en el mundo casi exclusivamente masculino de la Brigada de Bomberos de Beirut, donde se dedicó al servicio público e hizo planes para construir una familia propia.
En lugar de eso, sus familiares y Karaan, de 29 años, la enterraron.
Fares llamó por teléfono a Karaan el martes por la tarde para mostrarle el incendio que consumía un almacén en el puerto de Beirut. Nadie necesitaba atención médica, así que se sentó en un camión de bomberos, mirando a sus colegas mientras luchaban por sofocar las llamas.
Cuando las llamas se intensificaron, bajó del camión, sosteniendo su teléfono para darle a Karaan una mejor perspectiva de lo que parecían ser fuegos artificiales, con destellos rojos y plateados dentro del humo espeso. Los sonidos eran extraños, dijo Fares, no se parecían a nada que ella y su equipo hubieran enfrentado.
Más tarde, sus familiares comentaron que él le suplicó que corriera para protegerse, y lo hizo, pero demasiado tarde. La última imagen que Karaan vio de su prometida fue la de sus zapatos golpeando el pavimento mientras Fares buscaba dónde guarecerse. Luego, una explosión.
“Mi hermosa novia. Nuestra boda iba a celebrarse el 6 de junio de 2021”, escribió el miércoles en su mensaje en línea, acompañado de una foto de ella posando orgullosa con su uniforme de paramédico. En cambio, será “mañana, mi amor”.
“Te amé, te amo y siempre te amaré”, continuaba el mensaje, “hasta que me reúna contigo donde continuaremos nuestro viaje juntos”.
Fares se capacitó como enfermera y en 2018 decidió ser una servidora pública. Ansiaba la estabilidad laboral y los beneficios sociales de una trayectoria laboral en el gobierno, según les comentó a sus familiares, después de que ella y sus dos hermanas vieron a su padre, un soldador de aluminio, y a su madre, una maestra de escuela, batallar para llegar a fin de mes.
Creció en el poblado de Al Qaa, al norte del Líbano, en la frontera con Siria, y soñaba con tener oportunidades y una seguridad que ese lugar no le podía proporcionar. De acuerdo con los habitantes, en 2016, en el momento más álgido de los ataques del grupo del Estado Islámico en todo el Medio Oriente, los militantes irrumpieron en Al Qaa, mataron a cinco de sus habitantes e hirieron a decenas más.
Un primo de Fares, que despertó por el ataque, salió corriendo a ayudar a sus vecinos y fue uno de los fallecidos en el combate.
Para muchos habitantes de su pueblo, su muerte fue demasiado que soportar, pues al parecer no fue resultado de las amenazas externas que desde hace mucho tiempo asolan al Líbano, sino de las deficiencias internas de la corrupción y la indiferencia del gobierno.
Los funcionarios afirman que lo que explotó fue un enorme depósito de nitrato de amonio que se había almacenado cerca de la costa durante años, a pesar de las repetidas advertencias sobre el peligro que representaba y los debates sobre qué hacer con él. Esto ha desatado una ola de ira en contra del gobierno y exigencias para que los responsables sean castigados.
En los momentos posteriores al entierro de Fares, los habitantes de Al Qaa se llenaron de ira y desesperación. Habían perdido demasiado, dijeron, y demasiadas personas de su comunidad se habían sacrificado por un país que apenas funcionaba.
“Nuestra historia está llena de mártires y suplicio”, dijo el alcalde de Al Qaa, Bachir Mattar. “Sahar es un mensaje para nuestra juventud de que hay personas que se comprometen con la nación y lo pierden todo; sin embargo, me gustaría que hubiera una nación que valiera la pena tal sacrificio y compromiso. Desearía que tuviéramos un estado de verdad”.
La ciudad bautizó el campo deportivo en su honor, “en reconocimiento a la mayor de las mártires”.
“La gente está harta”, continuó Mattar. “Estamos orgullosos del sacrificio de Fares, pero también estamos molestos. ¿Por qué? ¿En aras de qué hemos soportado tanto? De un sistema disfuncional que no sabe cómo resolver ni un solo problema”.
Fares y su prometido, Karaan, estaban orgullosos de su servicio al país. Él trabaja como funcionario de la Seguridad del Estado Libanés, que se encarga de la vigilancia policial interna y de la protección de los políticos del país.
Publicaron en sus redes sociales fotografías de ellos mismos uniformados, Fares sentada dentro de un camión de bomberos asomándose por una ventana abierta, sonriendo con su uniforme de camuflaje.
“Era la persona más cariñosa que he conocido”, dijo su prima, Theresa Khoury, de 23 años. “Amable y cariñosa y siempre cuidando de sus padres y hermanas. Estaba llena de vida y amaba vivir. Su sueño era casarse con el amor de su vida y pasar el resto de sus días con él”.
El prometido de Sahar Fares, Gilbert Karaan, agita un pañuelo sobre el ataúd de Fares en su funeral el jueves 4 de agosto de 2020. (vía The New York Times)