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El mensaje de China al mundo: somos rudos, pero no una amenaza

PEKÍN — Mientras el presidente Xi Jinping observaba desde un balcón ubicado arriba del retrato icónico de Mao, las armas llegaban una detrás de la otra por la avenida de la Paz Eterna, en una demostración de fuerza llena de propaganda para celebrar el septuagésimo aniversario del gobierno comunista en China.

Misiles balísticos intercontinentales capaces de lanzar múltiples ojivas nucleares. Drones construidos para ataques de precisión. Tanques y transportes blindados de personal con soldados en uniformes verdes.

En una época en la que China tiene un papel dominante en el escenario mundial, funcionarios extranjeros, ya sea en Washington, Moscú o Hanói, analizan ese tipo de eventos para discernir cuáles son las intenciones de Xi y determinar si el gigante económico que es China representa una amenaza política y militar. Además, las festividades del martes enviaron un mensaje claro en un momento complicado para la diplomacia china.

Con el desfile y políticas como la militarización del mar del sur de China, Xi y otros líderes del Partido Comunista quieren decirle al mundo: estamos listos para pelear y para tomar por la fuerza o proteger lo que consideremos que es nuestro. Quieren demostrar que China no es la misma nación que, según ellos, fue humillada por las potencias europeas y Japón en los siglos XIX y XX.

Sin embargo, hasta cierto grado, los líderes de China perciben los contornos del tirante momento histórico en el que se encuentran. Por todo el mundo, sus altos diplomáticos intentan apaciguar tensiones y persuadir a sus homólogos de que China no es una agresora. Esto le serviría a China para resolver la guerra comercial que inició el presidente Donald Trump, eludir políticas cuyo objetivo es limitar la presencia global de China y calmar a los gobiernos que han criticado las posturas del partido en Hong Kong, Sinkiang y el Tíbet.

El liderazgo chino está caminando sobre una cuerda floja diplomática y nacional. Los mensajes contrastantes podrían socavar sus esfuerzos por mejorar las relaciones y persuadir a las naciones occidentales de que acepten a China. Además, está consciente de que parecer débil frente a Estados Unidos y otros países podría mermar sus esfuerzos al interior del país para apuntalar la legitimidad del partido fortaleciendo el nacionalismo.

“La diplomacia de China es un acto de malabarismo constante entre objetivos múltiples que se oponen entre sí, y no logra encontrar el equilibrio adecuado”, comentó Evan S. Medeiros, un profesor de la Universidad de Georgetown que fue director sénior de Asia en el Consejo de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama.

Para Xi, fue su segundo desfile militar en cuatro años, algo que ningún líder del partido había intentado montar desde Mao. Durante el discurso que dio el martes, Xi repitió una famosa frase que se le atribuye a Mao: “El pueblo chino se ha puesto de pie”. Sin embargo, fue un paso más allá: “No hay ninguna fuerza que pueda perturbar el estatus de esta gran nación. Ninguna fuerza puede detener el avance del pueblo chino y su nación”.

Aunque la principal audiencia de los desfiles militares en los aniversarios nacionales del partido son ciudadanos chinos, el evento envía una señal significativa al mundo exterior, opinó Cheng Xiaohe, profesor y subdirector del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos de China en la Universidad Renmin en Pekín. Según Cheng, un mensaje central es: “Si China tiene que entrar en guerra, China está preparada. China no teme pelear una guerra en contra de quien se atreva a desafiar su soberanía e integridad territorial”.

En el desfile, la presentación orgullosa del Dongfeng-41, el misil balístico intercontinental más nuevo de China, el cual está listo para usarse en un ataque nuclear, enfatizó el punto.

Hu Xijin, editor en jefe de Global Times, un periódico nacionalista del Estado, sintetizó el gran orgullo que le produjo la exhibición marcial con un par de tuits publicados el martes en los que habló del “legendario DF41”.

“Toqué uno hace unos cuatro años en la planta de producción”, escribió encima de una fotografía en la que se puede ver a Xi en su sedán negro para desfiles al lado de los misiles. “No hay razón para temerle. Solo basta respetarlo y respetar a China porque lo tiene”.

En el siguiente tuit, el cual también venía acompañado de fotos de misiles, Hu escribió: “Su mensaje: No se metan con el pueblo chino ni lo intimiden. De cualquier modo, el pueblo chino no los provocará”.

El desfile aumentó las inquietudes en Washington. Funcionarios del Gabinete del gobierno de Trump, en particular el vicepresidente Mike Pence y el secretario de Estado Mike Pompeo, ya afirmaron que China es una potencia revisionista que busca dominar las instituciones políticas, económicas y de seguridad de Occidente. Los pronunciamientos audaces de Xi y sus políticas nacionales de línea dura en las zonas fronterizas de Hong Kong, Sinkiang y el Tíbet refuerzan la noción que tienen muchos occidentales de que China es un rival agresivo que está en contra de sus sistemas y valores.

No obstante, la semana pasada, el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, intentó dejar una impresión diferente en una cena celebrada en Nueva York tras bambalinas de la Asamblea General de Naciones Unidas.

“En la actualidad, las relaciones entre China y Estados Unidos de nueva cuenta están en una encrucijada”, comentó Wang. “Algunas personas están usando cualquier medio para retratar a China como un gran adversario, promocionando su profecía de que la relación está condenada a caer en la trampa de Tucídides, la trampa del choque de civilizaciones, e incluso clamando por una desvinculación total de China”.

“La verdad es que ambos países han obtenido beneficios tremendos de la cooperación en los últimos 40 años”, mencionó, y agregó: “China no tiene ninguna intención de jugar al Juego de Tronos en el escenario mundial”.

La “trampa de Tucídides” a la cual se refirió Wang es una teoría que popularizó el académico de Harvard Graham Allison, según la cual es probable que una potencia en ascenso y una potencia establecida entren en guerra. Xi también ha hecho referencia a ella en algunos comentarios y ha enfatizado su deseo de evitarla.

No obstante, “a China le cuesta entender cómo la perciben otros países y tiende a escuchar las buenas noticias y no las malas: las ansiedades que produce su comportamiento”, señaló Medeiros de Georgetown. “China parece incapaz, tal vez debido a su sistema político, de acoger la idea de la restricción estratégica: aceptar compromisos vinculantes que restrinjan su poder, como un mecanismo para garantizar a otros países que el ascenso de China no los perjudicará”.

En el desfile militar del martes, el presentador alabó a la Policía Armada Popular —la enorme rama paramilitar bajo las órdenes del Ejército que se encarga del control de los disturbios— por su participación en el mantenimiento de la estabilidad nacional.

“Al gobierno chino le interesa más impresionar a las audiencias nacionales que realmente pelear con enemigos extranjeros”, comentó Jessica Chen Weiss, profesora de gobierno en la Universidad Cornell. “Pero las demostraciones de fortaleza nacional y retórica exaltada dirigidas al consumo nacional pueden ser contraproducentes si potencias extranjeras intensifican sus esfuerzos en respuesta”.

“Entonces, el gobierno chino está intentando caminar por una línea muy delgada, al expresar fortaleza en casa mientras asegura a las audiencias extranjeras que el crecimiento del poder de China no representa una amenaza”, agregó Chen Weiss. “Para que funcionen las fanfarronadas, se necesita justo este tipo de mensaje dividido”.

c.2019 The New York Times Company

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