El Cairo.- En la clandestinidad o desde el exterior, las mujeres saudíes no se rinden y batallan contra un régimen ultraconservador que les impone un hombre para que las controle desde que nacen hasta que mueren.
Loujain al Hathloul, Iman al Nafyan o Aziza al Yusef son algunos de los nombres de las activistas saudíes que fueron arrestadas por la lucha de sus derechos en mayo de 2018, un mes antes del levantamiento del veto para conducir.
Durante décadas, ellas han luchado contra el patriarcado para abolir las normas en las que se basa el reino, donde rige una versión estricta del islam.
Para las saudíes esto quiere decir que sus vidas están controladas por un hombre desde que nacen hasta que mueren.
Poder sentarse delante de un volante (siempre con el permiso del varón para obtener el carné de conducir), acudir a estadios de fútbol (separadas de los hombres) o permitir a las mujeres acceder a algunos trabajos de alto nivel a los que estaban vetadas son algunos de los pasos que ha ido dando el Gobierno saudí recientemente.
Pero estas reformas, incluidas las promulgadas por el príncipe heredero Mohamed bin Salman desde que accedió al trono en junio de 2017, no han evitado que las activistas sean detenidas y procesadas.
Poco después de la campaña de arrestos del año pasado, Riad acusó a varias de ellas de “actividades coordinadas y organizadas con el fin de socavar la seguridad del reino, la estabilidad y la unidad nacional”.
Walid Al Hathloul, hermano de Loujain, ha denunciado públicamente que la activista es “golpeada, fustigada, electrocutada y acosada de manera habitual” en la prisión de Dhaban, en la ciudad costera de Yeda.
“Las autoridades saudíes no han hecho nada para investigar las denuncias serias de tortura y ahora son las defensoras por los derechos de la mujer y no los torturadores quienes van a enfrentarse a cargos criminales y juicios”, ha lamentado el director regional de HRW, Michael Page.
Según Walid, su hermana tiene un sueño: ayudar a las “víctimas” del patriarcado a encontrar “seguridad sin tener que huir del país”, por lo que estaba en proceso de crear un refugio para mujeres que han sufrido violencia doméstica en Arabia Saudí que se llamaría Aamena, que significa “segura” en árabe.
Hay otras saudíes que siguen denunciando la situación de las mujeres sometidas, como la joven Rahaf Mohammed al Qunun, de 18 años, quien despertó la atención mundial sobre esta situación el pasado enero.
A través de Twitter, relató su atrincheramiento en la habitación de un hotel en la zona de tránsito del aeropuerto de Bangkok para evitar ser deportada y mandada de vuelta con su familia, que la había amenazado de muerte después de que Al Qunun huyera apostatando del islam y rechazando un matrimonio concertado.
Su caso dio la vuelta al mundo y consiguió lo que muchas no han podido lograr: asilo político en otro país.
Si hubiera vuelto a Arabia Saudí, podría haber sido procesada, según las leyes del reino, por no acatar las reglas de sus guardianes masculinos y por apostatar, delito que le puede llevar a la pena capital.
El castigo por desobediencia se basa en el régimen de tutela del varón, que tiene el poder de tomar una serie de decisiones cruciales en nombre de la mujer, como darle permiso para casarse o tan triviales como autorizarle a viajar al extranjero.
Entretanto, consignas como “detened la esclavitud de las mujeres saudíes” o “fin a la tutela del varón” aparecen en las redes sociales, que se ha convertido en el único espacio donde son libres, muchas escondidas bajo perfiles falsos, para poder escribir y hacer llegar al mundo el patriarcado que las domina en Arabia Saudí. EFE