Por lo común, un divorcio de campanillas entre personajes ricos –y hasta millonarios– no pasa del ámbito del chisme periodístico. A lo sumo, si hubo cuernos, golpes, crueldad mental, etcétera, el chisme cobra más condimento…
Pero si el divorcio es entre Jeff Bezos, el creador y dueño de Amazon, que como business man alcanzó la casi inimaginable cifra de 146 mil millones de dólares –dejando atrás a Bill Gates, para mayor asombro–, la noticia escapa de las páginas del corazón. Es tapa y nota de todas las publicaciones de negocios del planeta, y hasta puede mover más de un piso en Wall Street, el castillo Camelot del gran dinero…
Divorcio extraño. Tan civilizado, acordado, inteligente, sin pase de facturas ni desgarradores dramas por la tenencia de los hijos, que hasta en eso es un asombroso récord, más allá de la pavorosa cifra que se repartirá la pareja…
En todo caso, son muchos más apasionantes los primeros actos de esta formidable puesta en escena, digna de un musical de Broadway (a lo mejor, ¿por qué no?)
Estudiaron ambos en la Princeton University, fragua de grandes personajes y destinos. Pero el destino no quiso cruzarlos en aquel campus. La primera semilla del colosal árbol del dinero germinó al nacer la década de los 90, cuando Jeff y Mackenzie Tuttle, su apellido de soltera, trabajaban en el fondo de inversión De Shaw en Nueva York.
Brillante, Jeff no tardó en alcanzar el sillón de vicepresidente, y la entrevistó con miras a un contrato permanente. Pero Mackenzie, con audacia irlandesa –tal su sangre–, le sugirió que almorzaran juntos, y el dio el “Ok”.
Aunque parezca una sensiblería, Cupido no erró el flechazo. Jeff se convenció desde el primer intercambio de sonrisas y palabras que quería pasar el resto de su vida con ella.
Según le dijo a la revista Vogue, “es creativa, inteligente… ¡y sexy“.
Ella fue más sintética: “¡Me enamoré de su risa!“
Medio año después de ese almuerzo se casaron, llenaron un par de valijas, se instalaron del otro lado del país, en Seattle, y se lanzaron hacia la construcción del futuro monstruo: la compañía Amazon. Que en principio fue modesta en armas y alcances. Sólo se proponía vender libros por correo, y mediante una estructura precaria: una casa alquilada de un solo cuarto, y garage, sede de los primeros movimientos (Nota: simetrías del destino, Bill Gates también empezó en un garaje).
No crecieron a la velocidad del rayo ni a la luz del relámpago. Su paso a paso demoró cinco años con un jefe y una empleada: Jeff y MacKenzie, que aprendieron cosas elementales. Por ejemplo…, que era más fácil embalar los libros sobre una mesa… ¡que sobre las rodillas!
Pero las mesas especiales no eran baratas, de modo que usaron puertas viejas para suplirlas.
De aquellos días heroicos, MacKenzie tardó en olvidar el olor a la carne asada en la barbacoa del fondo…, el ropero en el sótano, y el ingenio al rojo vivo para inventar lo que no podían comprar. Y eso que en pocos años habían pasado de vender libros… a vender cuanto objeto puebla esta esfera azul llamada Tierra.
Llegaron cuatro hijos: tres varones y una niña adoptada en China. Y como bien dicen que el tiempo vuela, de pronto cumplieron un cuarto de siglo de casados, y Jeff, amo de Amazon y dueño del Washington Post, con MacKenzie como incondicional compañera, y una fortuna digna de los palacios babilónicos –¡164 mil millones de dólares!: la cifra a repartir por mitades–…, oh sorpresa: el 8 de enero del recién nacido 2019 anunciaron su divorcio. Pero sin estridencias: con la serenidad de la madurez y la fortaleza que les permitió levantar un imperio.
El comunicado del adiós lo prueba: “Como saben nuestras familias y amigos cercanos, después de un largo período de amorosas exploraciones y ensayos separados, hemos decidido divorciarnos y continuar con nuestras vidas compartidas… como amigos. Tuvimos una gran vida como matrimonio, y volveríamos a repetirla en aventuras y proyectos, como individuos separados. Seguimos siendo una familia”
Firmado: Jeff y Mackenzie.
Pero había gato encerrado…
Desde el 2018, y en secreto hasta hace pocas horas, Jeff tiene un romance con Lauren Sánchez, presentadora de tevé, empresaria, y audaz piloto de aviones y helicópteros, con alas propias y una compañía de producción de programas.
The National Enquirer, que no se pierde una perla, los siguió durante dos semanas en las que se vieron seis veces.
Pero el juego viene cruzado y de a cuatro. Ella se separó hace muy poco de Patrick Whitesell, potente representante de artistas en Hollywood, La Meca, y el caso era un secreto a voces para los dos abandonados: Patrick y MacKenzie no se sorprendieron porque el cuarteto llevaba una década de buena amistad, y hasta pasaban juntos largos veranos…
Pero bien dicen que tanto va el cántaro a la fuente…
Al parecer, la división de bienes no le abrirá la puerta al escándalo: Jeff seguirá como inconmovible zar de Amazon, cuya fortuna duplica el producto bruto de más de un país, y MacKenzie, con su mitad, será la dama
más rica del mundo.
Con una simple firma y un chasquear de dedos.
Y tampoco le faltará techo: los Bezos–Tuttle tienen mansiones en ocho grandes ciudades.
Más que un divorcio, fue un impecable acto administrativo anotado en una planilla Excel.