Predichos por la teoría pero jamás observados directamente, los agujeros negros, de los que se podría ver una primera imagen el miércoles, siguen siendo uno de los objetos más enigmáticos de nuestro cosmos.
Un agujero negro es un objeto celeste que posee una masa extremadamente importante en un volumen muy pequeño. Como si la Tierra estuviera comprimida en un dedal o el sol únicamente midiera 6 km de diámetro, explicó recientemente a la AFP Guy Perrin, astrónomo del Observatorio de París-PSL.
Según la ley de la relatividad general publicada en 1915 por Albert Einstein, que permite explicar su funcionamiento, la atracción gravitacional de estos “monstruos” cósmicos es tal que no se les escapa nada: ni la materia, ni la luz, sea cual sea su longitud de onda.
Por lo tanto, no se pueden observar directamente. Además, la fuerza de gravedad que emana del agujero negro es tan fenomenal que no se ha logrado recrear en laboratorio.
Pero sabemos que existen de dos tipos:
Los agujeros negros estelares, que se forman al final del ciclo de vida de una estrella y que son extremadamente pequeños: tratar de observar los más cercanos equivaldría a buscar distinguir una célula humana en la luna.
Los segundos, los agujeros negros supermasivos, se hallan en el centro de las galaxias y su masa está comprendida entre un millón y miles de millones de veces la del sol.
Los agujeros negros empezaron a crearse muy temprano en el universo, junto a las galaxias, por lo que “engordan” desde hace 10.000 millones de años. Pero su formación sigue siendo un misterio.
Los dos agujeros negros estudiados por el proyecto Telescopio del Horizonte de Sucesos (o Event Horizon Telescope, EHT, en inglés), que el miércoles anunciará un “resultado inédito” acerca de estos objetos, son dos supermasivos.
Uno, Sagitario A*, se halla en el centro de la Vía Láctea, a 26.000 años luz de la Tierra. Su masa equivale a 4,1 millones de veces la del Sol. Su radio mide una décima parte de la distancia entre la Tierra y el Sol.
El otro es uno de los agujeros negros más masivos de los que se conocen, con una masa 6.000 millones de veces superior a la del sol y 1.500 a la de Sgr A*. Está situado a 50 millones de años luz de la Tierra, en el centro de la galaxia M87.
Bajo el efecto de la enorme atracción gravitacional, las estrellas más cercanas a estos “monstruos” son achatadas, estiradas y dislocadas y su gas se calienta a temperaturas extremas.
Gas y trozos de estrellas giran en espiral alrededor del agujero negro -el denominado disco de acrecimiento- para acabar penetrando, generando un haz brillante ultravioleta.
“Cuando un agujero negro empieza a aspirar la masa, esta última se calienta enormemente, brilla y emite luz”, explica Paul McNamara, responsable científico en la Agencia Espacial Europea del LISA Pathfinder, un futuro observatorio espacial.
A falta de poder observar un agujero negro, los astrónomos tratan de ver la zona de no retorno, el límite a partir del cual lo que sucede es inaccesible; en definitiva, el contorno del monstruo.