Tiene que ver con la senectud cutánea. Con la edad, las glándulas sudoríparas necesitan cada vez más temperatura exterior para ponerse en funcionamiento, lo que hace que los ancianos suden menos.
Por otro lado, al envejecer la capa externa de la piel (epidermis) se adelgaza. La piel envejecida también pierde color y palidece, ya que el número de células que contienen pigmento (melanocitos) disminuye.
Además, los vasos sanguíneos de la dermis se vuelven más frágiles, lo que lleva a la aparición de hematomas, sangrado debajo de la piel, hemangiomas capilares y afecciones similares. Y las glándulas sebáceas producen menos aceite cuando sumamos años, causando pérdida de humedad, sequedad y picazón.
A esto se añade que, con el transcurso del tiempo, el sistema defensivo del tejido cutáneo se trastorna y se vuelve incapaz de atraer linfocitos T para mantener a raya a los posibles invasores. Eso explica por qué somos más vulnerables a las infecciones y a los cánceres de piel a los 70 años que, por ejemplo, a los 40.
Fuente: Culturizando