Emmanuel Macron prometió, tras su releección en el abril a la presidencia de Francia, que sería un hombre nuevo en su segundo quinquenio y que gobernaría con un nuevo estilo. Más conciliador, menos arrogante. Más ecológico y social. El primer gesto que permitirá comprobar si las promesas van en serio fue el nombramiento, el lunes, de Élisabeth Borne, hasta ahora titular de la cartera de Trabajo, como primera ministra en sustitución de Jean Castex.
Borne (París, 61 años), experimentada tecnócrata e identificada con la corriente socialdemócrata del macronismo, es la segunda mujer al frente del Gobierno en la historia de Francia, y la primera en 30 años tras el breve mandato, menos de un año, de la socialista Edith Cresson.
El centrista Macron envía con el nombramiento un mensaje de cambio y otro de continuidad. El cambio: después de gobernar con primeros ministros de centroderecha, esta vez se inclina al centroizquierda. Y la continuidad: Borne es miembro desde el principio del núcleo duro del macronismo. Difícilmente señala una renovación.
El centrista Macron envía con el nombramiento un mensaje de cambio y otro de continuidad. El cambio: después de gobernar con primeros ministros de centroderecha, esta vez se inclina al centroizquierda. Y la continuidad: Borne es miembro desde el principio del núcleo duro del macronismo. Difícilmente señala una renovación.
“Comienza una nueva temporada de maltrato social y ecológico”, reaccionó en la red social Twitter el líder de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon. “Élisabeth Borne encarna la continuidad de la política del presidente. Es una de las figuras más duras del maltrato social macronista”. Para Marine Le Pen, jefa de la extrema derecha, el nombramiento de Borne demuestra “la voluntad [de Macron] de continuar con su política de desprecio, de desmontaje del Estado, de saqueo social, de chantaje fiscal y de laxismo”.
La dimisión por voluntad propia de Castex, un alto funcionario eficaz y sin tentación alguna de hacer sombra a Macron, abrió a media tarde del lunes la milimetrada coreografía de la sucesión en el palacete de Matignon, sede de la jefatura del Gobierno. Tras presentar en persona esta tarde la dimisión a Macron en el palacio del Elíseo, sede de la presidencia, se anunció la sucesora. Después, el traspaso de poderes en el jardín frontal de Matignon.
El presidente buscaba a una primera ministra con sensibilidad ecológica y social. El conocimiento de los engranajes del Estado era otra exigencia. Y la lealtad: no quiere que le hagan sombra. Borne cumple los requisitos.
Como Castex, es una alta funcionaria más que una política mitinera. Su ideología, pese a la sensibilidad socialdemócrata de Borne y la conservadora de su antecesor, es el Estado. Es una ventaja: ofrece una imagen de fiabilidad y no asusta a los conservadores moderados, base electoral necesaria para Macron. Una de sus carencias es que nunca ha ostentado un cargo electo.
Borne es de los pocos ministros que se ha mantenido en el Gobierno durante todo el primer mandato de Macron. Además del Ministerio de Trabajo, ha dirigido durante este quinquenio los de Transportes y Ecología. Formada en la prestigiosa Escuela Politécnica, trabajó en distintos rangos de la Administración y en ministerios junto a pesos pesados del Partido Socialista, como el ex primer ministro Lionel Jospin, y la candidata en 2007 a las presidenciales, Ségolène Royal.
“Soy una mujer de izquierdas, y la justicia social y la igualdad de oportunidades son el corazón de mis combates”, declaró Borne en febrero a la cadena BFM-TV. La nueva primera ministra está adscrita al pequeño partido Territorios de Progreso, que incluye a varios ministros socialdemócratas.
Los anteriores primeros ministros de Macron, Castex desde 2020 y Édouard Philippe entre 2017 y 2020, procedían de Los Republicanos, el partido histórico de la derecha. Borne viene de la órbita del Partido Socialista, hoy bajo mínimos e integrado en una alianza para las legislativas del 12 y el 19 de junio bajo el liderazgo de Mélenchon, dirigente histórico de la izquierda anticapitalista y euroescéptica.
En el sistema de la V República francesa, el primer ministro tiene un papel ambiguo. Según la Constitución de 1958, “dirige la acción del Gobierno”, es “responsable de la defensa nacional” y “garantiza la ejecución de las leyes”. También comparte con el Parlamento la iniciativa de las leyes. El presidente de la República, por su parte, es “el garante de la independencia nacional, de la integridad del territorio y del respeto de los tratados”.
Al contrario que el presidente, el primer ministro no es elegido por sufragio universal: su único elector es el propio presidente. De ahí que su legitimidad sea menor. Y su margen de maniobra, más reducido que el de un primer ministro al estilo británico, un canciller alemán o un presidente del Gobierno español. En Francia, cada vez más el primer ministro es el encargado de poner en práctica la visión del jefe del Estado.
Castex, como primer ministro, ha aplicado a rajatabla las iniciativas de Macron. No ha sido un dirigente con línea autónoma sino un gestor. Con una larga trayectoria en la alta administración y en gobiernos conservadores, combinaba un conocimiento profundo de los engranajes del Estado con un arraigo en la Francia rural como alcalde, entre 2008 y 2020, del municipio de Prada, al pie de los Pirineos catalanes.
En Matignon, ha tenido que gestionar los confinamientos por la pandemia y la campaña de vacunación, además de los planes de recuperación económica y las ayudas para paliar la inflación. Deja Francia con una tasa de desempleo del 7,4%, el nivel más bajo en 15 años, pero una inflación del 5,5% y un crecimiento del 0,25% en el segundo trimestre. En 2021, la deuda pública se elevaba al 112,9% del PIB, y el déficit presupuestario, al 6,5%.
Una ventaja del primer ministro saliente era su nula ambición política. A diferencia de otros primeros ministros, al mirarse al espejo cada mañana, Castex no veía a un futuro presidente. Formado en la elitista Escuela Nacional de Administración, se veía más bien como un servidor del Estado que como un competidor del jefe del Estado. Exactamente como su sucesora.
Fuente: El País