¿Por qué no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer? A menudo, actuamos como rebeldes sin causa, como discretos reaccionarios a los consejos ajenos, a las directrices que otros nos dan con buena voluntad y también como orgullosas figuras que detestan asumir las órdenes que nos llegan desde posiciones de mayor autoridad.
Es cierto que en nuestra cotidianidad recibimos más de una recomendación, consejos que no pedimos y hasta directrices puntuales. Sin embargo, son muchas las veces que las procesamos con molestia y hasta con rabia. Sentimos incluso la necesidad de rehuir de quien intenta decirnos qué es lo que deberíamos hacer.
Es como si en nuestro interior existiera una especie de detector que empieza a sonar cuando alguien nos llega con frases que empiezan con “tienes que o deberías…”. ¿A qué se debe entonces que una parte amplia de la población tenga aversión a las órdenes, consejos o sugerencias?
Razones de por qué no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer
Puede resultar curioso, pero una de las primeras palabras que aprenden a decir los niños es “no”. En cuanto empiezan a comunicarse, esta palabra surge casi al instante para dejar claro que no quieren esa comida, que no desean ese juguete o que no van a dejar de hacer eso que están haciendo. Poner límites y reaccionar ante la autoridad de los progenitores es una conducta temprana que aparece en todos los pequeños.
Como seres humanos, hay algo que nos define con claridad y es el deseo de independencia y autonomía. Por término medio, queremos tener la mayor libertad posible a la hora de tomar decisiones, ser independientes a la hora de abrirnos paso por la vida sin la losa de las reglas o imposiciones ajenas. De ese modo, cuando sentimos de pronto que otros nos imponen sus directrices, se activa ese “rebelde” neurológico que hay en nosotros.
Ahora bien, pero ¿por qué no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer? ¿qué mecanismo regula esa sensación?
La reactancia psicológica: ¡no vulneres mi libertad!
Desde que el psicólogo J. W Brehm introdujera este término en 1966, conocemos mucho más sobre esta dimensión. La reactancia psicológica define esa resistencia conductual a la influencia social de los demás. Es además, una respuesta que orquesta el cerebro cuando siente amenazada la libertad personal. El doctor Brehmem señalaba lo siguiente:
“¿Por qué un niño a veces hace lo contrario de lo que le dicen? ¿Por qué a veces a una persona le desagrada recibir un favor? ¿Por qué la propaganda suele ser ineficaz para persuadir a la gente? La reactancia es una excitación motivacional desagradable que surge cuando las personas sienten una amenaza o su capacidad de actuar en libertad”.
Por otro lado, trabajos de investigación, como los realizados en la Universidad de Salzburgo (Austria), nos indican que no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer porque en el cerebro se activan dos dimensiones. Por un lado, está el mecanismo emocional. El organismo experimenta ira, rabia, hostilidad e incomodidad cuando alguien nos da una orden.
Asimismo, en nuestra mente emergen pensamientos muy concretos y orquestados por la reactancia psicológica. Son ideas de autoprotección y autodefensa: “están limitando mi capacidad de decisión, están desafiando mi identidad, mi libertad, mi capacidad para actuar por mí mismo, etc”.
Hay diferencias individuales: unos somos más reactivos y otros menos
Hay algo que debemos tener en cuenta. No todos se sienten cómodos sin recibir pautas, consejos o incluso órdenes. Proliferan las personas que prefieren tener una vida bien pautada, un trabajo en el que las responsabilidades las tengan otros y uno se limite solo a seguir lo establecido.
Hay por tanto personas con una mayor tolerancia a la reactancia psicológica del cerebro y otras con una clara animadversión a recibir órdenes e incluso la más mínima sugerencia. Este es el caso extremo y a menudo el más problemático. Todos hemos conocido a alguien a quien no se le puede decir nada. Abundan los que reaccionan con ira y los que acaban haciendo justo lo contrario de lo que se les sugiere (aunque con esa conducta propia deriven en un mal resultado).
Este dato es importante. Estudios como los realizados en la Universidad de Oklahoma nos indican que esta última realidad, la de la reactancia psicológica extrema, puede ser un peligro para la salud pública. Lo estamos viendo en la actual pandemia con quien se niega a seguir las normas sanitarias.
Asimismo, también se demostró con este trabajo algo interesante. A veces, decirle o sugerirle a una persona que haga lo que según ella es mejor para su salud, provoca que actúen de manera acertada (Bessarabova, Fink y Turner, 2013; Miller et al., 2007).
A las personas no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer (el ego sensible)
La mayoría creemos tener un ego rebelde. Es cierto que a las personas no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer. Sin embargo, más que un yo rebelde lo que tenemos es un ego sensible. Cuando alguien nos da una orden lo que no nos agrada es demostrar que otros pueden dominarnos. Es percibirnos inferiores y hasta vulnerables.
Puede que, en ocasiones, ese orgullo innato que activa la reactancia psicológica nos sea útil. Sin embargo, hay situaciones en que es bueno y hasta necesario, aceptar consejos y acatar recomendaciones. Es más, en nuestro día a día recibimos peticiones cotidianas que no deben ser interpretadas de manera desafiante.
Si nuestra pareja nos pide que pongamos una lavadora o si nuestro padre nos pide que le compremos algo determinado, no tenemos por qué reaccionar con ira o incomodidad. Una petición no es una amenaza, forma parte del flujo normal de la convivencia.
Fuente: Mejor con salud