(EFE).- La furia descomunal del huracán Iota hizo añicos a la isla colombiana de Providencia, un paraíso caribeño destruido en su totalidad y en el que hoy sus habitantes tachan de milagro el haber sobrevivido.
A las casas construidas al pie de una imponente montaña rodeada por el mar el huracán de categoría 5 las azotó sin piedad el pasado lunes en la madrugada y no dejó en pie ninguna de ellas.
Casi una semana después del desastre, los isleños siguen recogiendo los escombros que quedaron en sus lotes y rebuscan en ellos para ver si logran rescatar al menos ropa para usar en los próximos días.
“A mi abuela, a mi mamá y a mí nos tocó muy duro. Fue un milagro porque nos tocó tres horas a la intemperie en la peor parte del huracán. De alguna manera la cama en la que estábamos agarrados parece que quedó enganchada con un pedazo de pared porque debimos haber salido volando”, dice a Efe, Luis Antonio Howard en medio de las ruinas de su casa de dos plantas de la que solo sobraron unas paredes.
Providencia, una isla de casi 18 kilómetros cuadrados y poco más de 5.000 habitantes, es un lugar distante de la Colombia continental admirada por su vasta vegetación, la misma que el paso del huracán borró dejando en su lugar solo árboles secos y destroncados.
Iota, el primer huracán de categoría 5 en golpear a Colombia, atravesó de este a oeste Providencia y la vecina Santa Catalina, dejó daños no tan grandes en San Andrés, la mayor isla del archipiélago, y le impuso a las autoridades la tarea de reconstruir a ritmo acelerado una región cuyos ingresos principales dependen del turismo.
CUIDARSE UNOS A OTROS
De sol a sol, los lugareños limpian los destrozos que quedaron en Providencia, un lugar en el que los postes de energía eléctrica y los árboles también fueron derribados por los impetuosos vientos.
La magnitud del huracán fue tal que los habitantes de la isla no entienden cómo están con vida cuando Iota arrastró contenedores gigantes y se llevó por delante un buque que transporta mercancías desde Cartagena de Indias, al que dejó encallado a más de 500 metros del muelle.
Cuando cae el día y empieza a oscurecer, los isleños preparan, con la ayuda de velas y encendedores, improvisados techos de plásticos para no dormir en la intemperie, mientras que otros pasan la noche en carpas instaladas en la iglesia de la isla, que también sufrió los estragos de Iota.
“Esto era para que todo el mundo se muriera. Nosotros perdimos todo, yo he estado como los hippies: hoy duermo en una parte, mañana duermo en otra”, narra a Efe Dilma Puentes, quien perdió la casa en la que vivía desde hace 37 años pero agradece que casi todos sus vecinos estén vivos.
El huracán dejó al menos dos muertos y un desaparecido en todo el archipiélago, pero decenas de personas resultaron con heridas leves que se curan ellos mismos porque Iota destruyó el único hospital de la isla.
“Yo tengo un esguince grado dos en el tobillo, mi mamá tiene un corte porque un palo volando la golpeó en la cabeza. Increíblemente mi abuela que tiene 102 años salió ilesa porque mi mamá la estaba protegiendo”, subraya Howard, al recordar que en el último momento encontró una ponchera (tazón grande) de metal que utilizó para amortiguar el golpe que recibió su mamá.
MÁS FUERTE DE LO QUE ESPERABAN
Desde las 6 de la tarde del pasado domingo decenas de isleños fueron trasladados por las autoridades a algunos albergues para que pasaran la noche sin que el huracán los afectara, pero según dicen, no esperaban que Iota alcanzara la magnitud con la que se abatió sobre la isla.
“En el momento más fuerte hubo casas que salieron volando con personas dentro de ellas. Sentimos que el huracán se estancó porque después de tanta brisa, de tanta destrucción que hubo temprano, a las 5 de la mañana tenía que terminar y realmente terminó al mediodía”, relata Howard.
El desespero fue tal que muchos quedaron completamente paralizados ante la fuerza del viento, con la mente en blanco y sin saber hacia dónde correr.
“Yo no me podía mover, mi esposo me jalaba y yo no podía. Quedé totalmente en shock, no sabía qué hacer cuando miré que las ráfagas de la brisa levantaron la casa y empezó a volar. Quedé inmóvil, no podía creer lo que estaba pasando”, cuenta a Efe Ángela Contreras.
De extremo a extremo en las calles de Providencia permanecen amontonados restos de televisores, neveras, camas, comedores, motos, colchones y cualquier cantidad de bienes destruidos.
SOLO PÉRDIDAS
Ángela, su esposo y su hija adolescente se salvaron porque lograron refugiarse en el baño de la vivienda, el único lugar de la casa que tenía un techo de concreto, donde permanecieron desde las 4 de la madrugada hasta el mediodía del pasado lunes.
A la familia de Ángela la angustia la carcome porque el huracán no solo destruyó la casa en la que vivían en arriendo, sino que también borró la que habían empezado a construir con ayuda de un crédito que ahora no saben cómo van a pagar.
“Es algo que no se puede explicar, es algo horrible. La situación es muy triste, desconsoladora, pero (estamos) con ganas de seguir luchando, con ganas de seguir trabajando y organizando la isla para poder volver a construirnos porque no tenemos nada”, señala.
Su hija de 16 años se graduará del bachillerato este año pero con las deudas corriendo Contreras cree que por el momento deberá aplazar su sueño de ingresar a la universidad.
Los isleños se alimentan con las donaciones que reciben y ayudas del Gobierno, pero advierten que algunos productos no los pueden usar porque todavía no tienen servicio de energía, ni gas y mucho menos una estufa para cocinar.
“La pérdida es prácticamente total, es poco lo que se puede rescatar. Los electrodomésticos se fueron, los colchones están todos mojados pero se pueden poner al sol o lavarlos si están muy sucios”, resalta Howard.
Iota afectó incluso a las iguanas de todos los tamaños que abundan en la región y que hoy son vistas por doquier mientras buscan pizcas de hojas verdes para comer, como los habitantes de la isla que pese a perderlo todo esperan levantarse de la ruina “con o sin el Gobierno”, como dice Contreras.
Klarem Valoyes Gutiérrez